lunes, 29 de septiembre de 2008

The Prize (Paul Newman)



Aprovecharé este recuerdo, homenaje, a Paul Newman, un actor que marcó una manera de hacer cine entretenido, con personalidad, y que garantizaba una manera de hacer cine de calidad, y que nos dejó este fin de semana, para agradecer a
Pepe del Montgo (http://pepedelmontgo.blogspot.com)
y a eva (http://hacerloqueamelielehizoaltendero.blogspot.com)
que me concedieran premios, que no merezco.
Gracias.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Canalla


(Paul Gauguin. O taiti (nunca más))

Canalla.
Eso es lo que era. No me imaginaba que en este mundo, o en los pasados, o en los siguientes, tuviera que toparme con un ser de esa calaña. Nadie me previno de gente como esta, ni me dijo cómo me tendría que comportar.
Sólo sé que no esperaba que ese día, mientras la mañana se desplazaba lentamente en la ventana de la oficina, apareciera. Y lo hizo; mi primer impulso fue el de sorpresa. Traje impecable en un cuerpo sin arrugas. Los ojos oscuros negros como azabache, y la sonrisa de hechizar, me llevaron a un segundo impulso de saltarle a los labios, que retuve.
Era la visita del jefe. La visita que esperaba desde no sé el tiempo. Claro que balbuceo frente a alguien así; balbuceo, y mucho. Le costó entenderme y a mi explicarme.
Era él, el hombre que esperaba y que no me paré a esperar más tiempo, cuando a los 28 me casé con el que cumplía con los estereotipos… pero a los 28 no me casé enamorada… Y seguía sin estarlo. Los hombres se confunden con facilidad. Confunden lujuria, pensamiento único, con amor… y se creen que les vamos a tratar como les tratan las madres.
Pero nosotras sí lo sabemos. Sabemos quien es la persona que nos va a robar el alma, quien nos va a tratar como una mujer.
Y él, el cabrón canalla, era el elegido para mí. Me daba igual el anillo, las promesas, el sofá nuevo, y la cita de los sábados con mis amigas. Era él, y tenía que saberlo, por si no se había dado cuenta.
Así que, según salió del despacho del jefe, le acompañé al ascensor. Y encima argentino. Joder, que tendrán los argentinos, que todos tienen labia, humor, me ponen la lívido en alerta máxima.
Tengo que quedar contigo, eres el hombre de mi vida… estoy segura. Necesito que lo sepas, y que lo sientas… necesito que nos veamos, ¡¡¡¡ya!!!!
La cama con él, esas dos semanas, fue inolvidable, salvaje, doloroso, diferente. Fue lo que no era con el que me casé.
No se podía ir. Me voy. NO. Imposible. Te tienes que quedar, he dejado casa, marido, sofá, sábados con amigas, trabajo… NO te puedes ir. ¿Y mis acrobacias en la cama?
Lo siento amor. Esto es solo un sueño. No me puedo quedar. Cuando te despiertes, ya no estaré aquí.
Me desperté. Y fui la primera en entrar en el baño para llorar. ¿Qué te pasa, preguntó? Nada, cosas de mujeres, dije, y le pareció suficiente.
Esa mañana, que era como las demás, apareció él. El de mis sueños. Era él, sin duda; supongo que le vería en alguna foto de trabajo. Le miré impresionada… de nuevo mis balbuceos salieron de mi boca. Esta vez era real. Y sí, era el hombre de mi vida.
Seguro.
Después de la reunión, sucedió tal y como imaginé en mis sueños… Le acompañé hasta el ascensor, pero no le dije nada, le tendí la mano. Adiós, le dijé.
Adiós… se quedó parado. Me miró a los ojos.
¿Sabe? He soñado con usted. ¿Conmigo? Sí. Era la mujer de mi vida.
Ya, temblé, pero era un sueño.
Sí, se dijo, bajando la cabeza, lo era. La puerta del ascensor se cerró.
Era un villano. Un canalla.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Cómo agua para el chocolate



Estoy películero esta tarde.
De las contradicciones de la guerra, a los placeres mundanos y divinos. La escena me cautivó. La sensación de la comida como transmisor de placeres, me recuerda que todo lo que se hace con pasión, desprende de la misma manera.
Junto con un vino, una comida así, y sentimientos y deseos por cumplir. Que disfruteis de la comida, de la cena, del desayuno...
Creo que me voy a pedir perdices.

Stanley Kubrick (Senderos de Gloria)



Hay muchas películas de guerra, con distintas ideas que mostrar. Los malos y los buenos tienen claras diferencias. En este caso, la línea es siempre más delgada. El horror, la sensación de impotencia, la hipocresia, el miedo, son situaciones que están siempre presentes en momentos que, por suerte, no he vivido, y espero que nadie viva. Aunque fuera de nuestra burbuja, fuera, las cosas son tan desoladoras como relata está impresionante película.
Creo que Kubrick ha sido uno de los directores que más me ha impresionado. Es parte de mi archivo de imágenes.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Autorretrato


(Vincent Van Gogh)

Hoy me duelen los buenos deseos.
No puedo con ellos. Hoy me pesan demasiado.
Hoy, los buenos deseos me están destrozando la sonrisa.
Quizá es demasiada responsabilidad.
Cuando se viven caminos paralelos, separados. Cuando la
vida de los que queremos se mueve entre otros sentimientos
que no me son ajenos, pero que no nos unen.
Hoy me duele pensar que sus mundos,
los que llevan en las entrañas
de su corazón, son otros.
Hoy me puede el egoísmo de los míos.
Hoy quiero ser el protagonista de los buenos deseos.
Quiero que mis deseos se cumplan; y no el de los demás.
Sé que me sentiré mal siendo egoísta;
que, al minuto, no podré mirarme al espejo,
y desearé buenos deseos, con el corazón.
Después. Ahora no.

Reflexiones de nada en particular


(Claude Monet. Otoño)

Reflexiones de nada en particular, y de hace tiempo (quizá del 2002/2003).
Hoy me encuentro un tanto... espeso, y mis reflexiones de aquella época, igual también lo eran un poco...

"Amaneció un soleado día de septiembre, fresco, con la promesa de dar ese calor de final del verano, y con el olor que se mete dentro de las sienes, el olor característico de que terminan las vacaciones.

Nunca he sabido muy bien si ese olor era un cúmulo de sensaciones que estaban dentro de mí y que se unían a los olores típicos de la época, o es que realmente todos olemos el olor a final de verano.

Esta duda cada vez la tengo más a menudo. Antes, de adolescente, estaba convencido de que existían ciertos temas, ciertos asuntos, que veía con tal claridad, que me parecía imposible que alguien no entendiese un hecho objetivo de manera subjetiva (de distinta manera a como yo lo veía). Era increíble que personas que estaban a mí alrededor estuvieran planteando las cosas de manera radicalmente distinta a como yo lo veía. Incluso no entendía como era posible que no estuvieran de acuerdo conmigo (persona que me consideraba de un sentido común envidiable –iluso yo-).

Tenía la necesidad de tener algo claro, que fuera común para todos, y me metí en una torre de Babel que daba lugar a múltiples opiniones sobre el mismo asunto. Al menos existían personajes ilustres, filósofos, que me encauzaron al ver que, si bien las opiniones son tan variadas como absurdas, al menos existe la posibilidad de llevar un método, para que, si todos lo usáramos, fuera posible llegar a la misma conclusión.

Terrible. Se llegaba a discutir si el método a emplear era el correcto, si te llevaba a la conclusión correcta, o si, como empecé a creer, no llevaba a ninguna conclusión. Empecé a ser un radical nihilista. Pero también el concepto de nihilismo se ponía a debate.

Esto me ocurría en el estado de la opinión (de mí opinión). En el estado de los juicios de valor. En el estado de mi identidad ante la sociedad. En esencia, en todos los valores. Uno de los que más me preocupaba era si tenía claro mis propios valores éticos...y no. No los tenía en absoluto. Intentaba mantener (creo que sigo con este mismo planteamiento) el criterio de Aristóteles de la virtud. Tengo que buscar siempre el punto medio; tengo la necesidad de buscar el punto equidistante entre los extremos, para buscar el punto que, al menos aparentemente, más se acerca a mi forma de pensar. Pero que no sé si es el correcto. Quizá es la manera de equivocarme lo menos posible.

Naturalmente, no es el criterio que utilizan el resto de las personas que están a mi alrededor. O Sí. Pero después tienen que añadirse gotas que van modificando la conclusión última. Gotas de prejuicios; gotas de vivencias anteriores; gotas de educación mal entendida; gotas.... De tal manera que nunca mis conclusiones se asemejaban a la de los demás. Y cuando coincidían, era bastante probable que partieran de bases diferentes (esto era esperanzador, porque significaba que existían procedimientos válidos para llegar a conclusiones, que yo entendía razonables).

Tampoco me parece ahora tan necesario que exista el pensamiento único, pero sí establecer que si las cosas se razonan de la misma manera, deberíamos tener conclusiones semejantes (¿porqué no?).

Pero no quería hablar de esto (al menos de momento)........


Amanecía, pues, un soleado día de septiembre, con olor a final de verano...el comienzo de la época más triste del año, cuando el frescor de las cosas se apaga, y vuelve a imperar el color amarillento, el rojo plomizo, el marrón. Los días tan repentinamente cortos, la sensación de que todo vuelve al sitio original de antes del verano, pero con todo por rehacer de nuevo. Es, aunque parezca un contrasentido, mi época del año favorita. Me encanta pasear por el campo, pisando esas hojas marrones recién caídas del árbol, que crujen al pasar, y llenan el bosque de una sensación de sobrecogimiento... Pasear las tardes, a punto de anochecer, cuando cae la noche y el frío, y se huele el humo de una chimenea lejana,... Uff; hace mucho que no tengo esa sensación. Incluso la sensación de miedo... sí, miedo, cuando paseas y solo escuchas tus propias pisadas, o el viento moviendo las hojas.

O en la ciudad, el olor (¿Porqué siempre el olor?) a castañas asadas, o ese ambiente de la calle céntrica, en la que se ve la expectación por entrar al cine, o entrar en una cafetería (como la que existe todavía en la plaza de Bilbao) con las mesas de mármol, el café de toda la tarde, mientras se habla con los amigos, o se habla de amor con la persona a la que tú quieres, o pretendes querer. O...

Pero no quería hablar de esto…o quizá sí."

viernes, 19 de septiembre de 2008

Sueños de sofá


(Salvador Dalí-Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar)

Me senté en el sofá, me acomodé para que mi cuerpo se moviera lo menos posible. Esperaba que me acogiera y no me soltara hasta quedarme dormido, ayudado por alguna soporífera serie, algún documental de la dos, o porque el sueño de toda la semana pesaba en mis párpados, ojos, cabeza.
Al cabo de unos pocos minutos, el efecto del capítulo de la migración de los ñu, una vez pasado el momento en el que los cocodrilos, (que yo creo que son los mismos desde que por ver primera vi un documental parecido, ya con seis ó siete años y me dejara marcado) empezara a cumplir con su impagable cometido.
El calor que entraba en forma luz solar por los ventanales del salón, ayudaban a la imagen idílica del que duerme una siesta placentera… Sería un perfecto anuncio. El sueño entraba en mi cuerpo que empezaba a caer de manera caprichosa en los tentadores brazos del sofá…
Creo que era un sueño, porque todo empezaba perfecto. Sin duda era ella. No le veía la cara, no reconocía el pelo, ni esos andares sensuales que tenía al moverse; pero era ella, porque en los sueños todo se mueve añadiendo imágenes que uno tiene en el subconsciente, y que le resulta agradables. Y como era mi sueño, tenía un pelo de color cobrizo con ondulaciones que le bajaban hasta casi la cintura; su movimiento sensual obligaba a bajar los ojos a su cintura para apreciar como se movía; su ritmo, ese ritmo que tienen las mujeres y que nos encandilan, lo tenía ella en superlativo.
Se alejaba de mi sofá, así que estiré mi mano, y la miré con deseo. Y ella, que debió escuchar esa mirada, paró su contoneante movimiento, se giró, y sonrió. Vaya sonrisa. El salón luminoso parecía que estaba en penumbra cuando ella deslumbró el espacio con su sonrisa.
Empezó a acercarse, con ese movimiento que la alejaba segundos antes, y que me tenía hipnotizado. Su vestido, como un velo, apenas marcaba su pecho, que parecía desnudo, sin ataduras. Me miraba a los ojos, con ojos pardos, grandes. Las manos de ellas me indicaban que venía a por mí.
Este sueño me estaba encantando. Tenía que seguir con él, o recordarlo al despertarme.
El caso es que tardaba en llegar; no recordaba que fuera tan largo el recorrido desde la puerta hasta el sofá. Pero el espectáculo era impresionante. Ahora parecía que sus manos llevaban guantes, y se los quitaba de manera sensual mientras se acercaba; tengo que volver a ver Gilda, para recordar mejor ese desnudo de manos…
Ahora se parecía más a la Jolie, pero no; seguía siendo ella… y ya estaba cerca del sofá.
En mi sueño me iba a seducir con palabras al oído, con palabras lascivas, con la lengua en mi cuello… Me encanta mi sueño…
Se acercó, tal y como soñaba, a mi oído…¡Eh!, que se le está saliendo la baba y me está manchando el sofá, que luego me cuesta limpiarlo, hombre
Quién dijo que los sueños son para cumplirse... Mentía…

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Woody Allen (Annie Hall)



Con él, no sé si lo he comentado en algún momento, descubrí el cine. El cine desde un punto de vista muy diferente. Descubres sentimientos que coinciden. Sensibilidades.
Descubres lo grande y difícil que es hacer cine tan bueno.
Me entusiasma Woody Allen. Y esta es una de mis películas de cabecera.
Una escena divertida.
Imaging

Esperaré


(Picasso. Mujer de brazos cruzados)

Azul… Líneas en el mar… qué profundo y sin domar…
La canción estaba de fondo. A menudo la tenía de fondo en mis cascos, mientras paseaba por la ciudad. Temor, amor de quemar, pon tus manos a volar…
No sé quien me dijo que tenía que ver con la adicción a las drogas… prefería redirigir la letra a otras cosas, a otras personas.
Tu mirada era de color pardo. Oscuro; mirada profunda y siempre intrigante.
Se cruzó con mi mirada hace demasiado tiempo… la veía al cerrar los ojos, imaginándote todavía, pensando si el rostro se había transformado, de niño a adulto.
Y hace mucho que no había reconocido en los rostros de los demás esa mirada. Antes, hace tanto tiempo de ello, buscaba esos ojos en el metro, en el autobús, en el coche que me adelantaba, en el que adelantaba yo. Hace tiempo que no busco. Un día me dijiste que si desaparecías de mi vida, sería de manera definitiva. No querías segundas partes. No querías volver a reencontrarme para descubrir que éramos dos personas distintas de las que nos reconocíamos a través de esa mirada.
La despedida fue por teléfono… la distancia entre nosotros era aún mayor que la que nos separaba la línea quebradiza que nos mantenía con una voz metálica una conversación de adioses.
Y tras colgar, mi mirada cerró la puerta, pero las lágrimas salían por las esquinas mojando mi rostro, y corriendo el rimel que todavía no me había quitado.
Lloré; tanto que, desde entonces, mis lágrimas están secas.
Y pasaron los días, los meses y los años… tu teléfono no lo descolgaba nadie, tu dirección estaba vacante. Habías dejado el trabajo.
El adiós era definitivo.
Y con el tiempo, dejé de mirar las miradas…
Gente… hay ángeles entre nosotros…la siguiente canción de mi mptres. Me encanta Presuntos.
El paseo se hacía agradable. Miraba el cielo frío de Madrid, en mi paseo por el retiro. El jardín inglés estaba increíble.
Me senté en el banco, en ese que siempre me sentaba.
Sola. Como siempre.
Vaya… Esperaré, también de Presuntos, esperaré a que sientas lo mismo que yo, a que a la luna la mires del mismo color…
Otros amantes, otros colores, sabores, miradas… no sé que tenía aquella mirada que ya no busco, y que no encuentro.
Igual alguien sabe que esa mirada es mía, y me busca.
Esperaré…

martes, 16 de septiembre de 2008

Adiós


(George Hendrik Breitner)

Adiós.
Adiós.
Más despedida que ese adiós no tenía sentido. Nos habíamos dicho todo lo que teníamos que decirnos. Estos años de desencuentros, de sufrimiento, de pequeñas alegrías, nos habían saturado. No sabía lo que decirle; él no sabía que decirme.
No fue, ni mucho menos terrible, vivir con él. Me daba lo que necesitaba. Me hacia sentirme mujer y querida, además.
Las atenciones, los detalles, los cariños, el amor, los juegos de cama. Él ocupó durante casi toda mi vida, quitando la infancia, mi mundo. Nada había sin él. Y nada era sin su presencia.
Sus bromas, sus cines, sus discusiones por lo divino y lo finito. Su imposibilidad de criticar a alguien por lo que era y por cómo iba vestido. Era la persona que necesitaba para que mi vida siguiera adelante. Y fuimos de la mano mucho tiempo. Quizá demasiado tiempo.
No era por lo que dejábamos de hacer. Ni por lo que hacíamos. Nuestra propia convivencia era la que nos llenaba de felicidad. Las cosas que se nos ocurrían, eran siempre compartidas. No había nada que él no soñara que yo no hubiera deseado antes.
Cómo digo, él era mi mundo.
Pero incluso el mundo tiene un final.
Un día, sin saber el motivo, sus bromas empezaban a no tener gracia. Su familia, de encantadora a pesada; sus deseos eran lastres para mí.
Un día, en una cena, nos miramos, sin saber qué ocultaban sus ojos. Y lo peor. Me daba igual.
Una noche, probablemente la misma que continuaba a la tarde, se acostó a mi lado un extraño. Y no quería amarle, y no quería hablarle.
Fui a un psicólogo, a un psiquiatra, a un médico, y nadie sabía porque ya no estaba enamorada de él.
Habría hecho algo. O yo a él.
No era posible. 20 años no significaban nada, de repente.
Él se dio cuenta. Mi comportamiento ya no era normal.
Ya no me quieres. Te quiero, pero no te quiero. ¿Podremos ser amigos? No… mi amor era más que amistad. No puedo ser amigo tuyo queriéndote tanto. Nos conocimos y nos enamoramos. La amistad vino después, o se contrajo con el tiempo. Pero lo apoyaba el amor.
Callamos.
El dolor subía por las extremidades hasta llegar al corazón, a los ojos con forma de lágrimas.
Todavía me pregunto porqué ya no le quiero.
Adiós, me dijo; adiós, amor…

lunes, 15 de septiembre de 2008

Masaje



(Paul Gauguin/Te tamari no atua )

Cerraba los ojos mientras la yema de sus dedos acariciaba mi espalda.
Recorría mi silueta sin apenas tocarme, creando dibujos, formas caprichosas; el lienzo de mi espalda estaba limpio para que pintara una y otra vez con los pinceles de sus dedos.
Sus movimientos excitaban mis sentidos y mis sueños despiertos. Los dedos por la nuca, por detrás de las orejas, por los hombros, despertaban cosquillas a mis sentidos.
A cada intento de que sus caricias fueran a recorrer otras partes de mi cuerpo, utilizaba la ligera presión de sus palmas, y un quieto que salía de su garganta.
Al rato, los dedos, cansados, se cambiaron por su lengua, áspera y suave, húmeda y ligera. Recorría el interior de la lengua, las curvas de mi cadera, el inicio de mi trasero.
Me estremecía, me excitaba.
Su cuerpo desnudo apenas rozaba el mío, notando su pecho, recorriendo mi cuerpo mientras su lengua pintaba nuevos cuadros.
Mi cuerpo pedía más…
Abrí los ojos con dolor. Me había quedado dormido después de la comida familiar, en la cama que ocupaba cuando vivía con mis padres. El gato, subido en mi espalda, decidió, por fin, que era hora de sacar las uñas.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Las Horas



Podría hablar de las sensaciones que esta película me produjo. Lo que me impactó. Sé que es una película que no causa indiferencia. Los hay que no la soportan. Soy de los que están en el punto contrario. Varias veces vista, y siempre emociones que me llenan el tiempo de esta película.
Imprescindible.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Las mañanas


(E. Hooper)

Me sorprendo en el reflejo del cristal cuando me reconozco. Mientras la miro a ella a través de la ventana, no veo mi reflejo; sólo la veo a ella. Siempre a las seis de la mañana. Ya no necesito reloj; estoy acostumbrado a levantarme para verla todos los días, durante esos quince minutos que la luz de su habitación ilumina mi cocina y mi mente.
Ella ya lleva un tiempo levantada. Lo sé. Sé que se ha levantado y se ha duchado… Lo sé porque la toalla siempre aparece en el suelo, casi siempre con esa forma que cae una toalla mojada, después de hacer la labor que tenía que desempeñar. Después de secar el cuerpo de ella. Yo sólo veo de ella las piernas, ni siquiera llego a la cintura… no sé más de ella. El patio interior nos separa, Yo en el octavo, ella en el séptimo. Persiana a media altura que me impide ver el resto del cuerpo.
A esa hora, en la que mi vida se detiene para ver la suya, para vivirla, los movimientos son rápidos, y seguros. Todos menos el momento de la crema… para la piel de las piernas. Veo como sus manos acarician esas largas piernas… con esa suavidad, con dulzura. Todos los movimientos son rápidos, menos el momento de ponerse las medias. Apenas se ven, deben de ser de color carne; veo el movimiento de las manos, como encoge una pierna, luego otra… veo las piernas enteras y como sus manos suben con una suavidad increíble las medias hasta… no sé más de sus piernas… no llego a ver más que eso… luego movimientos rápidos por la habitación, falda, casi siempre; hoy, color verde… corta, casi no veo su final…carrera… unos zapatos, otros… los deja en el suelo… los terceros.. Intuyo que se pone la blusa. Se acerca a una pared y se recoloca, será el lugar dónde está el espejo de la habitación… sale de ella… un rato de nada; vuelve… coge algo de la mesa; apaga la luz…
Esos momentos de lo que intuyo, de lo que no veo, de lo que sé; me podría quedar horas. Me imagino el resto del cuerpo viendo lo que puedo de ella. Me la imagino….
La luz del pasillo… mi padre se asoma por la puerta de la cocina. ¿Qué haces aquí, a estas horas? Pregunta con la mirada acusadora. Se acerca a la ventana y ve… no necesita más. Todos, cuando vemos imágenes así, no necesitamos preguntar. Vuelve a tu cama y que no te vuelva a ver haciendo esto. La intimidad de las ventanas es sagrada…
No la volveré a ver… estoy desolado.
A la mañana siguiente, ya despierto, a la misma hora,me encuentro en la cama, llorando en silencio por no volver a verla. Me duele el corazón… Oigo pasos, mi padre cruza de puntillas por delante de mi habitación, en dirección a la cocina… Cómo es mi padre, lo que hace para que yo no pueda hacer cosas prohibidas…

miércoles, 10 de septiembre de 2008

León


(Monet. La catedral de Rouen a pleno sol)

Subía por la calle que daba acceso a un mundo antes desconocido para mí.
Era una calle peatonal, amplia, llena de vida, aunque apenas eran las diez de la mañana. Terrazas para los intrépidos que eran capaces de soportar ese frío que cala hasta las vísceras. Alguno había, tomando un desayuno de pan con tomate… intuyendo que el café iba con gotas de licor. Tiendas de souvenir, de comidas típicas.
A pesar de lo ancho de la calle, y de la luz que la mañana esparcía por cada esquina, no la veía. Sabía que me esperaba al final de la calle. No quería subir con prisa. Había esperado tanto tiempo, que unos minutos más para saborear ese instante que tenía que llegar, no era nada.
Había soñado con su aspecto, con su altivez, con la forma tan armónica de su cuerpo. Me enamoré de ella en el instante que la vi, en una foto en la que, estaba seguro, no daba con su imagen real.
Creo que esperar 30 años era mucho tiempo, pero supongo que todo tiene que llegar en algún momento. Y a ese momento le quedaba apenas diez, cinco minutos. Se me aceleraba el paso a cada instante. Iba por el centro de la calle, pisando las conchas que sustituían hacía tiempo las flechas azules tan características del camino de Santiago. Esa calle era paso obligado. Era el paso que lo peregrinos llevan para encontrarse con ellos mismos. Y ese día era como mi propia peregrinación.
Paré, quizá a la mitad de la calle peatonal, para fijarme en una callejuela que se escapaba a la derecha; tenía un aire a las calles antiguas, oscuras, con un recodo al fondo, que más que intentar dejarla pasar, apetecía entrar para descubrir si, tras esa esquina, estaría esperándome algo, y que yo no lo conocería si no me adentraba…
Dudé, estuve a punto de meterme en ese recodo sino hubiese sido porque mi corazón me pedía que nos encontráramos con nuestro destino. Avance, quizá más despacio; tenía la sensación de que, si bajaba más las pisadas, tendría que hacer eses como los ciclistas para no caer.
Al fondo se veía la calle abrirse hacia la izquierda, apuntando a una plaza; mi mirada empezó a dirigirse a la apertura de la plaza para investigar si la veía.
Me la imaginaba con la luz iluminándole el rostro, dando mayor matiz a sus detalles.
No podía más, aceleré el paso, y empecé a verla. Primero el lateral. Una valla cubría su imponente aspecto… Los contrafuertes se adivinaban… me puse en el lado derecho de la calle, para mejorar la perspectiva… la torre derecha, ya está, ya la veo en su totalidad… un poco más….
Me paré. Entre la calle peatonal y la plaza que se abría, descubrí, mirando sobrecogido en dirección al cielo, toda la fachada de la catedral. Contuve el aire mientras las lágrimas salían con timidez. Era tal y como me la imaginaba… no… más. No sé si me impactó más la emoción de los instantes previos, la vista completa, su luz, su altura, la belleza de lo antiguo, ver ese rosetón.
La virgen blanca que estaba en la fachada principal no era la original. Sabía que el mal de la piedra se la estaba comiendo, como parte de una de las torres… Era otra de las visitas pendientes, era la visita a la mujer de la catedral.
Pasé al interior. Luz… Maldito coro… el rosetón iluminado, las vidrieras laterales dejando entrar luz por capas, por colores. Sobrecogedor… La virgen, casi adivinando el rostro, en el interior de una capilla. Silencio sepulcral.
Me senté delante del coro, maldito coro, justo en el crucero de la catedral. Mi encuentro con ella había sido emocionante. Me quedaré toda la mañana… igual no salgo a comer… quiero quedarme con los detalles… ¡Si fuera mujer!; pero no es; mala suerte.
Soy ateo, agnóstico, no sé… no creo en nada, probablemente en nadie. La belleza no tiene credo. Aunque esta catedral tiene su justificación por una idea, por una creencia.
Me quedaré un rato más… disfrutando de mi catedral.

lunes, 8 de septiembre de 2008

El Reflejo


(Salvador Dalí. Reflejo de cisnes)

Se reflejaba mi rostro en el espejo que me regalaba el agua quieta.
Intentaba concentrarme sólo en los ojos.
El resto de lo que veía lo conocía bien. Pero los ojos, que transformaban su color en el reflejo del agua, cambiándolos de tonalidad, eran nuevos para mi cara.
Mientras los miraba, me imaginaba si mi vida habría sido diferente con esos otros ojos. Si sería distinto mi caminar, mi forma de ver las cosas. Igual, si cambiaba el color de mis ojos, cambiaba las formas, los colores que hasta ese momento tenía como los reales.
Quizá.
Al rato de mirarme fijamente a los otros ojos, tuve la sensación de ser observado. De que me miraban y examinaban con detalle cada uno de los relieves de mi cara. Mi ojos, los míos, eran minuciosamente observados, intentando averiguar si querían decir algo. Me hipnotizaba mi otra mirada.
Al romper el espejo con un dedo que removió el agua quieta, y dejarlo en mil pedazos de ondas, pensé si esa vez, de verdad, me dio miedo pensar que podría haber descubierto porqué mi ojos llevaban la tristeza marcada en sus detalles.
Quizá ese reflejo me habría dicho porqué los ojos marcan el estado de ánimo del corazón.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

the savages (la película)(2ª parte)



Mi paseo de ayer se inició con esta película.
Me apetecía. La verdad es que llevaba tiempo queriendo verla.
Vaya. el padre tiene demencia. Uff. Me recuerda a algo vivido hace poco. No sé si podré. Bueno, tranquilo. Su padre no es tu padre. Mi vida no es la suya. La demencia, como cualquier enfermedad, horrible, distinta y parecida.
Espero que sea realmente buena... sufrimiento, mentiras, contradicciones, risas,enfermedad, muerte. ¿Por qué todos los enfermos se parecen tanto cuando llega el final, sea cual sea la enfermedad?.
Tenía que haber insistido con venir acompañado. NO. Los chicos no lloran. Y no quiero que me vean así.
Se muere, sin decir adios, sin decir te quiero... como el mío.
Recuerdo su mirada perdida; cuando le preguntaba encogía los hombros... espero que me entendiera... o no. Tampoco sabía que decirle. No sé si importa; ya no. La muerte, como la vida, no tiene vuelta atrás. Veo la desesperación en sus ojos al saber que aquello terminaba... Lo sabía, lo temía.
La película, bien...
Mi padre... como el de la película, muerto. Esperaré a que el tiempo cure el olvido.
Me sueno la nariz... Necesitaría un lugar para esconderme, un rincón, un jardín secreto.

martes, 2 de septiembre de 2008

el jardín secreto (el bar)(1ª parte)


(C. Monet. El puente japonés)

En la calle Conde Duque, de mi ciudad. Una esquina con, con otra calle que se abre a una plaza, que se abre a la gente que disfruta de los últimos días de verano. Olor a final de verano…
Siempre en penumbra. Ventanales abiertos por dónde asoman mesas, con sillas, llenas de gente.
Hola. Necesitaría una mesa; ya sé que está lleno. Mira la libreta. Tengo una mesa libre una hora. Fantástico, me vale.
Me siento. Me traes…. No gracias, no necesito la carta; un té que tenéis con Hierbabuena. Gracias.
El lugar, como siempre. Dicen, o es lo que en algún lugar leí, que todos los años venden el mobiliario para cambiar la decoración. Y sin embargo, parece que no ha cambiado. Como los camareros; a su aire; agradables, pero si no hay sitio, no lo hay.
Perdonad, el té. Mira que no soy de té. (Gracias)… pero es que este… es de esas cafeteras, no sé si las llaman italianas, que aplastas la hierbabuena para que no se mezcle la hoja con el té, pero que te deja todo el sabor, el olor. La intensidad.
Qué olor. No sé si tomármelo o dejarlo como una vela, para que desprenda el olor a té con hierbabuena.
Miro alrededor mientras muevo las dos cucharadas de azúcar moreno que le he incorporado a la taza, ya llena; qué bien, tendré cantidad suficiente para una segunda taza. No creo conocer a nadie. Me da igual en realidad; seguramente tampoco nadie me conoce. Pero me gusta ver, cómo espectador ajeno, lo que se respira, cómo viven los que están en el local, y lo que toman.
Música de Jazz; los ventiladores intentando aliviar el calor que producimos los que estamos dentro; mesas separadas lo suficiente como para oir, pero no para escuchar a las de alrededor; el tumulto lejano, no ruido populoso.
Hoy tengo mesa para uno, para mi cine, par el té con hierbabuena para dos tazas. Apoyo mi espalda en el respaldo de la silla.Disfruto del momento. Cada vez es más difícil verme solo por mi Madrid, haciendo cosas como estas.
Aunque busqué compañía. Me apetecía andar acompañado, leer entre dos, y reir compartido. Quizá, tras la película, más.
¿No lo dije?. Acabo de salir del cine… sí…
El jazz pone ritmo en mis oídos. Tengo la sensación de estar en una isla; isla de uno; otras alrededor, con dos, tres, cinco componentes en cada una de ellas.
Parece que sé del bar desde siempre. No. Lo conozco hace poco, Demasiado poco tiempo para disfrutarlo como se merece. Demasiado poco para llevar viviendo en esta ciudad tanto tiempo. Y nadie me dijo que este lugar existiera. Supongo que es ciudad muy grande para conocer cada uno de los rincones interesantes de su mundo. Y, a veces, tienes el tiempo necesario para descubrir un rincón más…
Otro sorbo de mi té…
Pensaba en el cine. En la plaza de enfrente. Cruzas la calle, pasas por debajo de la plaza y te encuentras en una calle estrecha, que parece desvinculada del resto, con dos cines, y una librería de cine, y bares para hacer tiempo, al salir o al entrar de ellos.
El cine tiene varias salas, pequeñas. La sala que me ha tocado creo que fue la primera en la que entré cuando me iniciaba en los mundos de las películas en versión original. La recuerdo igual, bueno, puesta al día, pero igual. Aquel día ponían “Remando al viento”, de Gonzalo Suárez … vaya… cuánto tiempo; tanto que no quiero ni recordarlo. La película, con actores ingleses, se rodó en inglés. Quien le diría a Hugh Grant, a aquel chaval, que poco después se haría tan popular.
Recuerdo con mucho cariño el cine de al lado, cuando no se llamaba como se llama… cuando tenía un bar, bajando las escaleras a la derecha. Era un bar de encuentros. ¿Dónde quedamos? En el bar del cine. Recuerdo charlas interminables con los compañeros de facultad mientras hablábamos de cine…Bueno; ya no existe el bar; supongo que una de las salas del cine es más grande.
Me voy a pedir otro té con hierbabuena.
El cine, con pocos espectadores, la chica de la taquilla siempre encantadora; sala cuatro; 6,80 euros…. No diré nada de lo que vale el cine ahora. Apenas 4 parejas… y un hombre que, como yo, tenemos el día para nosotros.
La película… no sé porqué, tenía ganas de verla; los actores, el planteamiento, no sé.
18:10 H o 22:30 H. No hay mucho dónde elegir, y en el último cine dónde lo ponen… 18:10 H.
Cambio de asiento, demasiado ladeado… un poco más cerca de la pantalla… me recoloco en el asiento.
A veces no hay como un día solo para ir al cine, para saborear la película…
La película… Me temo que eso es otra historia, triste, por cierto.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Tu sonrisa


(Henri Matisse)


Tú sonrisa me iluminó el alma.
Crecí con la sensación de que necesitaba de los demás una respuesta positiva por mi comportamiento. Que necesitaba una palmadita en la espalda, un, qué bien lo has hecho, para sentirme dichoso. Mi comportamiento positivo, era la clave para que me sintiera bien.
Nada conseguía ponerme tan feliz como la aprobación de los demás. Todos mis comportamientos eran en función de eso. Decían que, al llegar a la universidad, eso cambiaría. Que los profesores no te veían como una persona, sino como un ente que confeccionaba trabajos y realizaba exámenes. Que no valorarían mi sonrisa, mi forma de agradar para que las cosas salieran adelante.
Supongo que mi facultad era la más pequeña de las universidades de este país; los profesores casi te conocían por el nombre, ayudaban y colaboraban en mi formación, y la palmadita en la espalda la seguía teniendo.
Mi vida, mis novias, mis ex-novias, mis amantes y mis ex-amantes… mi jefes y mis ex-jefes. De todos, incluso cuando dejaban de ser lo que eran, y por los que los conocí, tenían que seguir viendo que en mi tenía el comportamiento que debía. Era fiel a mi comportamiento. Y eso me hacía sentirme bien.
Un día, descubrí que, a pesar de lo fantástico que era, no podía agradar a todo el mundo. Que había personas que no me soportaban, que dolía mi sola presencia. Descubrí también que en mi mundo, personas de las que quería su palmadita en la espalda, me producían llagas con solo tocar mi piel.
Descubrí, al fin, que mi comportamiento no se llevaba bien con mi carácter. Que, en muchas más ocasiones de las que quería, hacía cosas que me revolvían las tripas, sabiendo que eran las que debía hacer.
Mi mente se revelaba. Dejé de sonreír; contestaba a destiempo, y malhumorado, porque mi cuerpo y mi mente se encontraban en permanente conflicto.
Mi vida se convirtió en un sufrimiento, para el que me fabriqué una máscara que transformaba mi rostro, permaneciendo mi mente y mi espíritu con la misma fuerza. Y funcionaba.
Se creían mis mentiras, se creían las mentiras de mi forma de ser y de estar. Sonreía estando triste, triste estando pletórico.
La vida seguía siendo la misma, mientras mi interior se transformaba.
Hasta que apareciste tú.
Eras sincera y desgarradora, decías lo que pensabas, y eras consecuente con tu manera de ser. Vivías convencida que tenías que ser feliz. Y no pasaba nada. Supongo que la convicción de ser quien eras, sin importar lo que eran los demás, y teniendo en cuenta que tus convicciones eran lo que te sujetaban, te hacían más fuerte. Y más feliz.
Y sonreías. Sonreías desde dentro. La sonrisa, y la tristeza que salían de ti, eran el reflejo de tu alma.
Cuando me miraste, lo hacías con dureza; veías la careta que llevaba, y no te gustaba. Veías los ojos de detrás de la careta y no decían lo mismo.
Un día, me decidí a quitarme esa careta, te miré a los ojos, y, al reconocerme, sonreíste. Y me iluminaste el alma.