Baje con el coche por esta carretera y en el primer cruce que se encuentre, hay un camino que puede tomar para hacer el recorrido andando. Unas 4 horas ida y vuelta.
Había decidido que había que caminar, y no solo por las calles de la ciudad. Ya está bien; hay que salir de la ciudad.
Siempre me salen dos opciones cuando pienso en un recorrido fácil, cómodo y que conozco... Subir hasta la silla de Felipe II y realizar el camino marcado desde allí, o ir a Sepúlveda. Opté por esta alternativa. Si al final me arrepentía de mis propósitos, siempre podía acercarme a uno de mis lugares mágicos.
Salí decidido de la oficina de Turismo, monté en el coche y en apenas unos minutos estaba aparcado y decidido a pasarme 4 horas andando entre el silencio del campo y el río Duratón.
Me pusé las botas (esas que siempre pienso que me salvarán de un mal paso), me coloqué la mochila llena de agua y me puse en marcha.
Cuando inicio estos recorridos siempre espero que los dueños de los perros tengan la prevención de haberlos enseñado bien y que no me salten al cuello por ir solo y en silencio...
Aunque era pronto, notaba ya que el día iba a ser asfixiante. El final de julio siempre lo es. Pero, por una vez, planifiqué la ruta con antelación... gorro, agua, un bocata de queso y tomate... y ¿la toalla? Mierda... la toalla. Cuando la cabeza empieza a decirte que algo falta... Da igual. Ah, y la camiseta de repuesto para cuando vuelva y deje la sudada... bueno, dos cosas.
Podría haber recargado el móvil, la verdad. Lo voy a apagar. Así solo lo usaré si necesito llamar por una urgencia. Pero, ¿y las fotos? Desde que tengo este teléfono, que me saca mejores fotos que el armatoste de cámara que tengo, ya solo uso el móvil. Venga, solo en modo avión. Sigo...
Pensaba en el desastre que soy. Siempre había algo...
Por fin me centré en el paseo. Parece que es conveniente ir en silencio (en eso no tenía problemas) porque los buitres estaban en el proceso reproductivo en esa época (suerte ellos que tienen una época al menos) y no ir dando patadas a todo o haciendo ruidos que les molestaran. Si ellos supieran lo bien que estamos conservando el medio ambiente...
Pero siempre llaman la atención. En un risco, con las alas desplegadas para acumular calor, se veía a uno que ya desde lejos parecía majestuoso. Menudo tamaño tiene.
La primera vez que hice esta ruta, me sorprendió el aleteo de uno de esos impresionantes pájaros, justo antes de posarse. Me sorprendió. Era normal ese sonido, pero la verdad es que estaba esperando que todo en su mundo fuera más silencioso. Creo que nunca les he oído emitir ningún sonido.
Al pensar en eso, como un resorte en el pensamiento que te abre el canal del sonido y te lo sube de volumen, empecé a darme cuenta que no solo había buitres en silencio... Un montón de pájaros más pequeños estaban en los chopos inundando, junto con el sonido del agua, todo con música. La música de la naturaleza.
Al darme cuenta paré. No solo porque llevaba una hora a paso rápido, si no porque pensé que si me paraba los sonidos aumentarían. Yo era ruido para ellos y sus comunicaciones. Hacía interferencias.
No sabía qué pájaros habitaban allí... Vi una vez un petirrojo (sé que lo era por el pecho rojo) pero, o llevaban un cartel, o me sentía incapaz de reconocerlos) Sabía que había ranas, y anfibios de distintos colores.
Así que, para qué quería el móvil, si no era para esto. Quité el modo avión. Vi que no tenía cobertura y me subí a un pequeño risco. Ahí, mientras seguía con los sonidos de fondo, aparecíeron dos tímidas lineas de cobertura.
Bichos en el rió Duratón... no, bichos no. Aves... Vaya...¡¡menuda fauna!! si menos avestruces hay de todo...
Me encantan los buhos, pero no creo que vea a estas horas. Águilas, cernícalos, jilgueros (ay mi padre, cómo le gustaban), mirlos. Estaba encantado de saber que había tantos y no podía verlos. Un zoo habría que poner, pensé en tono irónico.
Ruiseñores... Vaya. Me quedé parado en los ruiseñores.
Vaya, dije en voz alta.
En ese momento pasaron por delante dos caminantes mucho mejor equipados que yo, y a los que saludé. les seguí con la mirada y volví a los ruiseñores.
Igual que a veces los olores te llevan a un lugar concreto, la palabra ruiseños me llevaba a lugares que están recogidos en mis pensamientos. Un libro, una película que me sedujo. A Atticus. A Finch.
Veía la cara de Gregory Peck con mirada paciente.
Esa imagen de niños metidos en un neumático dando vueltas.
De la rabia, interpretada por un perro; esa enfermedad que en la época en la que vivíamos pequeñas vacaciones en los pueblos, nos la anunciaban como la ENFERMEDAD.
Pensaba en la fragilidad de ser humano. Aparentemente fuerte y que algo inesperado puede quebrar todo lo que es.
Y pensé en una sonrisa. A veces solo una parte del cuerpo se queda en la memoria. Piensas que quizá si volvieras a ver a esa persona después de muchos años, su sonrisa nítida aclararía ese rostro que tenías en penumbra.
Me quedé sentado un rato con los sonidos de fondo. Sonreí... Tengo que venir más al campo. Me sienta bien.
Me levanté y me volví casi a la carrera al coche. Quiero tener esa sonrisa en mi mente cuando me siente frente a la ermita. Acumular recuerdos a los que siempre quiera volver.
Cuando apareció la Ermita frente a mi... con un calor insoportable, mientras los buitres me sobrevolaban intentando pillar una corriente de aire ascendente, me paré en seco. Volví a sonreir. Otra razón por la que volveré aquí... La sonrisa del ruiseñor.