viernes, 30 de enero de 2009

C.R.A.Z.Y.



Película canadiense que, casi por casualidad, encontré en una de las impagables salas que hay en Madrid que todavía te ponen las películas en versión original, y con películas independientes.

Olvidé el título y, hoy, me cuentan que se regalaba la semana pasada con un periódico.

Banda sonora de los años 70, 80 (Pink Floid, David Bowie)y una historia de familia y cambios.

Muy recomendable

jueves, 29 de enero de 2009

Canción Niebla




(Gustave Caillebotte)

CANCIÓN NIEBLA

De pronto le vuelve el sueño
del hombre que ya era otro.

Si va a buscarla en su coche,
del coche se baja otro.

La sombra de la escalera
sube con pasos de otro.

El timbre, la mano fría
y la sortija de otro.

Cuando ella le abre la puerta,
quien cierra la puerta es otro.

Nada tiene, sólo el sueño
del hombre que ya era otro.

LUIS GARCIA MONTERO

(Otro regalo. La poesía por un lado y el recordar al Pintor por otro).
(Gracias Mencia; gracias Alamut)

miércoles, 28 de enero de 2009

El ritmo de mis sueños


(Baby, bye bye- Jack vettriano)

El ritmo de la ciudad entraba en la habitación del hotel al compás de las luces de de neón. Las luces, incluso con las calles vacías, daban a la ciudad una vida que se sentía artificial. Sólo al abrir la ventana, descubrí que la ciudad, además de los colores de la noche, tenía ruidos, sonidos, música, que animaba a bajar y a perderse.
Me vestí con calma y bajé por las escaleras hasta la entrada del hotel. Me quedé en el quicio del escalón que daba acceso al vestíbulo del hotel, supongo que esperando a que pasara algo, o alguien, y cogerlo en marcha. Miré a un lado y otro de la calle; El gentío era más del que esperaba a esas horas de la noche. Decidí a meter el pie con cuidado y bajar el escalón. Ajusté el pie derecho en la calle, y, cogiendo aire, como quien se sumerge en una piscina, en su mitad, y no sabe la dirección que debe tomar, apoyé el otro pie; izquierda… Iré a la izquierda.
Me puse en el lado derecho de la calle; todo el mundo que llevaba mi dirección, iba por ese lado de la calle; así que seguí a mi grupo. Lo bares estaban llenos, y la gente se arremolinaba en la entrada, sacando en vasos de plástico la bebida. La puerta abierta de algún bar oscuro sacaba la música a la calle, y los más animados, se lanzaban a bailar lo primero que les venía a los pies.
Caminaba despacio, sin rumbo, intentando integrarme en la ciudad alegre y ser parte de esa alegría.
Helechos se llamaba el bar. Entre. Un hueco en la barra. ¡Un mojito! Le grité al camarero, que estaba preparando una tanda de seis y que no miraba al gentío para no tener que atender a las miradas que le interrogaban y le pedían. Mi grito fue en su dirección, con la esperanza de que lo procesara.
Un brazo femenino se me cruzó por la derecha y grito también ¡Otro mojito más!.
Ya lleva dos mojitos este brazo. Lo recorrí con mi mirada y llegué al rostro de ese brazo, que, para mi sorpresa, me miraba a mi.
No hubo primeras palabras de protocolo. No hubo hola, qué tal, cómo te llamas.
Los mojitos llegaron a mi lado, le acerqué a su mano el suyo. Su "gracias "fue un brindis contra mi mojito, "por que el mojito sea bueno" "eso" replique.
El sorbo confirmó el exceso de ron, y la falta de azúcar, pero no repliqué.
No conozco la ciudad para comparar si este mojito es el mejor o no. Yo conozco la ciudad; si quieres lo buscamos juntos, me dijo.
Al cabo de cinco o seis garitos, cada uno más oscuro y ruidoso que el anterior, ya no distinguía el mojito del agua, porque lo bebía a la misma velocidad. Nuestra conversación se transformó según aumentaba la borrachera, y al final resultaba muy divertida aunque no sabía lo que me decía.
Amanecí tumbado en la cama del hotel con un dolor de cabeza que no me permitía abrir los ojos. La habitación la notaba en calma, no sentía que hubiera nadie a mi alrededor.
Me lancé a la aventura de abrir mis ojos y según los iba abriendo, mi cabeza me empezó a atormentar con el recuerdo de la resaca…. Café supliqué… Llegué al teléfono y al interlocutor llamado recepción le pedí que me trajera kilos de café.
Con las primeras tazas empecé a recordar la noche. Recordé el brazo, y el rostro de la mujer que me acompañó y con la que compartí confidencias. Pero no era capaz de recordar como llegué de nuevo al hotel. Un temor se apoderó de mí y busqué la cartera, que estaba intacta, con el gasto descontado de los mojitos.
Pero mi noche la veía borrosa… no recordaba los detalles.
Cuando el café y la ducha fueron capaces de hacerme reaccionar, busqué el primer bar, y al camarero con la mirada baja. Al rato de salir a la calle, distinta a la de la noche, con bares cerrados todavía, y tiendas abiertas, pude encontrar el bar, y después de otros dos cafés, también al camarero, que entraba en ese momento a trabajar.

Hola. No sé si te suena mi cara, estuve anoche en este bar, en la barra, pidiéndote un mojito.
Todo el mundo pide mojitos aquí, pero cómo me voy a olvidar de ti.
La respuesta me sorprendió… ¿por qué dices eso? Te tomaste tantos que, al final tuve que coger tu cartera y cobrarte; mirar tu dirección y dejarte en el hotel. Menos mal que no está lejos de aquí.
No me lo podía creer. Le volvía preguntar para asegurarme de que lo que contaba era cierto…"Pero, si estuve con una mujer, la viste, ¿verdad?".
No. Estuviste solo. Te veía sonreír, hablar solo, decir que pagabas a medias… Como una cabra.
Había vuelto a pasar. Mis sueños se habían adueñado de nuevo de mí; se habían transformado en mujer, y me habían emborrachado, para no pensar.
¿Me puedes poner un mojito? ¿Ahora?... Sí, quiero ver de nuevo a la mujer de mis sueños

martes, 27 de enero de 2009

Libre te Quiero (Agustín Gª Calvo)



(poema interpretado por Amancio Prada)

LIBRE TE QUIERO

Libre te quiero
como arroyo que brinca
de peña en peña,
Pero no mía.

Grande te quiero
como monte preñado
de primavera,
Pero no mía.

Buena te quiero,
como pan que no sabe
su masa buena,
Pero no mía.

Alta te quiero,
como chopo que en el cielo
se despereza,
Pero no mía.

Blanca te quiero,
como flor de azahares
sobre la tierra,
Pero no mía.

Pero no mía
ni de Dios ni de nadie,
ni tuya siquiera

AGUSTÍN GARCIA CALVO

Hoy me han regalado este poema.
Me ha emocionado redescubrir este texto.
No sé lo libre que soy, pero sólo cuando
soy libre soy más quien quiero ser.

lunes, 26 de enero de 2009

Faros (reflexiones en voz baja)


(E. Hopper. The lighthouse two lights)

Pensaba en tu viaje. Viaje a faros de luz, que iluminan el camino; el sendero a recorrer.
Búsqueda de puntos claves que tú, marinero de tierra, conoces y que guía tu ruta a puerto seguro.
Viaje al interior de una España que en lo profundo no cambia de raices y de puntos de apoyo.
No sé si tu destino te obligará a emprender, de nuevo, caminos a aguas que no conoces. Donde llevarás las ganas de seguir siendo aventurero y seguro de tu labor. Que te obligará a distanciarte, miles de kilómetros, de lo que quieres tener a tu lado.
Te lo dirá el corazón, marinero de tierra y, espero, le harás caso.
Pero, estés dónde estés, marinero, sabes que tienes faros en la península. Que sólo mirar a través de la espesa niebla de la vida, y encontrar esa luz, te ayudará a seguir el camino marcado por tu propia voluntad, y que siempre está por pisar.
Me gustaría ser un pequeño faro para ti. Sé que mi luz no es potente, pero me gustaría pensar que te podría iluminar para que lleves el rumbo adecuado.
Y, aunque yo no esté, descuida, sé, como sé que mañana amanecerá, que no te faltarán faros que iluminen tu sendero. Por mucho que tardes en volver.
Si, finalmente, marinero, el corazón puede más y decides quedarte cerca, tú serás el faro para los que lo necesiten.

viernes, 23 de enero de 2009

Despedida


(Claude Monet- Regatas en Argenteuil)

Estaba de nuevo solo.
La humareda del bar y el murmullo incesante resultaba una especie de campana, una cortina, que me aislaba del resto. Mi mesa, con dos sillas por ocupar, pero con una vacante por instalarse.
Sabía que no iba a volver.
Quedamos a la hora en la que los niños todavía estaban en el colegio; salimos temprano para que el atasco no llegara antes que nosotros y nos citamos en un bar que hacia esquina con un parque, en ese momento casi vacío.
Café sólo con hielo, por favor. Serán dos.
El olor a café nos inundaba. Alguna persona diseminada en las mesas daba el ambiente adecuado al bar.
Nos miramos en silencio. Nuestras miradas siempre tenían silencios prolongados. Me gustaba quedarme con el recuerdo de sus gestos, del perfil de su barbilla.
Me voy, me dijo. Lo sé.
Parecía que estaba todo dicho, y todo por decir. Me da miedo preguntar por qué, por la respuesta. Y sin embargo, las preguntas eran muchas, aunque de algunas de ellas, ya tenía la respuesta.
Te echaré de menos; aunque espero que estemos en contacto. No sé, me dijo. Tengo que saber qué hacer con mi vida; quiero volar libre, sin ataduras, sabiendo que la vida tiene que sentirse con intensidad. Que cada momento en la vida sea como una ola que viene a ti y tienes que afrontarla, y avanzar.
El café ya estaba frío, y mi sonrisa triste se empezaba a contagiar de la melancolía de su despedida.
Si vuelvo te buscaré. Por favor. Claro.
Se levanto decidida, se acercó a mi, y mientras me acariciaba la barba con su mano, me beso con ternura. Se incorporó y se fue.
Nunca mira hacia atrás, ni en las despedidas, así que la seguí con la mirada, hasta que la esquina la convirtió, de nuevo, en recuerdo.
El bar empezó a llenarse de feligreses mientras yo mantenía mi mirada en el fondo del vaso de hielos que el tiempo había transformado en agua.
También la vida se compone de adioses, de despedidas; y estas, también, hay que vivirlas intensamente.

(Hasta cuando quieras…)

miércoles, 21 de enero de 2009

He cruzado océanos de tiempo


(Julio Romero de Torres. En la Ribera)

Mi padre era un pesimista con carne de socio. Nunca escuché palabras de ánimo, ni consejos que tuvieran siquiera una mínima luz.
“No estudies eso, que para lo que te va a servir; aprender inglés, menuda pérdida de tiempo; tú verás si te metes en esa compra, porque no esperarás que te ayude cuando salga mal.”
Claro, al final uno interioriza los pesimismos, se saca también plaza en la sociedad pesimista nacional, y deja de creer en los milagros y en los sueños.
Mis sueños siempre se han enfrentado a la realidad, sabiendo que iban a perder. Que la realidad eran palabras mayúsculas; Y las aseveraciones de mi padre, axiomas.
Así que, aquel día que quedé en la barra de un bar, con una mujer que conocía solo de conversaciones telefónicas y de una foto que me envió a través del correo telefónico, solo era un paso más a mi confirmación de la realidad.
Entró con pasó firme, decidida, alegre, inteligente y voraz de palabras. Me dejé llevar por su magia, y me creí decidido a pensar que esta era la excepción. Sus ojos me miraban con la inteligencia de su ser, y con la dulzura que sus manos se movían junto a las mías.
No soñaba con mujer, ni con un ser especial a mi lado, así que no pensaba que esto me estuviera sucediendo a mi; que pensé que, en realidad estaba yo usurpando el cuerpo de alguien, como en las películas; me he muerto en realidad, pero como los dioses se han equivocado, porque no me tocaba todavía, han trasladado mi mente al cuerpo de alguien que no está asociado al pesimismo.
Y me dejé llevar por el sueño de aquella mujer que se encontraba a mi lado. El tiempo que permaneciera con ella era el regalo que los dioses me otorgaban. Miedo me daba encontrarme con un espejo y descubrir quien era yo en realidad. Y la sorpresa era que era yo, y no otro, quien manejaba ese sueño.
Tampoco era difícil encontrar hueco a un sueño, cuya realidad tenía cuerpo de mujer.
Los días pasaban a su lado y el sueño se confirmaba; sus manos acariciándome la espalda, mientras besaba sus labios, no podían ser espejismo de un sueño.
A veces, mientras miraba como dormía, y descansaban los ojos que me habían hechizado, temía el sonido de un despertador que, seguro, miraba agazapado detrás de mi, y que en el momento de besarle lo párpados dormidos, atronaría para avisar que el sueño era sueño, y no realidad. Quizá la amaba tanto que no la podía condenar a que el sueño se convirtiera en pesadilla.
Pero todo principio tiene un final. La realidad me adelantó por la derecha. Percibí que iba a dar un volantazo y frené. Quizá antes de tiempo, pero frené. No podía seguir viviendo un sueño que la realidad iba a marchitar. Nos despedimos entre lágrimas y mi sueño, sin necesidad de despertador, se alejó, con un portazo en mi corazón. Y ya hace años de esto… sí. Aunque es curioso que siempre sueño con aquellos ojos, y con ese mirar. Con esos labios que me besaban, y me trasladaban al refugio de la calidez. Me despertaba alterado, sabiendo que ese sueño lo dejé pasar.

El café central es de los lugares de Madrid dónde nunca pasa el tiempo. Quizá las personas; quizá los camareros sean diferentes, pero siempre está ahí, esperando que sucedan cosas, o ninguna, pero el café se muestra siempre igual; es el escenario para que los encuentros, y los sueños que necesiten un marco, lo visiten.
No esperaba ni escenario, ni encuentro, ni nada. Madrid, con tres grados bajo cero estaba ahí fuera; y yo dentro pidiendo un café; con hielo por favor… Lo sé, pero no lo puedo evitar; mi café con hielo.
Miraba sin ver. La puerta se abría y se cerraba en una constante sucesión de personas que se asían al café antes de enfrentarse de nuevo al frío invierno. Entró un mujer con el pelo oscuro, que se quedó parada en la entrada, supongo que buscando mesa. Al andar hacia la barra, me dio por imaginar que ese paso ligero y resuelto yo lo había soñado.
Pero no conocía ninguna persona con el pelo casi negro. Los pasos de mi sueño llevaban el pelo corto y pelirrojo.
Volvía mirar a la puerta sin mirar. Pero no podía evitar sentir la mirada que me empezó a indagar desde la barra.
La chica del pelo casi negro se quitó las gafas de sol, y apareció la mirada de ojos pardos que aparecía en mis sueños.
No es real. No es posible que mis sueños dejen de ser sueños. Ya lo tuve una vez y le dejé bien claro que la realidad era lo primero.
Se acercó, está vez con titubeo. Me levanté y le miré a los ojos. Era ella, la del sueño.
Hola, hola, contesté. Cuando tiempo. Mucho tiempo.
Nos miramos a los ojos.
¿Sabes que has estado siempre en mis sueños? Le dije. Pero eras sólo un sueño que decidí que no podía ser real. Púes soy real, y estoy aquí.
Pués yo he He cruzado océanos de tiempo para encontrarte, me dijo ella.
El beso con sus ojos en los míos, me dijo que ella estaba, que había vuelto; que quizá nunca se había ido, salvo en mis sueños.
Pero los sueños no se pueden hacer realidad… o sí.

viernes, 16 de enero de 2009

Para tí

Intentaba beber de aquel río con las manos. Era una posición un tanto forzada. Ponía la mano derecha encima de la izquierda; juntaba las muñecas, cerraba los dedos y sumergía completamente las dos manos juntas para coger el poco agua que entraba en ese pequeño hueco que creaba con las manos. Iba muy despacio, pero siempre se caía la mayoría de agua. Apenas podía beber una pocas gotas. Al tener esta posición forzada con las manos, terminaba por abrir los dedos y el agua se escurría entre ellos, buscando con rapidez el suelo y el río para dejar de ser agua y convertirse de nuevo en río.

Daba la sensación de que el poco agua que recogía tenía la inercia de continuar siendo un río, y apenas subía las manos a la boca, su inercia me dejada sin agua que beber.

Me sentía impotente... no sabía que hacer para que una pequeña parte de ese río se convirtiera en agua y saciara mi sed.

Nada podría lograr que ese río parara; seguiría su camino, y yo sólo podía contemplarlo...
No había nada que hacer; quizá quitarme la ropa y entrar en el río. No podría ser nunca como agua, pero igual la corriente me ayudaría, metiendo también la cabeza, a saciar mi sed.

Sé que ella seguía su camino, que no pararía cuando la llamara... me quedé parado en la orilla. Sabía que nunca mis manos o mis palabras pararían su corriente. Nada saciaría su pérdida…

Para tí...

imaging


(Disculpad este atrevimiento. Hoy ha sido un día con hechos inesperados; y me han traido palabras y sonidos que creía olvidados. Repongo mi primer relato en este blog, que ha sido la primera piedra que movío estar aquí hoy.)

miércoles, 14 de enero de 2009

My Blueberry Nights



Hoy, por variar, una canción de Norah Jones, protagonista de esta película del director Wong Kar-Wai (director, entre otras películas, de "2046").
Ya han hablado Mencia, o Marnisagots sobre ella; poco a añadir.
Movie-Road de emociones, encuentros, besos, aprendizaje.
Quizá a ratos un poco lenta, pero capaz de hablar con las miradas, con las emociones de los gestos. Dolor y ausencia, pero con sonrisa de final de etapa, cuando, por fin, encuentras los labios que quieres reconocer.
Película que hay que visitar.

lunes, 12 de enero de 2009

Nieva


(fotografía de una anterior nevada,prestada por un amigo, en mi rincón de mi Retiro)

Cuando miras algo durante largo tiempo, terminas por mirar sin ver.
El cielo nevaba, y los cristales me salvaban de poner mis dedos en la nieve virgen que se iba depositando despacio, sin prisas, en el tejado.
Al levantarme y ver que era nieve y no agua lo que aparecía en la imagen del viernes, me apresuré a lanzarme al mirador del salón. Preparé el escenario… música relajante de Satie, el café recién caliente, y mi sillón. Este canal que iniciaba su emisión, no lo veía desde hacía casi cuatro años, y no quería perderme ni el más pequeño detalle.
Cómo niño absorto en la cabalgata de los reyes, mis ojos buscaban ilusionados los copos más grandes, y los seguían hasta que formaban un punto más en la sábana blanca que se posaba con calma y sosiego. El tiempo se había detenido; en las calles que asoman desde mi casa, no se movía nada. Creo que todos los que se asomaban a las ventanas, hacían lo mismo que yo. Se sentaban frente a la ventana, y veían el canal de naturaleza que yo veía en ese momento. De vez en cuando, abría la ventana y dejaba entrar el aire helado y el sonido del silencio que produce la nieve al caer. Ese silencio increíble que se oye siempre cuando nieva.
Al rato, y tras dos tazas de café, mi mirada se alejó de cada instante de copo, y empezó a alejarse. Los tejados blancos al fondo, mi mente callada, disfrutando del silencio de los pensamientos. Me encontraba, de vez en cuando, con el reflejo de mi mirada perdida en el cristal que me miraba.
Pero, cuando más quiero dejar de pensar, más se empeña mi cabeza en llevarme a reflejos pasados; a pasadas nevadas, que tenían diferentes recuerdos.
Me recordó tu pérdida, tu olvido. Me retuvieron aquellos tejados tu imagen, y dejé de ver nevar por un instante; quizá aquella nevada en la que, tus manos grandes y calientes, apretaban las mías, y tu mirada me hacía pensar que la nieve solo podría traerme momentos inolvidable junto a ti.
Al volver en mi, la nieve empezó a volverse fuerte, intensa. Me levanté despacio; me pondría otro café, y recordaría porqué la nieve ahora viene sin ti.