lunes, 29 de diciembre de 2008

Llegó tan hondo el beso



(Salvador Dalí. Premonición)

"Llegó tan hondo el beso
que traspasó y emocionó los muertos.

El beso trajo un brío
que arrebató la boca de los vivos.

El hondo beso grande
sintió breves los labios al ahondarse.

El beso aquel que quiso
cavar los muertos y sembrar los vivos."

(Miguel Hernández.
Cancionero y romancero de ausencias)

martes, 23 de diciembre de 2008

Feliz Año (El apartamento)



He pensado en unas navidades ideales, y me ha venido a la mente la última escena de "El apartamento". No sé si este es el ideal de fin de año, pero seguro que lo es si se comparte con la persona que amas.
Que el 2009 sea mucho mejor que el 2008. En mi caso, salvo entrar en este mundo y conocer a personas increibles, creo que con poco lo mejoraré.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Sueños antiguos/ Los Puentes de Madison



"Los viejos sueños eran buenos sueños.
Nunca se realizarón, pero me alegro de haberlos tenido".

Ella se levantó, en dirección a mi mesa, después de pasarse varios minutos mirándome con descaro; mientras andaba con esos andares que dan los tacones altos en las mujeres, no dejaba de mantener la mirada en mis ojos. Yo, ya desde nuestro primer y fallido cruce de miradas, y una vez que me hipnotizó con la suya, no pude dejar de mantener en mi retina esos ojos marrones, pequeños, pero que atravesaban mi mente, y mi deseo. No entendía muy bien porqué esa espectacular mujer venía hacia mí; y porqué me había hipnotizado. En un descuido de mis ojos, bajaron a su pecho, su cuerpo, para descubrir que no era solo la mirada la que podría hechizarme.
Las miradas, todas las miradas, la desnudaban; aunque sólo con la mía, mantenía una enfrentada lucha, de la que, estaba seguro, iba a claudicar. Se paró enfrente de mí, se agachó como para decirme algo….
Siempre sonaba el despertador, el puñetero despertador, para dejarme a medias en el sueño que, regularmente, se repetía. Cuando llegaba con alguna décima de fiebre, y me acostaba con el calor de una taza de leche con cacao bien caliente, siempre, durante algún momento de la noche, generalmente antes de sonar el despertador, aparecía aquella impresionante mujer.
Y nunca me logró decir nada en ese sueño.

Era un habitual de las páginas para conocer mujeres. Era un mundo increíble en el que uno se encontraba con todo tipo de personas, y experiencias cibernéticas. La verdad es que estaba deseando llegar a casa y ponerme a encontrar a la mujer de mi vida a través de ese instrumento, que durante las horas laborales era mi torturador. Yo no entraba a hablar con ellas, sino que esperaba a que mi perfil, sin foto, les atrajera lo suficiente…
No daré detalles de quienes eran, cómo se comportaban, aunque reconozco que me encontré con amigas, confidentes, y seres extraños también.
Pero después de meses sin concretar una cita, decidí que me iba de allí, que estaba cansado de encontrarme solo en casa delante del ordenador, sin nadie a quien mirar a los ojos. Así que ese día, ese sábado, iba a ser el último día de mi chateo. Apareció una invitación a chatear, y acepté. Un año mayor que yo… frases inteligentes en su perfil; conversación agradable… vaya, pensé, igual me quedo algún día más.
Después de varios intentos por parte de los dos, por fin, después de casi dos semanas, encontramos un lugar para nuestro encuentro. Un café, de los de toda la vida, en la glorieta de Bilbao; lleno de mesas de mármol, espejos en las paredes, y sabor antiguo. A las seis y media, pregunté; allí estaré.
A las siete menos veinte entré en el café. Y en el momento de entrar, me di cuenta de que no habíamos quedado en ningún tipo de truco para reconocernos (rosa en el ojal, que no tengo; el libro de este autor que nos gustaba tanto; un clinex en la cabeza…) y mire, sin mirar, para ver, sin ver, dónde podría haberse sentado.
Cómo no vi nada en mi mirada a las mesas del café, decidí sentarme en una esquina, junto a la ventana, por si veía a alguien tan nervioso como yo buscando a alguien… como yo.
Café con hielo, por favor, pedí. A las siete de la tarde un café, pensé; estoy atontao.
Al rato de que me sirvieran, y un poco más tranquilo, inspeccioné las mesas. Era tardísimo, y si no había llegado, no vendría ya.
Señores jugando al ajedrez, la lectura serena de un señor ojeando un periódico; dos universitarios repasando apuntes… y una mujer sola; no muy lejos de mí.
Mi corazón se paralizó. Pelo castaño, corto, y unos ojos marrones como los de mi sueño. Y me miraban a mí, y me miraban igual. Y se levantó igual, y se me empezó a acercar con esos andares que dan los tacones altos en las mujeres.
Y empecé a temblar.
Mi sueño se iba a cumplir; iba a escuchar lo que tanto tiempo estaba esperando oír, y en el momento adecuado.
Llegó al pié de mi mesa, y antes de que empezara a hablar, me puse en pie.
Hola, soy Ima; le dije sonriendo.
Hola. Se te ha caído la cartera, y venía para que la recogieras para que no se te perdiera…

Al rato recibí un mensaje en el móvil: “ lo siento, un problema a última hora me ha impedido llegar a la cita. Nos vemos. Un beso”.

Ahora, desde hace un tiempo, si tengo fiebre, no tomo leche con cacao… y el despertador lo pongo antes, por si puedo evitar soñar.

(Por si desaparezco de nuevo:

Feliz Navidad... Y que se cumplan vuestros... Sueños.)


martes, 16 de diciembre de 2008

Luces de navidad



(Alfred Sisley- Nieve en Louveciennes)

Las luces de las calles en navidad siempre me parecen menos luminosas a cada año que pasa.
Igual es la crisis, que ha obligado a los ayuntamientos, a las asociaciones, a quitar bombillas.
También me parece que, cada año, hay menos gente por las calles haciendo las compras compulsivas de todos los años; aunque igual es la crisis. O igual es que somos menos.
El olor a castañas asadas del quiosco de la esquina, impregna el alma de todos los que andamos por las calles por donde deja el aroma. Hay ciertos olores que me llevan a pensar en los tiempos en los que mis padres paseaban conmigo por esas mismas calles, con mi verdugo puesto, y con la ilusión en forma de paje real.
Ahora me detengo delante del quiosco de castañas asadas, sopesando si me merece la pena comprar a precio de oro la decena, que ya ni docena, de castañas pilongas y quemadas.
Sólo es en las navidades, el tiempo en el que mi pasado se hace más presente; y mi futuro más incierto. Es el tiempo en el que lo amargo del año se concentra en mis pensamientos.
Hoy no recuerdo mis vacaciones en Asturias, ni el fin de semana en esa pequeña habitación del hotel de León… Hoy tengo presente las ausencias que el año pasado no tuve. Las pérdidas, los desengaños, la tristeza acumulada que voy tragando a sorbos de cava y uvas. Las promesas incumplidas; las promesas por incumplir.
Sólo la imaginación de una niña, que enfrente de un escaparate lleno de muñecos, describe con desbordada ilusión la cantidad de ellos que quiere que le traigan los Reyes Magos, me hace caer, como todos los años, que las navidades son para ellos; para los niños. Que lo único que espero de las navidades es la mañana de Reyes.
El frío me obliga a subirme el cuello del abrigo y a encoger los hombros intentando concentrar el calor que todavía tengo, dentro de mí.
Y el caso es que hace menos frío que antes. Ahora no nieva como antes, ni el invierno es tan largo y duro como antes. Igual también es la crisis.
Aunque me temo que, según voy caminando con mi soledad por las calles, se me hace más claro que, el que no es como antes, soy yo. Aunque creo que no es la crisis; quizá sea culpa del pasado, o del presente. O que la historia de nuestra vida, nos mueve a la transformación de lo que somos, incumpliendo, en algunos casos, lo que prometimos ser.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Blade Runner



Una de las escenas más famosas de la película. Durante mucho tiempo la he recordado sin poder verla en el cine. Hace unos meses, tuve la oportunidad de disfrutarla en un cine, en versión original...
A mí me sigue pareciendo una de las grandes películas de ciencia ficción de todos los tiempos.
Si no habeis tenido la oportunidad de verla, y os llama la atención esté género, merece la pena que la disfruteis. Y si os gusta Harrison Ford, entonces es imprescindible.
Imaging
(siento mis ausencias, que en navidades serán prolongadas... Espero volver de tanto en tanto, y espero que las musas me acompañen). Y que vosotros sigais ahí...

jueves, 27 de noviembre de 2008

Killing Fields



Me atrajo la historia, y la música de Mike Oldfields.
Duras imágenes de una guerra, que, como todas, son desastrosas. Me quedo con la amistad que se transmite entre los escombros de la realidad.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Otra oportunidad



(Hopper. room sea)

Encendí la luz de ese portal desconocido.
Las llaves prestadas de un amigo, que prestaba su casa vacía de vida, para ciertos amigos que huían de su pasado, de su presente.
Era una primera planta, así que, aunque la maleta, con mi vida dentro, pesaba, decidí que las escaleras eran una buena opción.
Planta 1ª, puerta 4… La llave de puerta blindada; un giro, dos, tres, y la puerta se deja abrir; recordaré el número de giros durante un tiempo.
La casa parecía pequeña. Pequeño hall con puerta enfrentada que daba a la cocina, y a la derecha un pasillo para habitación y baño. El salón, a la izquierda.
Estás en tu casa, me dijo mi amigo. No lo parecía, pero tenía un lugar para cobijarme esas noches. Quité unas sábanas fantasmagóricas que ocultaban del polvo los muebles. Tras acumularlo en una pequeña montaña blanca, me acerqué al mirador del salón a mirar la calle estrecha y oscura.
El silencio era atronador. La vida parecía callada.
Las tres de la mañana… debería dormir, y callar también mi cabeza de pensamientos contradictorios.
A pesar del paisaje que se presentaba ante mí, mi vida acababa de tomar otras riendas. Mis riendas. De repente, ese silencio era voluntario. No había más incomodidades que las que mi conciencia me dictara. Y sonreí.
Hay vida después, eso seguro. Y puedo tomar conciencia de quien soy, y de lo que quiero hacer. Este tiempo que he cogido será definitivo.
La mañana siguiente amaneció temprano. Apenas las seis de la mañana y mi cabeza hizo las veces de despertador. Era sábado, y sin embargo, no tenía nada que hacer, salvo rehacer de nuevo mi presente y mi futuro.
Bajé al café que vislumbré a mi llegada; recién abierto; un café… sólo.
Tendría que aprender a vivir en soledad. A vivir con silencios; a aprender que la vida es para vivirla conmigo; y que para eso solo hacía falta sentirme bien con mis decisiones. Con mi forma de ser coherente.
Ya a media mañana de mi nueva vida, en ese sábado que era primero de año para mí, recibí un mensaje en el móvil. Era de él.
Al leerlo, Tuve la sensación de que mi vida ya no me pertenecía. Que todas las decisiones pasadas eran mi vida, aunque ahora no fuera feliz con ellas. Y que a mi hijo, y solo a él, le debía otra oportunidad.
(Mi paso por otros blogs amigos, como el de Mencia, me ayuda a encontrar relatos y sentido a las frases que navegan en mi pequeño mundo.)

Cosas que diría con sólo mirarla


Película de actrices. Del 2002. Dirigida por Rodrigo García (me temo que siempre llevará la coletilla de ser el hijo de Gabriel García Márquez).
Hoy me vino a la memoria. Película con grandes actrices, y con pequeños y duros momentos. También sirvió para reencuentros; con el cine, y con personas.

Violencia


(Forges, viñeta El país 25/11/2008)

Como persona, como hombre, me siento avergonzado de estas actitudes. Algún día, la educación que ahora se da a los niños, tendrá sus frutos. Creo que todos podemos contribuir a intentar que esto se acabe.
Aunque soy pesimista.

martes, 25 de noviembre de 2008

Frío interno


(Atardecer en otoño. Nolde)


Era un vino blanco, verdejo. Lo pedía siempre que iba a ese restaurante; fuera solo o acompañado.
Aquel día iba acompañado. Nos habíamos cruzado en alguna reunión de su empresa y la mía, y siempre coincidíamos en sonrisas y bromas. Siempre teníamos conversaciones tras las reuniones, que no trataban de trabajo. Saber del viaje de las vacaciones, de si estaba casada, de si yo salía por tal o cual barrio.
Un día, tras una de esas reuniones, me avisó que cambiaba de departamento, y que seguramente no coincidiríamos más.
¿Comemos un día? Le pregunté alardeando de un ímpetu osado que no correspondía a mi timidez. Rápidamente contestó que estaría encantada… si pagábamos a medias. Vale…
El jueves, a las dos y media.
Eran las tres menos cuarto y estábamos ya delante de las copas de vino, y brindando.
Por tu nuevo empleo… Lo he pedido por ti, me dijo. No entiendo.
Cada vez que te veo, me apetece estar contigo; no dejar de hablar y de mirarnos a los ojos. Acercarme a ti. Cada vez que nos rozamos, por estar sentados juntos, o al saludarnos o despedirnos, me suben las pulsaciones y me da ganas de olvidarme de los de alrededor y besarte.
Me quedé con la copa en la mano, mirándola con incredulidad, sabiendo que era una declaración a la que tenía que responder… Cogí su copa, y junto a la mía las coloqué en la mesa… el silencio cortaba. Ella esperaba una contestación…
En el momento en el que me acercaba a ella para besarla, una voz desde otra mesa, alejó un segundo mis pensamientos sobre ella.
Mi compañero de departamento… estaba en el mismo restaurante, en una mesa cercana, y no le había visto. Con otra persona.
Juan, hombre, qué sorpresa… qué tal si unificamos la mesa, decía mientras se sentaban y se bebían mi vino blanco, verdejo.
A partir de ese momento, la conversación deambuló por trabajo, sonrisas forzadas. Yo me fui agachando y desapareciendo en la conversación. Al terminar la comida, mi compañero se ofreció acercarla a su oficina, e insistió hasta que ella aceptó.
Al rato, me encontraba solo en mi mesa. Pedí una copa más de vino blanco, y mire a su silla vacía. Igual habría sido el amor de mi vida, pensé. Igual el amor de una tarde de primavera. El vino sabía diferente. No era afrutado sino amargo; el sabor amargo del futuro sin cambios.
Al salir del restaurante, cabizbajo, en dirección al parking, noté el frío que entra y cala los huesos. Las hojas caían con la danza del aire que crecía en las esquinas. Sonó el móvil. Hola. Hola. Quería terminar la conversación. Espero que seas feliz, le dije. ¿Y de lo que hemos hablado?¿no vamos a continuar con conversación? Me preguntó.
No sé que decirte; es difícil; los dos tenemos mundos distintos, vidas complicadas, le mentí… Ya…Bueno, adiós. Adiós.
El frío de otoño anunciaba el invierno, aunque tenía la sensación de que el frío salía de dentro.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Como si...


(Emil Nolde, mar en otoño)

Cómo si mi vida no tuviera alma.
Caen las hojas en el camino
y no tengo claro el camino a mi casa.
La casa en la que me dejé el alma.
Mi vida transcurre por otras sendas.
Sendas claras, sin peligros, sin sorpresas.
Dónde nada se esconde tras la curva, ni
nadie te sorprende y anima mi ser.
Me acostumbré a vivir por sendas claras,
asfaltadas de afectos, dónde los baches se
perciben fáciles de sortear.
Mi vida transcurre tranquila; amable, dulce,
sin tensión, con amor suave; sin estridencias
Ni alardes que una montaña rusa pudiera alterar.
El camino a casa, salpicado de hojas, barro
Y dolor, no lo encuentro.
Y no sé si sabría reconocerlo. Quizá me
diera miedo viajar por él, sabiendo que quizá
los afectos se vuelvan incontrolables,
y la tranquilidad fuera alterada por la vivencia
de una vida de extremos, sin término medio.

viernes, 21 de noviembre de 2008

El coscorrón


(Rafael. Academia de Atenas)

Decía Aristóteles que la virtud está en el punto medio. Que los extremos, finalmente, terminan por parecerse, por tocarse. Que el amor más extremo, llevado a las últimas consecuencias, se podía transformar en odio.
El día que me dio con sus nudillos en mi cabeza el profesor en clase de sociales, por hablar con mi compañero Manuel, en el colegio, pensé que odiaría siempre a aquel hombre. Le miré con un odio extraordinario. Nunca había sido capaz de prestar atención a sus clases. No es que fueran aburridas, que no lo eran, al menos si lo comparábamos con Don Emilio, el profesor de latín; pero tenía un timbre su voz que, si lo poníamos a la primera hora de la tarde del lunes, después de comer, adquiría la melodiosidad de las sirenas; suficiente para dormirme apoyado en el brazo izquierdo.
Esa leve inclinación al lado izquierdo me permitía ocultar mi cabeza de la mirada del profesor, que apenas se levantaba de su mesa en toda la hora.
Pero aquel día no… aquel día, que además le estaba preguntando a mi compañero por la lección que estaba dando, estaba de pie…. Se acercó por la retaguardia, y me dio el coscorrón… ¡Dios! Cómo picaba.
Desde aquel día, en un empeño sin par en otras asignaturas, me empeñé en aprender en su clase más que él. Quería pillarle en su terreno. Quería hacerle esa pregunta que un profesor debería temer. Esa pregunta en la que se quedara mudo. Que no pudiera responderme. Y yo, con aspecto triunfante, me sentaría lentamente en mi pupitre, sabiendo que la venganza de mi odio estaba satisfecha.
Pero aunque me preparaba las clases como ninguna, y, le asediaba con preguntas, no vacilaba en ningún momento. Siempre se regocijaba de mis preguntas, y se extendía en la explicación… Mi odio aumentaba.
Se aproximaban los exámenes finales, y mis ojos estaban inyectados en sangre, cuando le veía en el patio con otros profesores, o cuando tenía que darle los buenos días, al cruzarme en el pasillo de las aulas. Pero no podía con él.
El examen lo preparó con mala leche; las preguntas finales eran terribles; pero las sabía todas… Me extendí como con ningún examen.
El día que repartían las notas, en el aula magna del colegio, me nombraron para bajar al estrado, y recoger mis notas. Me las daba D. Emilio, el profesor de latín. Cuando me disponía a subir a mi asiento de nuevo, el profesor de sociales, me indicó con el dedo que me acercara a él. Estaba sentado junto al profesor de lengua, y el de filosofía.
Sr. Esparza, quería decirle que me siento especialmente orgulloso de su trabajo en mi asignatura; ha sido el ejemplo en otras clases, por su empeño y perseverancia…
Hace poco, dando un paseo por la feria del libro, me encontré con él. Estaba dando un paseo con su mujer… Me recordaba; ¡Sr. Esparza! Qué alegría verle… Le di un abrazo enorme. Y es que, cómo quería a mi profesor de sociales…

jueves, 20 de noviembre de 2008

Todo sobre mi madre (P. Almodovar)



Creo que la tengo como la mejor de las películas de Almodovar. Otras, como Matador, o Átame, Mujeres al borde..., o Volver me parecen excelentes. Sin embargo, aquí, la interpretación de las actrices, y la fuerza de la película, marcan, desde mi punto de vista, un cambio en las películas de Almodovar.

martes, 18 de noviembre de 2008

Mal día


(Van Gogh. La siesta)

Nuestra vida es un infierno. Así no podemos seguir.
Mascullaba mientras el taxi avanzaba con una lentitud increíble en el atasco.
Llevaba ya, a ver, hora y veinte minutos. Un infierno. Perdía el tren avión seguro. Pero la discusión me llevó a salir a las tantas. Y en el metro no podía llegar; la única posibilidad de llegar al aeropuerto era en taxi. Pero claro, no era mi día. El taxista se adentró en la maravillosa telaraña que rodea a la ciudad en hora punta.
Y si perdía el avión, perdía la oportunidad de llegar a tiempo a la reunión.
Si es que mi vida es un infierno. Así no puedo seguir.
La reunión, si salía como tenía planeado, me llevaría a garantizar un contrato con una empresa fundamental para quien trabajaba. Y un ingreso extra para mí.
Por fin… Terminal 2… igual tengo suerte. Cómo no tengo que facturar; igual me da tiempo…Señorita, el avión a Palma, por favor… Salió. No, Usted no me entiende. Le entiendo, salió.
Ahora si que mi vida es un infierno. No puedo seguir.
Menudo fracaso. Ella me echó de casa, no cojo el avión… mi reunión… mi jefe. Mi trabajo.
Las cinco de la tarde, en el aeropuerto, sin avión.
Perdone, señor, me dijo… (Cómo odio que me llamen señor, tengo 40 años, joder… mal llevados, pero solo 40 años. Señor era mi padre) ¿iba a coger el avión de Palma de Mallorca? Sí. Era el que iba a coger hasta que se fue sin despedirse de mí.
Es que ha tenido que volver por una avería; y van a cambiar de avión. Quizá pueda volver a intentar.
Mi cara ya no era un poema, era el rostro de quien había vuelto a encontrar sentido a su vida. Gracias, señorita; de nada, Señor (Dios, ¿por qué Señor?).
Ya en el avión, sentado con un zumo de naranja asqueroso en la mano, y con un señor sudoroso a mi lado, me preguntaba porqué la vida tenía estos giros.
Mi vida va a cambiar. Este viaje me cambiará. No podía seguir así.
Cuando llegué a Palma, cogí otro taxi. La reunión empezaba en 20 minutos. El tiempo justo. La señorita Paloma, por favor, le dije a la secretaria. Un momento, Señor.
Ella salió con decisión de su despacho y me tendió la mano con fuerza. El Señor García, supongo, llámeme Enrique. Pasé dentro. La reunión parece que se reducía a dos personas. Ella y yo. Qué buena perspectiva.
Señor García, perdón, Enrique. Su sonrisa me decía que esa reunión iba a ir muy bien…
Señor García, señor García, escuchaba de fondo… ¡Oiga!, ¡despierte! La potente voz de la señora de la limpieza me despertó de la siesta que cometía en la mesa del despacho del director.
¡Dios, las ocho de la tarde! Me ha dicho el director, decía, que no hace falta que vuelva mañana cuando se despierte de la siesta. Que mejor se la duerme en su casa; para siempre.
Mi casa. Mi pareja me había mandado con mi madre, al saber que le había mentido estos años, con mi vida y con su vida.
Salí a la calle, el aire frío de noviembre me despejó…
Qué infierno de vida.

Otra mujer (Woody Allen)



Se dice, y estoy de acuerdo, que Pedro Almodovar ha retratado la sensibilidad de la mujer como pocos directores. En sus películas se intuye todo lo que otros apenas esbozamos en nuestra mente.
Pero, si tuviera que elegir un director que ha llegado a la perfección en el conocimiento de los diferentes matices que transmiten las mujeres, este es Woody Allen. Ya habeis visto diferentes entradas con películas de él, en este blog. Esta es una de las películas que tengo entre las mejores que he visto, y la recuerdo con especial emoción.
Os dejo un pequeño trazo de la película. Además, en su banda sonora descubrí la música interpretada por George Winston.
No espereis en "Otra mujer" al Woody Allen de sus primeras comedias; es el Woody Allen que aparece para demostrar que es algo más que un comico genial; demuestra lo buen director que es.
Que la disfruteis.
(Estoy cogiendo un poco de aire con mi relatos... volveré, supongo).

domingo, 16 de noviembre de 2008

Historias de Filadelfia


Muy divertida. Esta escena inicial es de las que tengo marcadas en la memoria.
Los diálogos no tienen desperdicio.
Imaging

sábado, 15 de noviembre de 2008

El Apartamento (Billiy Wilder)



No sé si es por la prodigiosa capacidad que tiene de que nos podamos identificar con los protagonistas de sus películas; o por la maravillosa manera que tiene de conjugar los momentos divertidos, con los amargos y tristes. Pero me parece uno de los directores más completos de los que he disfrutado.
Esta escena es, sencillamente, magnífica.
Imaging

jueves, 13 de noviembre de 2008

Caricias


(Julio Romero de Torres. Retablo del amor)

Las caricias del primer momento, tímidas y apenas rozando su piel con las yemas de los dedos, produjo en ella un pequeño respingo, que no consiguió otro efecto que el de reclamarme más caricias.
Acariciaba su espalda con extrema suavidad; descubría, al paso lento de mis dedos por su piel, lunares, pequeñas cosquillas en la base se su espalda. Sus brazos se abrazaban a la almohada, con la cabeza apoyada y los ojos cerrados. Sus curvas se pronunciaban con esa postura, que parecía incómoda, tan arqueada la espalda.
Sus gemidos apagados al paso de mis descubrimientos, me decían que era exactamente por ahí por dónde tenía que pasar. A ratos, acompañaba un beso a las caricias.
Sus glúteos tenían la piel de melocotón a mi paso; sus piernas se abrían cuando mis manos acariciaban sus muslos.
La sensibilidad de su piel me hablaba y me indicaba por dónde seguir.
No sé el tiempo que pasó… no me cansaban las caricias; los pasos por su cuerpo, siempre eran diferentes. Poco a poco iba adentrándome en sus secretos. Poco a poco mis dedos se humedecían con su piel y con sus labios.
La lengua sustituyó a los dedos; estos se fueron a descubrir sus más íntimas formas mientras seguían los masajes.
El deseo se transmitía en los movimientos, en los gestos.
Hace tiempo que se marchó. Su olor todavía se sentía en las sábanas, y el recuerdo de aquella noche, en la memoria de mis ojos.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

El paseo


(Hopper)

El ruido que las dos personas que estaban detrás de mí en el autobús, me impedía centrarme en la lectura. Me tenía que haber traído los cascos. ¿No sabes lo que le pasó a Ernesto el otro día?... Cuchicheo… ¡Qué me dices! ¡De verdad, cómo está todo!
Espero que se bajen pronto. Y sólo son las siete de la mañana. Y seguro que podrían hablar de esa manera durante horas.
Como era de temer, me acompañaron hasta mi parada, con la suerte de que ellas continuaban. La luz tímidamente atravesaba las calles, y se iluminaba el mundo a mí alrededor. Cómo hago siempre que bajo del autobús, miro a los lados, como si tuviera que decidir por dónde ir, y después, emprendo mi camino.
Ya lo llevo haciendo varios días. Me bajo en el paseo de Recoletos, y recorro las calles, que empiezan a cobrar vida, después de unas pocas horas de cierta calma. Aunque en esta ciudad nunca se duerme lo suficiente. Recorría el Paseo de Recoletos, hasta llegar a la Plaza de Colón, y desde aquí, subía por la calle Goya.
Siempre me sorprendo de lo lento y tranquilo que parece todo a estas horas. Quizá el ruido de una cafetería, cuando la puerta se abre a tu paso, y se oyen las voces de los trabajadores tomándose el carajillo… O la puerta de seguridad de alguna tienda, que se queda a medio abrir, para que pasen sus trabajadores por el hueco que queda abierto.
Podría mirar, en esos momentos en las que las tiendas se encuentran vacías, si en realidad, hay vida en el interior. Asomarme por los escaparates, y, quien sabe, si encontrarme con la fiesta de los silencios, con los maniquíes juntando sus miradas inertes. Pero prefiero imaginarlo a pensar que fuera verdad.
Voy despacio… la calle, que se describe como una recta cuesta, me impide lanzarme a la carrera. Tampoco lo piden las horas por las que paseo la ciudad.
Al cruzar Velázquez, descubro abierto un bar, que en estos tiempos está de moda; es un bar de café, con un montón de mesas rodeando su fachada, que, como los cafés franceses, los clientes miran a la calle. Así, los clientes ven pasar la ciudad, y los viandantes, ven lucirse a los clientes.
A pesar de que, a esas horas, debería estar vacío, descubro con mirada de curiosidad, que tiene un cliente. Y me paro para mirar con detenimiento, casi con descaro. No suelo hacerlo, pero me sorprendió ver vida en ese café, a esas horas, sentado con cierta calma, a un cliente.
Mujer, cómo yo de edad… o más joven… no sé; no soy bueno para eso; quizá por que me da igual; parece que escribe. No sé porqué, mis pies me metieron en el café, dejándome plantado en la barra, cerca de su mesa. ¿Qué quiere? Un café, con leche, ¿Algo más? Ehhh… me quedé mirando a la barra, por si el donut podría ser de esta semana… No, gracias, sólo el café.
La miraba con descaro, casi sin pestañear. Estaba escribiendo despacio, como pensando la siguiente palabra. Tenía fecha; una carta. Mi afición a escribir cartas no era muy habitual verla en otras personas. Y ahí estaba. Escribiendo carta con pluma.
Perdona, si te interrumpo, interrumpí… Al acercarme, carta con letra azul, con pluma barata pero de trazo fina… Sé que es un atrevimiento, pero he entrado por casualidad, y me sorprende encontrar alguien escribiendo una carta, sin ordenador, y con pluma; como yo. Y no he podido evitar interrumpirla y conocerla.
Tenía los ojos enormes, verdes; el pelo de rubio teñido, con un color intenso, mezclado con la piel morena, dando contraste de colores que, en ese momento, me parecía ideal. Me miraba muy seria, con sus enormes ojos clavados en los míos. Yo utilizaba como defensa la mejor de mis sonrisas.
De verdad, discúlpeme; ha sido un impulso impropio, pero es raro encontrar ya a alguien que le guste disfrutar de la sensación de un paseo con la pluma por un espacio en blanco, y regalarlo después a quien escribes.

Según lo decía, me sentaba, sin quitar mi mirada de la suya, para no darle la oportunidad de mandarme a paseo; me sentaba a cámara lenta, por si ella hacía ademán de que sobraba, no estar demasiado sentado.
Escribo a mi hermana, le confesé. Vive cerca, pero tenemos la sensación de vernos poco, y que el teléfono no nos transmite nada más que las malas noticias. Por eso, hace ya unos años, que la mejor manera de comunicarnos es por carta.
Y tú… A una amiga, me dijo en voz baja. Hemos decidido que tenemos que utilizar todas las vías de comunicación para estar cerca la una de la otra.
Estuvimos hablando unos minutos más, de nuestra afición compartida…
Oye, le sugerí, te podría escribir una carta; el inicio de una historia contada con cartas. No sé; no te conozco de nada. En realidad tendría que estar cabreada porque no me has dejado terminar la carta. Silencio… déjame tu dirección. Ya veremos.
Gracias, adiós; adiós; ha sido un placer, le dije. No hubo respuesta.

Al cruzar Velázquez, descubro abierto un bar, que en estos tiempos está de moda; es un bar de café… A pesar de que, a esas horas, debería estar vacío, descubro con mirada de curiosidad, que tiene un cliente. Y me paro para mirar con detenimiento, casi con descaro. No suelo hacerlo, pero me sorprendió ver vida en ese café, a esas horas, sentado con cierta calma, a un cliente… pero no me pareció que tuviera que interrumpirle, y, además, seguro que me ignoraba.
Continué caminando mientras pasaba la vida; como empezaba a transformarse la ciudad, mientras pensaba que mi imaginación vivía situaciones mucho más interesantes que lo que pasaba en mi vida real.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Los ojos


(Diego Rivera. Retrato de mujer)


Los ojos pardos parecían iluminarse en la noche cerrada de la habitación sin luces; miraban fijamente en la dirección de los míos, como si estos estuvieran abiertos también a una luz que brotaba de dentro.
Sus manos se dirigieron a mi cuerpo desnudo, sin temer al desencuentro. Me cogió de la cintura y me atrajo a esos ojos. Escuchaba su respirar agitado, o quizá era el mío; no sé.
Se mezclaron las respiraciones; su aliento entraba en mí, y los míos los lanzaba, intentando que descubrieran todo su ser. Los ojos se cerraron mientras las dos bocas se abrían con desesperación. Las lenguas recorrían cada extremo de las comisuras de la boca. Tras largo rato de exploración, las bocas se separaron, ansiosas por volver, pero cogiendo fuerza para el siguiente arrebato. Los ojos se abrieron. Las miradas se desearon. Las manos circulaban libres por el cuerpo ajeno, destripando las cosquillas y erizando el bello.
La sensación de que el tiempo se había detenido, de que su cuerpo era mío, y el mío de los dos, solo acrecentaba mis ansias de ir más despacio, para aprender a leer su cuerpo a oscuras.
Al rato, tras más sondeos, más descubrimientos del cuerpo ajeno, su cuerpo se mezcló con el mío, los ojos se cerraron mientras el labio inferior se mordía de pasión.
Tras la larga lucha, mi mano se perdió en su pelo. Sus ojos mirando al cielo oscuro de la noche de esa habitación. Los míos a su opaco cuerpo.
Silencio. Oscuridad.
El tiempo ha pasado… pero no la luz de esos ojos pardos en la retina de mi memoria.

martes, 28 de octubre de 2008

Olía


(foto Imaging- El Retiro)

Olía a otoño, esta mañana. La hierba mojada, las hojas que caían, una tras otra, de los árboles que me acompañaban por el sendero por el que me llevaban esta mañana mis piernas.
Olor a tierra mojada, ruido de coches al fondo; mi paseo tranquilo parecía que iba desacompasado con la rapidez de la ciudad que se levantaba con precipitación.
Los pequeños momentos de las mañanas diferentes. Ayer todavía era primavera. Hoy casi es invierno.
El tiempo a mí alrededor tiene vida propia, mientras intuyo que, día tras día, el tiempo de mi vida se ha detenido. Pasan los momentos, los aniversarios, los otoños, y mi vida no cambia como quizá pensaba que cambiaba la vida.
El otoño cambia a invierno, mientras mi otoño dura un poco más. Lleva años viendo caer las hojas de mi calendario.
A pesar de todo, me gusta el otoño. Me advierte de su presencia, de su olor, y me advierte que la vida continúa. Y que hay que cambiar de estación.

lunes, 27 de octubre de 2008

Por el barrio


(Fernando Botero- Naturaleza muerta con libros)
Paseo por el barrio como si fuera nuevo.
Hace años que dejó de ser mi barrio, para convertirse en olvido.
Desde que mis padres lo abandonaron a su suerte, yo no había vuelto a pasearlo. Igual, en algún momento, me colaba por sus calles para engañar al tráfico. Pero pasó, de un día para otro, de mi barrio, a otro barrio de la ciudad. Cuando leía alguna noticia de sus calles, me paraba para intentar recordar si, en la calle del suceso que anunciaban, había estado en algún momento. Después continuaba mi lectura de titulares y me olvidaba de su nombre.
Pero una muerte me obligó a volver. Laurentino, el vecino amigo de mis padres, decidió dejar también el barrio, pero sin vuelta. Porque le conocía, porque no quería que mis padres fueran solos al funeral, les acompañé. Triste; como todos los funerales, y muy silencioso. Cada vez más frecuento funerales, y cada vez más me impresiona el silencio de las palabras.
Mis padres se fueron a su barrio, y yo, con tarde libre por delante, dejé que mis piernas me pasearan.
La mayoría de las tiendas que recuerdo no tenían ni el mismo tendero, ni las mismas ocupaciones; la ferretería era un todo a cero sesenta. Panadería nueva, pero menos personal. Mira, la churrería seguía tan antigua y aceitosa como siempre.
No olía igual el barrio. Ni su aspecto tenía el mismo color. Supongo que ver las cosas de más pequeño, te da una perspectiva diferente. Ciertas cosas las tenía al mismo nivel que mis ojos, ahora. Antes, la pastelería tenía pasteles que, desde abajo, parecían más grandes. La perspectiva, que no era la misma.
La que se mantenía intacta era la librería. Mis piernas se detuvieron delante de su escaparate. Siempre tan grande. Y no recuerdo que lo rompieran nunca. Supongo que los libros no son tan suculentos como para robarlos y ponerlos en la manta de la Gran Vía. El tiempo, supongo, obligó a la dueña a que fuera también papelería. Cuando apenas tenía doce años, entraba con la excusa de ir a buscar un libro que me pedían en el colegio, y la dueña, a la que supongo caí en gracia, me decía, pasa, y mira, rebusca, por si encuentras alguno que quieras leer. Pasaba horas, me tenía que mandar llamar a su ayudante, porque me perdía en la inmensidad de aquella librería, llena de sueños, que tenía delante de mí. Paraba y leía poesía, o un relato corto, o las aventuras de ese naufrago. Igual me iba con un libro, que con las manos vacías, pero ella, siempre con una sonrisa, me invitaba a entrar.
Después me fui del barrio, y la librería desapareció de mi historia.
Todavía no habían cerrado, y no evité entrar. Un chico, como de mi edad, atendía a una señora que, con su hijo, pedía un libro de tapas azules. Buenas tardes, dije. Hola. Respondió con una sonrisa. Empecé a pasear por los libros sin prisa y sin rumbo.
La emoción de vivir lo vivido de niño me anudaba la garganta. Sus palabras, mientras repasaba un libro de Isaac Asimov, me removieron el alma.
Cuanto tiempo, niño, me sonrió. ¿Qué tal si pasas, miras, rebuscas, por si encuentras algún libro que quieras leer?

viernes, 24 de octubre de 2008

Ich liebe dich


(Tamara de Lempicka)

Ich liebe dich…
Me dijo.
De idiomas, los pocos que conocía, era de lejos. Así que su beso y sus palabras me dejaron mudo; sin una respuesta adecuada. Tampoco me dio oportunidad de balbucearle nada; la carrera que le llevó al tren, que ya en marcha, se alejaba, me dejó como un espantapájaros en medio del andén de la vía 3. Dirección… lejos de mí.
No hubo apenas palabras en nuestro encuentro. Signos, garabatos en las servilletas de los bares; aprendiz de profesor de palabras típicas…”caña, vino de rioja, servicios” Las tres palabras que yo sabía de inglés, y la buena intención de ella, consiguió el milagro de conocernos… Se llamaba Sylvia, y sus palabras ininteligibles, salían de una boca sensual, con los labios carnosos, y con la letra marcada.
Me pidió que fuera su guía, su acompañante; la enseñé todo lo que de Madrid me atraía. Algún museo, un paseo por el Retiro, un cuarteto de cuerda en la plaza Mayor; las cañas y el ambiente del Madrid nocturno, que le obligaba a mantener la sonrisa puesta, y el “ole” en los sitios más inadecuados.
Me obligó a bailar todo lo que no sé. Y lo que sé también. Hubo momentos en la noche que pasamos en vela, que ni me acuerdo de dónde me encontraba. Después, mucho tiempo después, sereno, localizaría lugares ocultos que mi mente borracha borró.
El paseo por la noche de Madrid, cogidos de la mano, hablando borrachos, sin entendernos, pero contentos, nos llevó hasta la puerta del sol; y de Sol a la calle Arenal. Quizá eran las cuatro de la mañana, porque Ginés estaba abierto ya, y completamos la noche con churros y chocolate.
Me dibujó la palabra hotel y un tren mientras yo pedía una ración calentita de churros.
Miré la servilleta… ¿no te irás?... una hora...las 8:00. Pero si nos acabamos de conocer; ella encogía los hombros…
La llevé al hotel, cogió la maleta y nos fuimos andando hasta la estación de Chamartín. No separaba mi mirada de su rostro redondo y con la piel blanca y suave.
Ya en el andén me dio aquel beso largo y sincero… y me dijo ich liebe dich.
Intenté localizarla. Pregunté en el hotel por su dirección, que resultó ser un parque en medio de Berlín. Quería ir allí, encontrarla. ¿Estás loco? Me decía mi padre. Con quince años no vas a ningún sitio… Pero es que es la mujer de mi vida, le dije.
Me apunté poco después a un curso de idiomas para principiantes. Lo primero que pregunté fue lo que significaban aquellas palabras que Sylvia me dijo al despedirse.
Pasaron años; tantos que yo mismo fui el padre de mi hijo de 15. A pesar de eso, de vez en cuando, daba un paseo de madrugada por Madrid, me tomaba un chocolate con churros, y pensaba qué largos son los recuerdos, sobretodo los que sólo duran una noche.

jueves, 23 de octubre de 2008

Las amistades peligrosas



Descubrí la película casi por casualidad. Atraido por los actores, pero con cierto reparo a la historia. Apareció en las carteleras sin mucha publicidad.
La historia, las míradas que implican a los espectadores en la trama. Los actores, las maravillosas actrices.
Bella.

martes, 21 de octubre de 2008

No lo creerás


(Van Gogh. tristeza Gabita)

No lo creerás, pero no siento nada.
Quizá el pequeño dolor de una muela,
que quiere dejar de ser yo para ser ella sola.
O el martilleo constante en mis sienes.
Pero no siento el calor; no siento las caricias.
Me causan indiferencia los besos.
Miro en tus ojos y veo su color, su grandeza.
No veo en ellos su transferencia en cariño,
mi aumento de pulsaciones en el corazón.
Antaño la vida se aceleraba con tu sola presencia.
Mi corazón estallaba y vivía intranquilo si estabas cerca
Ahora siento no sentir.
Mi ingratitud al no devolver la intensidad de tus caricias,
me convierte en un monstruo.
Quiero sentir tu calor, mi excitación por tu respirar.
Pero no siento nada.


(Escrito hace ya unos años. Vocación de poeta, perdida)

lunes, 20 de octubre de 2008

Dudas


(Claude Monet- Puesta de sol en los acantilados cerca de Dieppe)


(Foto de LA TIERRA)

El acantilado no era muy alto; apenas unos metros de distancia me separaban de la mar. Llegué allí esperando respuestas a mis dudas. La soledad suele tener muchas cosas que decirme. Y con la compañía de la mar, juntas, seguro que me aclararían la manía que tengo de preguntarme sobre mi propia vida.
La más de las veces prefiero no hacerme preguntas; me limito a ir pasando el día a día sin esperar que encuentre las respuestas a lo que está pasando.
Wittgenstein ya decía “De lo que no se puede hablar, mejor es callarse “; o algo parecido. Y si él no podía dar respuesta a las preguntas fundamentales de la vida, quien era yo para siquiera escribirlas.
Eso era la teoría. Pero siempre había un momento del día que me asaltaban las preguntas, en minúsculas, de mi propia vida. Un día decidí que me iba a visitar a mis olvidadas amigas. La soledad venía a verme a menudo a casa, pero la mar, esa era más terca, y, o bien la visitaba, o bien la mandaba cartas en una botella. Pero sólo contestaba cuando iba a verla. Cogí mi casi abandonado coche, lleno de polvo y cansancio, y me lancé a verlas a un pueblecito de Santander.
Me prometieron alojamiento tranquilo, con el paseo cerca. Hacia frío en ese abril destemplado, pero ayudaba a alejar del paseo a los que vivían de fin de semana en ese lugar. La iglesia al final del paseo, del pequeño puerto, se mantenía mirando segura de si misma, a pesar del oleaje bravo con el que me saludo.
Ya sé que he tardado en venir, pero aquí estoy; no te enfades conmigo; además te traigo a la soledad para que charlemos los tres.
Aunque me temo que eso no la calmó demasiado. Tras un paseo de casi una hora, llegué al punto de encuentro. Un pequeño acantilado entre playas, que, si bajas lo suficiente, casi no se ven las casas.
El ensordecedor sonido de las olas, casi impedía que le hiciera las preguntas. Estuvimos un rato los tres allí; la mar se calló un poco, a pesar del su soniquete nervioso y constante.
Necesitaba veros; necesitaba saber que pensáis.
Estuvimos hablando varias horas. Hasta que sentí que las articulaciones necesitaban salvarse de la humedad.
La mar se había calmado. Y la soledad me acompañó hasta un pequeño restaurante cercano al paseo, para tomar algo caliente y entrar en calor.
¿Qué quiere? Preguntó el camarero…
Me quedé callado… un momento… Ante la falta de respuesta, el camarero fue de visita a otra mesa para preguntar lo mismo.
Es curioso, Estaba buscando respuestas a mis preguntas. Pero lo que realmente necesitaba era una pregunta a mis dudas.


viernes, 17 de octubre de 2008

Despertar- me


(Tamara de Lempicka. La Dormeuse)

Después de las primeras palabras, de las miradas intensas, de esa sonrisa magnética, que me impedía desviar la mirada más allá de sus labios, me tenía conquistado.
En la improvisada pista de baile, tan pegados bailábamos que era imposible no sentir sus senos, sin ataduras, pegados a mi camisa. No sé quien estaba más excitado, pero su piel, sudorosa después de tantos bailes, me parecía lo más erótico que mis dedos habían acariciado.
No sé el tiempo que pasó, pero no veía nada, ni oía nada de esa plaza mayor, llena de gente y de petardos. Sólo su rostro, empapado de deseo, y sus labios, que me tenía que comer a bocados.
Nos vamos, preguntó… claro. Dónde… a mi casa.
Los matices de su piel descubrí uno a uno, mientras sorbía cada uno de sus poros. Sudor único de dos cuerpos con ganas de amor. No había límites a sus deseos. Los míos los descubría sin preguntar. El masaje de cosquillas, cuando su pelo recorría mi espalda, mi lengua recorriendo su cuello, hasta quedarme seco.
Amanecía en su cama, en una habitación que convertía su dos por dos en una cama de juguete. El desastre de las ropas arrancadas de los cuerpos con rabia llevaban un claro camino, como las piedras del cuento, que llevan siempre al hogar, cálido.
Me levanté para asomarme por la ventana. La luz del sol se descubría por entre las casas, iluminando las calles sucias de fiesta.
Empecé a pensar en lo casual del destino; si el coche esa tarde no se hubiera empeñado en griparse; si hubiera llegado a mi casa, a mi cubículo, habría compartido con el gato las sobras de la cena anterior, delante de los anuncios de detergente. Ahora estaba en esa casa, junto a la cama de un amor de fiesta, feliz, respirando placer.
¿Qué piensas? Me susurró desde el centro de la cama… Lo bonito que está el pueblo, las sorpresas del des…decía mientras me giraba. Ella, incorporando la cabeza con su mano, me sonreía con esa sonrisa que me hipnotizaba… Qué decías…Que quiero mis mañanas con tu sabor.

jueves, 16 de octubre de 2008

Despertar


(Van Gogh- Habitación hospital Arles)

Me desperté. Estaba en la cama de un hospital. ¡Qué raro! No recordaba cómo había llegado hasta allí. Ni desde cuando. Mire a mí alrededor. Por la ventana entraba una luz intensa. Puede que fuera medio día. Y hacía calor. Mucho calor.
Mi hijo pequeño estaba dormitando en el sofá del hospital. Llevaba chándal. Miré con interés la habitación. Era para mí solo. En las sábanas ponía el nombre del Hospital, Hospital Clínico. Sí, es mi hospital. Tenía sed, pero no tenía la sensación de que las piernas me respondieran.
Juan… le avisé, ¡Juan! Se despertó dando un salto en el sofá. Quiero agua, le dije. No te entiendo, Papá, ¿Qué quieres? Quiero agua. Mi hijo me miraba como no entendiéndome. Agua joder, quiero agua. Ah. Agua, vale Papá, ahora te traigo.
No entiendo qué le pasa. No es tan difícil lo que estoy pidiéndole. Me sucede algo extraño; veo moverse todo como en cámara lenta. Se lo digo a mi hijo que viene con un vaso de agua desde el baño. Tengo la sensación de que las cosas van muy lentas, le digo mientras muevo las manos para darle a entender la lentitud de los movimientos.
Sí, Papá, ya te llevo el agua. Pero ¿Estás tonto, o qué?... que algo me pasa. No me da tiempo a seguir hablando porque Juan me pone en los labios el vaso de agua y me hace beber. El agua se me escurre por la barbilla. No entiendo porque no puedo coger el vaso con la mano. Mi hijo no me deja. Que se te va a caer todo, Papá.
No entiendo nada. Mi hijo me está hablando, y cuando le contesto, no me entiende. A ver si Lola viene, y me echa una mano. Y tu madre, le pregunto; esta vez me entiende a la primera. Mamá se ha ido a dormir, que ha estado toda la noche aquí, contigo. ¿Conmigo?
Toda la noche conmigo. No puede ser. Mi hijo continúa hablando; estas semanas se está pegando una paliza y ya sabes que los fines de semana nos alternamos nosotros. ¿Semanas? Pero qué me está pasando. No te entiendo Papá.
Empiezo a moverme con furia; necesito saber qué me está pasando, y mi hijo no se entera. Debo de estar haciendo mucho ruido, porque la enfermera que acaba de entrar, me está poniendo una inyección… pero ¡Se puede saber qué me pasa!... no es posible que esté… me duermo… No, quiero respuestas…. Hijo, pero…
Me desperté. Estaba en la cama de un hospital. ¡Qué raro! No recordaba cómo había llegado hasta allí.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Rosebud (ciudadano Kane)


Palabra clave en esta película, considerada una de las mejores de la historia del cine. Clautrofóbica en algunos casos, dando una nueva perspectiva a las imágenes, y nuevo sentido al ritmo de una película. Obra genial.
El fragmento es el final de una vida, y el principio de la historia.

Cuadro nuevo


(Tamara de Lempicka. La túnica rosa)

Es un cuadro nuevo.
Cada vez que abro la ventana de la habitación de un Hotel, siempre tengo la sensación de abrir un cuadro nuevo, en movimiento. Nunca me paro el tiempo suficiente como para saber apreciar los pequeños detalles que me ofrece ese cuadro.
Hoy lo abro con la noche cerrada dibujada. Es una noche extrañamente calurosa para el otoño de la mancha. Pero ya no me preocupa pensar si es el cambio climático. Quizá lo sea. O no. No creo que lo sepa nunca.
El Hotel, según lo que veo en el cuadro, tiene vistas a los tejados del pueblo. Pueblo antiguo. Las pocas luces que se intuyen por la estrecha calle que sube al hotel, parpadean sin cesar. La calma es total. Apenas un ronco ruido de un camión de fondo como eco de lo que la autopista que no se alcanza a ver, vomita.
Al cerrar la ventana, descubro el reflejo de la cama en el espejo de cristal, que se encuentra a mi derecha, y que se olvida de mi propio reflejo, tapado con la cortina.
Miro el nuevo cuadro que se me presenta. La cama con las sábanas revueltas, y entre ellas, asoman sus piernas. No son largas, más bien de mujer menuda. Las piernas estratégicamente colocadas para sentirse medio tapadas por las sábanas, y apenas ocultando ese culo que parece dormir medio en pompa.
Su pelo recorre todo el almohadón. Negro, muy negro, da la sensación de encontrarse rodeada de hileras de mechones que salen de lugares imposibles.
No recuerdo como el encuentro casual, el vino compartido, las risas cómplices, nos llevaron a tener este nuevo cuadro en ese hotel, pero ahora, mirando el cuadro, comprendo porque la belleza es femenina.
Me giro en dirección al cuadro, para poder quitar el marco. Creo que me incorporaré al cuadro, quizá descubra matices a este tapiz.

martes, 14 de octubre de 2008

El Príncipe de las Mareas



Secretos inconfesables; de familia. Dolor común de hermanos rotos por una niñez con fractura. Un amor imposible (supongo que ahora lo entiendo más, o menos... no sé).
La tengo en el cajón de películas que me conmovieron, pero que no estoy muy seguro de querer volver a verla. Quizá hay cosas que no me apetece recordar.

viernes, 10 de octubre de 2008

Despedida


(Caspar David Friedrich. Coracero en el bosque)


(Cuacos de Yuste)(Foto de www.fotopaisajes.com)

Ya no lo hago. Hace tiempo que no viajo por esas tierras. Cuando lo hacía, mis viajes a esa zona me acompañaban una cámara, un libro, y el silencio.
Era una buena manera de compartir soledad.
El viaje, en realidad, una excusa para poder llegar a aquel lugar. Conseguí parar por la tarde, ya con las tareas terminadas. Paré el coche un poco más lejos, para poder subir la pequeña cuesta en silencio, con las palabras del viento en las hojas de los árboles centenarios.
Apenas uno o dos coches subían por allí cuando lo visitaba. La tarde pidiendo ser noche, no invitaba a subir a ese lugar, poblado de visitantes durante el día.
Siempre huele a eucalipto. Tras el vallado se encuentran unos árboles que quizá tengan los años de la edad de ese monasterio. O quizá más. Cuelgan sus ramas casi hasta el suelo; se empeñan en acercarse al cielo, y seguramente alguno se habrá asomado.
Se produce un silencio atronador mientras camino por esa zona. Los pájaros, los roedores callan esperando ver si soy cazador… hasta que me siento: en aquella piedra que hace las veces de mesa. Al rato el silencio se vuelve sonidos; aquí, allí aparecen uno detrás de otro.
Respiro hondo. Entiendo que el Rey viniera aquí, a su Monasterio, a pasar sus últimos momentos. La vida no continua hasta que pasa un coche investigando si ese recorrido es el adecuado… creo que no, porque vuelve sobre sus huellas. El tiempo se detiene de nuevo. Después de un tiempo, abro el libro…
Repaso las hojas… una dedicatoria:

“A León Werth
Cuando era niño”.

Otra dedicatoria, esta para mí:

“Solo quien fue capaz de amar
Alguna vez puede reconocerse
Capaz de querer en exceso…
Gracias por esa amistad,
Querida y consentida
Tantos años, especial…”
Y su firma.

Dejo el libro… en realidad, el libro lo he leído decenas de veces, pero me apetecía que me acompañara en mi última visita a ese lugar, en mucho tiempo. Pensé en ella.
Como tantas cosas, su amistad, como este lugar, las llevaré en el corazón.
La tarde empezó a cambiar de color… el rojizo del cielo, el frío que empezó a notarse en la piel, me decía que la visita estaba a punto de acabar…
Me acerqué a un árbol enorme que me miraba cada vez que visitaba ese lugar… con mis manos y con ayuda de una piedra, abrí un hueco junto a su tronco. Metí el libro en una bolsa y esta en el hueco. Lo tapé con la tierra que había removido, y la sellé con la piedra que me había servido de pala.
Contemplé mi singular tarea, volví a dar una vuelta con la mirada a aquella zona que me había enamorado, y me fui sin decir adiós.

jueves, 9 de octubre de 2008

Si bebo


(foto prestada del blog de mencía)

Si bebo, no conduzco.
Si bebo, las rectas se convierten en curvas.
Si bebo, las curvas son piruetas de una montaña rusa.
Ayer, cuando entré en casa, no había bebido.
Pero recuerdo las curvas del vaso, con mi vino preferido encima de la mesa. Compré las botellas en aquella vinoteca dónde paraba cada vez que tenía que pasar por aquella ciudad. Recuerdo lo bien que me atendía la mujer que la regentaba. Siempre me ayudaba a descubrir los vinos, las uvas; los sabores. Syrah, merlot, Macabeo, Gewürstraminer, pinot noir, Mencía…
Me detallaba los olores que descubriría con aquellas uvas, las sensaciones en el paladar. El tipo de copa, para deleitarme más aún de sus matices.
Pasaba más de una hora aprendiendo, cada vez que pasaba por allí. Y allí descubrí ese vino… un ribera, que no soy de ribera decía. Pruébalo, es del noventa y cuatro me decía. No sé. Un poco caro, pensaba también. Finalmente me lo llevé. Una botella, y una copa que compré en el Carrefour cercano.
Abrí con parsimonia el vino en el Hotel, junto con una bandeja de jamón de la zona, que parecía que acompañaba a la perfección.
A la mañana siguiente cargué el coche con dos docenas de aquel vino.
Lo abría en ocasiones especiales. Lo escondía cuando alguno de mis voraces amigos tenía la tentación de beberse mi escasa bodega en una sola noche.
A alguna mujer que se atrevió a conocer mi cocina, mi casa, mi habitación, se lo daba a probar; prefiero la coca cola Light me dijo alguna también.
Cuando abría alguna de aquellas botellas, me transformaba. Era una amante a la que quería mimar, acariciar. Cada sorbo de ese vino, me inducía a cerrar los ojos, a mantenerlo en la boca, a saborear sus matices. Soñaba que era mujer con matices frutales.
Tan enfrascado estaba en mi mundo de vinos, que me subscribí a una revista que me ayudó a apuntarme a un curso de cata, fuera de mi ciudad, en un pueblecito. Allí pasé el fin de semana que descubrí el Cariñena, el somontano, a ti. Los ojos, la mirada, la forma de beber y saborear el vino. Nos enfrentamos a una cata en la que el vino nos produjo los mismos matices, las mismas sonrisas, y nos acompaño a la cama para descubrir que el vino era el complemento perfecto.
No recuerdo el tiempo que tardaste en visitar mi casa, en alojarte, en ser parte de mi vida. Pero creo que todavía tenía el sabor de tus besos, en aquel hotel rural, cuando tus vestidos ocupaban mi armario.
Pasamos unas semanas cruzándonos posturas y besos; descubriendo matices en el cuerpo de los dos.
Aún así, no saque mi vino, mi amante. No quería pensar que el vino y ella no se llevaran bien, que no llegarán a intimar, y tuviera que beber en solitario, de nuevo.
El vaso tenía dueño; todavía se notaba las marcas que deja el vino en la copa, cuando se ha bebido… NO, lo ha probado… y lo ha probado sin mí.
Las cartas que había recogido en el buzón minutos antes, me temblaban en las manos…
Hola, me dijo desde la cocina, ahora salgo… porqué no te pones una copa de vino mientras, me pregunto, dando por hecho que lo haría. Me desplomé en el sofá, pensando qué haría ahora que se conocían. Bebí de su copa, saboreando como nunca ese pequeño sorbo que mojaba mis labios.
Ella apareció al cabo de unos minutos. He descubierto este vino. Lo tenías escondido. Sí. Esperaba el momento especial para presentártelo. Pero no sabía si te iba a gustar.
Es mi vino preferido. Ya… me dijo con una larga pausa.
Sabes, creo que sé como sacarle partido a tu vino, para que no me olvides…
Me cogió de la mano, obligándome a levantarme… con la mano que le quedaba libre, cogió la botella a medio beber, y me arrastró hasta los pies de la cama…
¿Has probado alguna vez el vino, decantado por un cuerpo?
Si bebo, no conduzco.
Si bebo, solo veo las curvas de ella.
Y sus curvas tienen los matices frutales que nunca pude imaginar que tenía su cuerpo.

miércoles, 8 de octubre de 2008

La puerta


(Renoir. Springtime)

Cerré la puerta intentando hacer el menor ruido posible; apenas el clic del pestillo, y el quejido de la bisagra de arriba que sujetaba a la puerta de entrada a mi casa. Nunca sirvió de mucho el tres en uno que le ponía de año en año. Ahora ya no lo pondría más.
Tras esa puerta quedaban veinte años de mi historia. En mi maleta, el presente con alguna camisa ya arrugada, unos zapatos de repuesto, y poco más.
Los calores del amor, del cariño, fueron compensándose con el ritmo de los enfados, de los sinsentidos hablados a gritos. Iban compensando los abrazos con los brazos cruzados.
Nada servía. Cada vez que, uno u otro, intentaba sacar sus mejores yoes, aparecía el reverso del otro. Ya no recuerdo cómo nos conocimos. Ni porqué estaba compartiendo cama y silencios. Cuando rebuscaba en la historia de nuestros mundos, reconocía a dos novatos en el amor, en la amistad. Nos adorábamos, es lo que recuerdo; sus ausencias me ahogaban. Nuestros encuentros, en los que descubrimos nuestros cuerpos, eran interminables, intensos. Nunca el tiempo se había detenido de esa manera cuando estábamos juntos. Ahora el tiempo era eterno, y no acababan nunca los reproches mutuos.
Ni los niños, ni el amor pasado, ni la familia, ni el futuro, ni ella, ni yo… Nada queríamos salvo alejarnos de nuestra vida.
Creíamos que separarnos no era la solución; pero no había solución con nuestras vidas conjuntas.
Era una huida de nuestros recuerdos. Al cerrar la puerta, dejaba todo lo que teníamos importante, y, a la vez, todo lo que no podíamos tener juntos.
Bajé en el ascensor hasta el portal que daba a la calle. Era una noche fría. Fría y húmeda. La niebla asomaba por el final del parque, acechando a los que nos atrevíamos a salir del calor del hogar.
Y, sin embargo, un calor intenso me salía del cuerpo. Me encerré en el abrigo, mientras lloraba en silencio mi nueva vida.

martes, 7 de octubre de 2008

La mirada


(Veermer- la muchacha con turbante)


Calor. Mucho calor. Sobretodo en mis manos.
El metro estaba atestado a esa hora. Ni un espacio entre los cuerpos. El aire acondicionado seguro que funcionaba, pero éramos muchos, y poco frío para repartir entre tantos.
Mis manos, sudorosas por sujetarme de una manera antinatural, haciendo equilibrios para no caer sobre aquel señor que se empeñaba en leer el 20 minutos totalmente desplegado. Pensaría que era el momento. Y eso que las noticias daban ganas de cerrarlo y pintar encima.
Esa sensación de sudor frío que recorría mi espalda, esa sensación de que la ducha que me había despertado 30 minutos antes, era una pérdida de agua inútil, añadía al viaje un desagradable olor a requemado.
Llevaba los cascos puestos. MP3 de primera generación… 10 canciones que se repetían machaconamente. Próxima estación, Atocha, amenazaba la locución grabada.
Los ojos de la gente miraban a lugares lejanos, con tal de no tropezarse de manera accidental con otras miradas y con otros ojos.
Por eso, quizá, los vi. Me miraban fijamente. O miraban a un vacío que yo crucé. El caso es que, al esquivar la mirada del señor con cara de eterno reproche, me encontré con su mirada perdida.
Estaba lejos, a dos puertas de distancia. Y con tal cantidad de personas entre medias, era imposible acercarme a verlos con más detalle. No se apartaban de mi mirada. Era una mirada seria. Acompañaba a un rostro redondo de mujer. A un rostro blanquecino, supongo que por el calor, que me miraba casi sin emitir movimientos, gesto alguno.
La miré con cierto atrevimiento. Esperaba que me mirara, que viera mi mirada y que los ojos se hablaran.
Pasó Atocha hasta que me quiso ver.
Al mirarme, su rostro sonrió. Una sonrisa acompañó a su mirada.
Yo sonreí al contacto con su mirada, con su sonrisa.
Era el primer gesto amable que me encontraba en el tren en mi vida. Giré la cabeza sin dejar de mirarla, y ella acompañó el gesto.
Los ojos de esa mirada eran azules.
Dejé de pensar en los sudores, en el calor, y en el aire acondicionado. El del periódico se fue, pero la mirada se mantenía.
Jugaba con su cara, y con sus ojos, me miraba y sonreía, se escondía entre la cabeza de alguien que estaba en el medio, para aparecer por un lado o por otro de esa cabeza.
Pasaron los cinco minutos como segundos. No quería perder esos ojos. Me habían enamorado. Próxima estación, Sol… su mirada se desvió, dejó de sonreír y apareció una mano que me decía adiós… ¡NO! Grité, y el murmullo callado de los que estaban allí se transformó en un silencio absoluto. No te vayas, por favor. Sonrió, bajó la cabeza, y salió del tren.
Viajo todos los días pensando en encontrarme con esa mirada. A todas horas; alguna me reprocha el descaro, el atrevimiento de mi mirada. Perdí la mirada, y gané la desesperación de no encontrarla.

lunes, 6 de octubre de 2008

Sueño en blanco y negro



(Escher)

Yo también sueño en blanco y negro.
No sé dónde, o a quien leí, o escuché decir, que sus sueños no eran en tecnicolor; que eran en blanco y negro. A mí también me pasa. Unos, que otros vienen en colores vivos y con música pregrabada incluso.
Pero de él sólo tengo sueños en blanco y negro. Creo incluso que mis encuentros con él eran en ese bicolor. Después, mucho después, al visitar aquella casa vacía que dejó él y la tía, reconocí que había color; que si se levantaban aquellas persianas venecianas que daban a la calle empedrada, se veía pasar el mundo, y la luz iluminaba el salón. Era como una foto que se pudiera tocar. El salón no se movió de ese lugar y de esas formas en años. La mesa y las sillas llevaban toda la vida allí, y de esa manera colocadas. Las fotos que ellos tenían de recuerdo me traían imágenes de personas ya olvidadas. Incluso esa que estaba en brazos de él, mi hermana, que tampoco estaba ya, aunque seguía viva en cada uno de mis momentos.
No recuerdo de él que tuviera la piel dura, ni el color del pelo distinto del blanco, ni si su tacto era frío al contacto conmigo. Le recuerdo sentado en la silla de mimbre, mirando la puerta de entrada al salón que tenía a su izquierda y con la voz ronca, como de ultratumba.
Todo se llenaba de solemnidad a su lado. Estirado delante de su mesa, parecía que el mundo del salón era de su propiedad, y que nada de lo que allí sucedía era ajeno a su voluntad.
No sé nada de él. Era mi tío, o eso creo, aunque no sé si era de esos tíos a los que llamamos tíos, pero no lo son en realidad. O son tíos segundos, o primos hermanos; o alguien, que finalmente, cuando muere, te enteras que llevaba años en casa, pero que nadie sabía de parte de quien podría venir. Pero la costumbre le tenía allí.
Pero de él sé sus historias. Era guardia civil. En la época negra de nuestra historia. La guerra civil le vino, como a todos los de la época, en un bando. Supongo que él siguió en ese bando, porque también le interesaba; aunque no hablé de política; o de si unos eran buenos o malos. Creo que ese recuerdo le dolía. Vivir en pueblos de Ávila, dónde todos eran familiares, amigos, hermanos, y tenías que tomar posición, no era sino dolor lo que notaba en las arrugas de su frente al recordar.
Pero él no me hablaba de eso. Me hablaba de la aventura de vivir. De cómo visitaba a su novia cuando era mozo, como se le cruzaban los lobos, que había, y muchos, en la zona.
De cómo jugaba a cosas que ya no existían, y ya no recuerdo. Que el balón era de tela, que la vida se movía despacio.
Al recordar sus historias en blanco y negro, siempre me imaginé que su vida tuvo que ser apasionante; llena de aventuras y de recuerdos que la edad los añoraba.
No sé nada más de su vida. Murió, creo que en la misma silla desde la que nos saludaba los domingos por la mañana, cuando íbamos a visitar a la familia.
Soñé meses antes con su muerte. Sabía que la vida se le apagaba antes siquiera de que él lo supiera. El último día que le vi, le di el abrazo más grande que recuerdo que di con diez años. Lloraba ante la sorpresa de todos.
Él no me dijo nada. Sonrió, creo que por primera vez, y me contó una historia, de amigos perdidos.

viernes, 3 de octubre de 2008

Chocolat



Sabor dulce es el que deja está película. Película amable, con las prohibiciones de los deseos de fondo; con las trabas que antes, en ciertos pasados, existían, para poder ser uno mismo.
Película para disfrutar. Y terminar con una sonrisa.
Quizá es lo que necesito para este fin de semana. Una sonrisa amable. Las musas, como le pasa a veces a otros bloggeros amigos, han tomado unos días libres. Espero que vuelvan con fuerza renovada.
Imaging

lunes, 29 de septiembre de 2008

The Prize (Paul Newman)



Aprovecharé este recuerdo, homenaje, a Paul Newman, un actor que marcó una manera de hacer cine entretenido, con personalidad, y que garantizaba una manera de hacer cine de calidad, y que nos dejó este fin de semana, para agradecer a
Pepe del Montgo (http://pepedelmontgo.blogspot.com)
y a eva (http://hacerloqueamelielehizoaltendero.blogspot.com)
que me concedieran premios, que no merezco.
Gracias.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Canalla


(Paul Gauguin. O taiti (nunca más))

Canalla.
Eso es lo que era. No me imaginaba que en este mundo, o en los pasados, o en los siguientes, tuviera que toparme con un ser de esa calaña. Nadie me previno de gente como esta, ni me dijo cómo me tendría que comportar.
Sólo sé que no esperaba que ese día, mientras la mañana se desplazaba lentamente en la ventana de la oficina, apareciera. Y lo hizo; mi primer impulso fue el de sorpresa. Traje impecable en un cuerpo sin arrugas. Los ojos oscuros negros como azabache, y la sonrisa de hechizar, me llevaron a un segundo impulso de saltarle a los labios, que retuve.
Era la visita del jefe. La visita que esperaba desde no sé el tiempo. Claro que balbuceo frente a alguien así; balbuceo, y mucho. Le costó entenderme y a mi explicarme.
Era él, el hombre que esperaba y que no me paré a esperar más tiempo, cuando a los 28 me casé con el que cumplía con los estereotipos… pero a los 28 no me casé enamorada… Y seguía sin estarlo. Los hombres se confunden con facilidad. Confunden lujuria, pensamiento único, con amor… y se creen que les vamos a tratar como les tratan las madres.
Pero nosotras sí lo sabemos. Sabemos quien es la persona que nos va a robar el alma, quien nos va a tratar como una mujer.
Y él, el cabrón canalla, era el elegido para mí. Me daba igual el anillo, las promesas, el sofá nuevo, y la cita de los sábados con mis amigas. Era él, y tenía que saberlo, por si no se había dado cuenta.
Así que, según salió del despacho del jefe, le acompañé al ascensor. Y encima argentino. Joder, que tendrán los argentinos, que todos tienen labia, humor, me ponen la lívido en alerta máxima.
Tengo que quedar contigo, eres el hombre de mi vida… estoy segura. Necesito que lo sepas, y que lo sientas… necesito que nos veamos, ¡¡¡¡ya!!!!
La cama con él, esas dos semanas, fue inolvidable, salvaje, doloroso, diferente. Fue lo que no era con el que me casé.
No se podía ir. Me voy. NO. Imposible. Te tienes que quedar, he dejado casa, marido, sofá, sábados con amigas, trabajo… NO te puedes ir. ¿Y mis acrobacias en la cama?
Lo siento amor. Esto es solo un sueño. No me puedo quedar. Cuando te despiertes, ya no estaré aquí.
Me desperté. Y fui la primera en entrar en el baño para llorar. ¿Qué te pasa, preguntó? Nada, cosas de mujeres, dije, y le pareció suficiente.
Esa mañana, que era como las demás, apareció él. El de mis sueños. Era él, sin duda; supongo que le vería en alguna foto de trabajo. Le miré impresionada… de nuevo mis balbuceos salieron de mi boca. Esta vez era real. Y sí, era el hombre de mi vida.
Seguro.
Después de la reunión, sucedió tal y como imaginé en mis sueños… Le acompañé hasta el ascensor, pero no le dije nada, le tendí la mano. Adiós, le dijé.
Adiós… se quedó parado. Me miró a los ojos.
¿Sabe? He soñado con usted. ¿Conmigo? Sí. Era la mujer de mi vida.
Ya, temblé, pero era un sueño.
Sí, se dijo, bajando la cabeza, lo era. La puerta del ascensor se cerró.
Era un villano. Un canalla.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Cómo agua para el chocolate



Estoy películero esta tarde.
De las contradicciones de la guerra, a los placeres mundanos y divinos. La escena me cautivó. La sensación de la comida como transmisor de placeres, me recuerda que todo lo que se hace con pasión, desprende de la misma manera.
Junto con un vino, una comida así, y sentimientos y deseos por cumplir. Que disfruteis de la comida, de la cena, del desayuno...
Creo que me voy a pedir perdices.

Stanley Kubrick (Senderos de Gloria)



Hay muchas películas de guerra, con distintas ideas que mostrar. Los malos y los buenos tienen claras diferencias. En este caso, la línea es siempre más delgada. El horror, la sensación de impotencia, la hipocresia, el miedo, son situaciones que están siempre presentes en momentos que, por suerte, no he vivido, y espero que nadie viva. Aunque fuera de nuestra burbuja, fuera, las cosas son tan desoladoras como relata está impresionante película.
Creo que Kubrick ha sido uno de los directores que más me ha impresionado. Es parte de mi archivo de imágenes.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Autorretrato


(Vincent Van Gogh)

Hoy me duelen los buenos deseos.
No puedo con ellos. Hoy me pesan demasiado.
Hoy, los buenos deseos me están destrozando la sonrisa.
Quizá es demasiada responsabilidad.
Cuando se viven caminos paralelos, separados. Cuando la
vida de los que queremos se mueve entre otros sentimientos
que no me son ajenos, pero que no nos unen.
Hoy me duele pensar que sus mundos,
los que llevan en las entrañas
de su corazón, son otros.
Hoy me puede el egoísmo de los míos.
Hoy quiero ser el protagonista de los buenos deseos.
Quiero que mis deseos se cumplan; y no el de los demás.
Sé que me sentiré mal siendo egoísta;
que, al minuto, no podré mirarme al espejo,
y desearé buenos deseos, con el corazón.
Después. Ahora no.

Reflexiones de nada en particular


(Claude Monet. Otoño)

Reflexiones de nada en particular, y de hace tiempo (quizá del 2002/2003).
Hoy me encuentro un tanto... espeso, y mis reflexiones de aquella época, igual también lo eran un poco...

"Amaneció un soleado día de septiembre, fresco, con la promesa de dar ese calor de final del verano, y con el olor que se mete dentro de las sienes, el olor característico de que terminan las vacaciones.

Nunca he sabido muy bien si ese olor era un cúmulo de sensaciones que estaban dentro de mí y que se unían a los olores típicos de la época, o es que realmente todos olemos el olor a final de verano.

Esta duda cada vez la tengo más a menudo. Antes, de adolescente, estaba convencido de que existían ciertos temas, ciertos asuntos, que veía con tal claridad, que me parecía imposible que alguien no entendiese un hecho objetivo de manera subjetiva (de distinta manera a como yo lo veía). Era increíble que personas que estaban a mí alrededor estuvieran planteando las cosas de manera radicalmente distinta a como yo lo veía. Incluso no entendía como era posible que no estuvieran de acuerdo conmigo (persona que me consideraba de un sentido común envidiable –iluso yo-).

Tenía la necesidad de tener algo claro, que fuera común para todos, y me metí en una torre de Babel que daba lugar a múltiples opiniones sobre el mismo asunto. Al menos existían personajes ilustres, filósofos, que me encauzaron al ver que, si bien las opiniones son tan variadas como absurdas, al menos existe la posibilidad de llevar un método, para que, si todos lo usáramos, fuera posible llegar a la misma conclusión.

Terrible. Se llegaba a discutir si el método a emplear era el correcto, si te llevaba a la conclusión correcta, o si, como empecé a creer, no llevaba a ninguna conclusión. Empecé a ser un radical nihilista. Pero también el concepto de nihilismo se ponía a debate.

Esto me ocurría en el estado de la opinión (de mí opinión). En el estado de los juicios de valor. En el estado de mi identidad ante la sociedad. En esencia, en todos los valores. Uno de los que más me preocupaba era si tenía claro mis propios valores éticos...y no. No los tenía en absoluto. Intentaba mantener (creo que sigo con este mismo planteamiento) el criterio de Aristóteles de la virtud. Tengo que buscar siempre el punto medio; tengo la necesidad de buscar el punto equidistante entre los extremos, para buscar el punto que, al menos aparentemente, más se acerca a mi forma de pensar. Pero que no sé si es el correcto. Quizá es la manera de equivocarme lo menos posible.

Naturalmente, no es el criterio que utilizan el resto de las personas que están a mi alrededor. O Sí. Pero después tienen que añadirse gotas que van modificando la conclusión última. Gotas de prejuicios; gotas de vivencias anteriores; gotas de educación mal entendida; gotas.... De tal manera que nunca mis conclusiones se asemejaban a la de los demás. Y cuando coincidían, era bastante probable que partieran de bases diferentes (esto era esperanzador, porque significaba que existían procedimientos válidos para llegar a conclusiones, que yo entendía razonables).

Tampoco me parece ahora tan necesario que exista el pensamiento único, pero sí establecer que si las cosas se razonan de la misma manera, deberíamos tener conclusiones semejantes (¿porqué no?).

Pero no quería hablar de esto (al menos de momento)........


Amanecía, pues, un soleado día de septiembre, con olor a final de verano...el comienzo de la época más triste del año, cuando el frescor de las cosas se apaga, y vuelve a imperar el color amarillento, el rojo plomizo, el marrón. Los días tan repentinamente cortos, la sensación de que todo vuelve al sitio original de antes del verano, pero con todo por rehacer de nuevo. Es, aunque parezca un contrasentido, mi época del año favorita. Me encanta pasear por el campo, pisando esas hojas marrones recién caídas del árbol, que crujen al pasar, y llenan el bosque de una sensación de sobrecogimiento... Pasear las tardes, a punto de anochecer, cuando cae la noche y el frío, y se huele el humo de una chimenea lejana,... Uff; hace mucho que no tengo esa sensación. Incluso la sensación de miedo... sí, miedo, cuando paseas y solo escuchas tus propias pisadas, o el viento moviendo las hojas.

O en la ciudad, el olor (¿Porqué siempre el olor?) a castañas asadas, o ese ambiente de la calle céntrica, en la que se ve la expectación por entrar al cine, o entrar en una cafetería (como la que existe todavía en la plaza de Bilbao) con las mesas de mármol, el café de toda la tarde, mientras se habla con los amigos, o se habla de amor con la persona a la que tú quieres, o pretendes querer. O...

Pero no quería hablar de esto…o quizá sí."