viernes, 20 de enero de 2017

Paseo por la playa


La Playa de Pourville, Claude Monet

(Escrito en una madrugada de junio de 2011 y descubierto en un ataque de limpieza de correos)

Las piernas enterradas...
Me dejó la marea de su cuerpo en la orilla. Abandonado a mi suerte.
No sé que ola fue. Sé que hubo una. 
Hasta ese momento me mecia entre sus brazos.
Quizá decidió que llevaba demasiado tiempo a la deriva, y me dejó encallado en la arena.
Me quedé mirando al vacío, a su azul oscuro, casi gris.
Atónito como todos los que no saben cual es la razón de su desgracia.
Las preguntas las lanzaba a cada ola que se aproximaba a mi, mansa, pero en silencio.
Se llevaban las dudas, pero me devolvían la nada.
Quizá era lo mejor.
Seguir vivo era lo menos malo que me podría pasar.
Aunque vivir sin amor, era empezar a morir en silencio. 
Quedarte apenas con la vida es poco cuando se ha sentido con intensidad, casi con dolor.
Mentira es la convicción que mejor haber amado que no haberlo hecho nunca.
Con la ignorancia entre manos no parecía tan malo quedarme sin el dolor del desamor.
Ahora, ya roto el himen, rota la inocencia de mi ser, clavado el cuchillo en el lugar donde se desvanecen los sueños, la realidad se hace cargo de mi vida.
Miro al fondo, con el sonido del mar y de sus besos olvidados.
Me doy la vuelta. 
Lo que me espera, una escarpada subida hasta la meseta que, yerma, esta lista para recoger el despojo que ahora es mi ser.
¡Qué bien que amé!
Qué bien que si muero, será de amor; de ese amor que nos lleva a recorrernos el mundo sin saber si se instalará de una manera definitiva a mi lado.