lunes, 9 de septiembre de 2019

24 años

(Ofelia muerta de Milliais)

Mi hija solo vio sus fotos calladas.

No siente el dolor de la familia. Sabe cómo es, porque ella, con su edad, ya ha pasado por la pérdida de algún familiar cercano.
Ya mayor de edad, y solo sabe de sus fotos y de sus primos, que tienen sus ojos y ciertos aires que les delatan.
Como pasa en mi familia, de los muertos no se habla salvo pasado mucho tiempo. Pero han pasado 24 años y el silencio apenas se rompe.
A veces pasa el día desapercibido. Hace ya mucho y el dolor no parece el mismo.
Sin embargo, la fecha viene siempre; todos los años. Cuando la veo, en el calendario que aparece detrás de la pantalla, no puedo evitar un nudo en la garganta. Una mirada perdida con humedad en la superficie de mis ojos.
Ya 24 años. Y la vida sigue; y la pena.
 

jueves, 19 de abril de 2018

Insomnio




 (perro semihundido- Goya)


La realidad supera todos mis sueños;
Los transforma en pesadillas que no me dejan dormir.
El insomnio es mi realidad de cada día.

domingo, 1 de abril de 2018

Un breve paseo





Baje con el coche por esta carretera y en el primer cruce que se encuentre, hay un camino que puede tomar para hacer el recorrido andando. Unas 4 horas ida y vuelta. 
Había decidido que había que caminar, y no solo por las calles de la ciudad. Ya está bien; hay que salir de la ciudad. 
Siempre me salen dos opciones cuando pienso en un recorrido fácil, cómodo y que conozco... Subir hasta la silla de Felipe II y realizar el camino marcado desde allí, o ir a Sepúlveda. Opté por esta alternativa. Si al final me arrepentía de mis propósitos, siempre podía acercarme a uno de mis lugares mágicos.

Salí decidido de la oficina de Turismo, monté en el coche y en apenas unos minutos estaba aparcado y decidido a pasarme 4 horas andando entre el silencio del campo y el río Duratón.

Me pusé las botas (esas que siempre pienso que me salvarán de un mal paso), me coloqué la mochila llena de agua y me puse en marcha.
Cuando inicio estos recorridos siempre espero que los dueños de los perros tengan la prevención de haberlos enseñado bien y que no me salten al cuello por ir solo y en silencio...

Aunque era pronto, notaba ya que el día iba a ser asfixiante. El final de julio siempre lo es. Pero, por una vez, planifiqué la ruta con antelación... gorro, agua, un bocata de queso y tomate... y ¿la toalla? Mierda... la toalla. Cuando la cabeza empieza a decirte que algo falta... Da igual. Ah, y la camiseta de repuesto para cuando vuelva y deje la sudada... bueno, dos cosas.
Podría haber recargado el móvil, la verdad. Lo voy a apagar. Así solo lo usaré si necesito llamar por una urgencia. Pero, ¿y las fotos? Desde que tengo este teléfono, que me saca mejores fotos que el armatoste de cámara que tengo, ya solo uso el móvil. Venga, solo en modo avión. Sigo...

Pensaba en el desastre que soy. Siempre había algo... 
Por fin me centré en el paseo. Parece que es conveniente ir en silencio (en eso no tenía problemas) porque los buitres estaban en el proceso reproductivo en esa época (suerte ellos que tienen una época al menos) y no ir dando patadas a todo o haciendo ruidos que les molestaran. Si ellos supieran lo bien que estamos conservando el medio ambiente...

Pero siempre llaman la atención. En un risco, con las alas desplegadas para acumular calor, se veía a uno que ya desde lejos parecía majestuoso. Menudo tamaño tiene. 
La primera vez que hice esta ruta, me sorprendió el aleteo de uno de esos impresionantes pájaros, justo antes de posarse. Me sorprendió. Era normal ese sonido, pero la verdad es que estaba esperando que todo en su mundo fuera más silencioso. Creo que nunca les he oído emitir ningún sonido.

Al pensar en eso, como un resorte en el pensamiento que te abre el canal del sonido y te lo sube de volumen, empecé a darme cuenta que no solo había buitres en silencio... Un montón de pájaros más pequeños estaban en los chopos inundando, junto con el sonido del agua, todo con música. La música de la naturaleza.
Al darme cuenta paré. No solo porque llevaba una hora a paso rápido, si no porque pensé que si me paraba los sonidos aumentarían. Yo era ruido para ellos y sus comunicaciones. Hacía interferencias.

No sabía qué pájaros habitaban allí... Vi una vez un petirrojo (sé que lo era por el pecho rojo) pero, o llevaban un cartel, o me sentía incapaz de reconocerlos) Sabía que había ranas, y anfibios de distintos colores. 
Así que, para qué quería el móvil, si no era para esto. Quité el modo avión. Vi que no tenía cobertura y me subí a un pequeño risco. Ahí, mientras seguía con los sonidos de fondo, aparecíeron dos tímidas lineas de cobertura.
Bichos en el rió Duratón... no, bichos no. Aves... Vaya...¡¡menuda fauna!! si menos avestruces hay de todo...
Me encantan los buhos, pero no creo que vea a estas horas. Águilas, cernícalos, jilgueros (ay mi padre, cómo le gustaban), mirlos. Estaba encantado de saber que había tantos y no podía verlos. Un zoo habría que poner, pensé en tono irónico.
Ruiseñores... Vaya. Me quedé parado en los ruiseñores.

Vaya, dije en voz alta. 
En ese momento pasaron por delante dos caminantes mucho mejor equipados que yo, y a los que saludé. les seguí con la mirada y volví a los ruiseñores.

Igual que a veces los olores te llevan a un lugar concreto, la palabra ruiseños me llevaba a lugares que están recogidos en mis pensamientos. Un libro, una película que me sedujo. A Atticus. A Finch.
Veía la cara de Gregory Peck con mirada paciente.
Esa imagen de niños metidos en un neumático dando vueltas.
De la rabia, interpretada por un perro; esa enfermedad que en la época en la que vivíamos pequeñas vacaciones en los pueblos, nos la anunciaban como la ENFERMEDAD. 
Pensaba en la fragilidad de ser humano. Aparentemente fuerte y que algo inesperado puede quebrar todo lo que es.
Y pensé en una sonrisa. A veces solo una parte del cuerpo se queda en la memoria. Piensas que quizá si volvieras a ver a esa persona después de muchos años, su sonrisa nítida aclararía ese rostro que tenías en penumbra.

Me quedé sentado un rato con los sonidos de fondo. Sonreí... Tengo que venir más al campo. Me sienta bien. 
Me levanté y me volví casi a la carrera al coche. Quiero tener esa sonrisa en mi mente cuando me siente frente a la ermita. Acumular recuerdos a los que siempre quiera volver. 

Cuando apareció la Ermita frente a mi... con un calor insoportable, mientras los buitres me sobrevolaban intentando pillar una corriente de aire ascendente, me paré en seco. Volví a sonreir. Otra razón por la que volveré aquí... La sonrisa del ruiseñor.

viernes, 2 de febrero de 2018

Espejo, espejito




No me miro en el espejo.
Me dicen que es lo que tengo que hacer.
"Mírate en el espejo"
"Mírate y di cosas buenas de ti"
Me miro pero sigo sin verme. Para arreglarme la barba, cuando me cepillo los dientes...
No me miro al espejo.
Pero sí cierro los ojos a menudo y pienso en mi vida.
En lo que hago cada día.
Todo va deprisa. Y yo no.
La vida va a velocidades por encima del límite
Y yo conduzco como esas personas que van despacio porque no saben qué desvío tienen que tomar.
"Eso no es mirarse en el espejo. Eso es juzgarte"
"Siempre nos juzgamos de manera cruel. Mírate en el espejo y di cosas buenas de ti"
Cierro los ojos y siento que cuando conduzco estoy siempre mirando por los retrovisores.
Fui. Y viendo mi pasado, parezco mejor que lo que fui.
Me paro a menudo y miro atrás.
"No te compares. Tú eres único"
Siempre pienso que menos mal.
A veces monto en el coche de otra persona; de copiloto. Y vivo su vida como si fuera la mía.
Casi siempre estoy soñando.

Con la vida que me gustaría si fuera otro.
Con la vida que podría tener si siempre compartiera el coche con una persona.
Con otra.
Pero no me miro en el espejo y pienso que eso no va a pasar.
Miro, me cruzo la mirada con alguien que me la mantiene y me pongo a soñar.
Pero luego cierro los ojos y me pongo en el lugar de ese ser que no conoceré.
Y sé que nada va a pasar.
Acumulo canciones, películas... teatro: libros y algún restaurante.
Lleno mi vida de cañas con personas circunstanciales que no me llamarán.
Calmo así esa sensación de silencio que llena mi presente.
"Mírate en el espejo" Me dicen.



martes, 21 de marzo de 2017

Canciones que huelen




Te pasa.
Seguro. Como me pasa a mí.
A veces es el aroma, o el olor al entrar en un lugar, o mientras das un paseo. Lo hueles, y no puedes evitar parar; y mientras hueles, cierras los ojos como si ese gesto te ayudara a cerrar el resto de los sentidos y te concentras rebuscando ese recuerdo. No uno cualquiera. El que te lleva al lugar exacto dónde la imagen, la sensación se une con el olor.
A veces es agradable, o te produce un efecto sedante. Otras, un escalofrío que no puedes evitar y que hace presente esa persona que ya no está, o ese sabor que nunca volverás a paladear y que va unido al olor. No pongo ejemplos. Lo sabes. Te pasa seguro.
El olor es el que me lleva a los recuerdos, a las imágenes más antiguas.
Pero llevo un tiempo en el que la música es la que más veces me produce estas sensaciones.
Una puerta de un bar se abre en el instante en el que pasas por delante y solo unas notas, apenas nada, te llega a los oidos que, por una vez, no van unidos al teléfono por un cable. Y la escuchas.
Esa maldita canción que hace tiempo que eludes. Porque quieres que pase a formar parte de tu historia. Tampoco quieres olvidarla; solo piensas que si durante un tiempo no la escuchas, pasará a ser el sonido de una imagen de tu vida que ya recordarás con nostalgía pero con una sonrisa.
De adolescente tenía una canción compartida con mi primera novia. Esa canción, que parece que compartimos muchas parejas, me acompañaba como las llaves de casa; y cuando aparecía, al unísono, como un resorte, nos producía el efecto inmediato de una mirada y de un beso. Daba igual dónde estuvieramos.
Pasó a acompañarnos demasiado tiempo. Por suerte ya no se escucha tanto pero sí que los sentimientos se transformaron... pasaron del dolor a la nostalgía... incluso a la curiosidad. Ahora, cuando la escucho, vuelvo a disfrutarla... pero la imagen de mi exnovia vuelve. Siempre vuelve.

Hoy volvió a sonar otra de estas canciones. Ha pasado ya el tiempo. Pero no me la esperaba. Escuchando música de radio en los cascos de la oficina. No han avisado. No han nombrado la canción. Solo los primeros segundos y ahí estaba. Todo visto como si estuviera delante. Hasta el video que acompañaba se me hace presente. Cierro los ojos y veo toda la escena. 
Una vez que la canción está en mi cabeza intento procesar lo que me produce.
Ha cambiado. Ya no es dolor. Este ya no está presente como protagonista; quizá pena. Nostalgía. No, nostalgía tampoco.
Me impresiona cómo todavía una canción, una concreta, produce esta cantidad de sensaciones.
Y pienso si, al pasar esta reflexion en palabras, la próxima vez que suene quizá sea más débil ese escalofrío. 
A veces necesitaría nuevas canciones. Quizá las tenga ya; y lo único que necesito es volver a escucharlas.

Hoy no acompaño el texto con un cuadro... Hoy una canción... para recordar...


 


Nieve


Illarion Mikhailovich Prianishnikov 1840-1894 , The Hunt oil on canvas

(Pensamientos al hilo de nada)
Nieve, es lo que se escucha como un rumor por los wasap.
Nieva, como si no se hubiera visto caer nunca.
Dicen que cae nieve en Madrid.
Madrid y la nieve siempre parece una combinación difícil.
Los osos en Madrid no hibernan.
Las calles de Madrid no duermen.
Los osos se vuelven más peligrosos.






viernes, 20 de enero de 2017

Paseo por la playa


La Playa de Pourville, Claude Monet

(Escrito en una madrugada de junio de 2011 y descubierto en un ataque de limpieza de correos)

Las piernas enterradas...
Me dejó la marea de su cuerpo en la orilla. Abandonado a mi suerte.
No sé que ola fue. Sé que hubo una. 
Hasta ese momento me mecia entre sus brazos.
Quizá decidió que llevaba demasiado tiempo a la deriva, y me dejó encallado en la arena.
Me quedé mirando al vacío, a su azul oscuro, casi gris.
Atónito como todos los que no saben cual es la razón de su desgracia.
Las preguntas las lanzaba a cada ola que se aproximaba a mi, mansa, pero en silencio.
Se llevaban las dudas, pero me devolvían la nada.
Quizá era lo mejor.
Seguir vivo era lo menos malo que me podría pasar.
Aunque vivir sin amor, era empezar a morir en silencio. 
Quedarte apenas con la vida es poco cuando se ha sentido con intensidad, casi con dolor.
Mentira es la convicción que mejor haber amado que no haberlo hecho nunca.
Con la ignorancia entre manos no parecía tan malo quedarme sin el dolor del desamor.
Ahora, ya roto el himen, rota la inocencia de mi ser, clavado el cuchillo en el lugar donde se desvanecen los sueños, la realidad se hace cargo de mi vida.
Miro al fondo, con el sonido del mar y de sus besos olvidados.
Me doy la vuelta. 
Lo que me espera, una escarpada subida hasta la meseta que, yerma, esta lista para recoger el despojo que ahora es mi ser.
¡Qué bien que amé!
Qué bien que si muero, será de amor; de ese amor que nos lleva a recorrernos el mundo sin saber si se instalará de una manera definitiva a mi lado.