Fue una tarde.
No tuve necesidad de más tiempo.
Su mirada acompañaba a las palabras y las convertía en entusiasmo.
Sus ojos pequeños, profundos, me hipnotizaban y no podía mirar a ningún lado salvo a su rostro.
No fue más que una tarde. Una tarde de primavera.
Y desde ese instante, tuve la certeza que no habría nadie como ella.
Una tarde. Fui afortunado.
A veces, en una vida, no tienes una tarde para recordar siempre.