lunes, 18 de febrero de 2008

Pablo Neruda. Poema veinte




"Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche esta estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo."


Pablo Neruda
Veinte poemas de amor
y una canción desesperada


A veces, el amor duele tanto que nos deja sin apenas espacio para respirar.

A veces no puedes evitar sentir que haces lo correcto, y que, sin embargo

no puedes vivir con ello.

Hoy me duele el amor que siento.

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Curriculum

Cerré el sobre. Ya estaba la dirección de la empresa escrita en él y mi vida en dos hojas (más de dos hojas, y lo tiran a la basura), detallando lo maravilloso que soy y que fui. Esta carta es… Bueno, no me acuerdo del número de curriculum que he enviado: Ahora todo funciona de manera automática; lo envío sin apenas retocar nada de lo redactado. Pero la primera vez, la vez en la que tuve que rellenar el contenido de esas dos hojas que debían componer mi historial, sí fue difícil.
Me llevó dos días ver claramente quien era, y cuales eran mis cualidades. A pesar de ello, creo que no lo tendría que hacer yo, sino un conocido, un amigo: si te valoras a ti mismo, siempre tiendes a encontrar defectos que te hacen ver que, en realidad, no deberían darte ese trabajo que tanto deseas.
Pero con el que redacté, el que me daba la posibilidad de encontrar un futuro estable, fui generoso y no añadí más defectos de los que objetivamente aparecen en el historial académico.
A pesar de este historial, de este curriculum tan trabajado, después de cientos de empresas que lo “archivaron (según decían en su contestación de condolencias), no era capaz de encontrar trabajo; no era nadie todavía. Bueno, era un nadie con un curriculum muy trabajado.
A pesar de ello, siempre pienso en el final feliz de toda historia, y mi final feliz no podía ser menos: siempre, creo, al final llega esa coarte que te dice: “vamos a probar con usted”. Y te entrevistan, y después de varios juicios sumarísimos, deciden que hay un hueco para ti en el empresa, y que el puesto es para ti.
¡ Y qué te van a pagar!.
Y entonces, ya sentado en tu cubículo, con gente desconocida que te rodea, te mandan un correo electrónico con una carta de bienvenida, que hace reconocerte como alguien.
Y ya, por fin, sé quien soy:
“Bienvenido a su nuevo puesto de trabajo, es, a partir de ahora, el número 1186. Enhorabuena”.

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Encuentro. Viajante



Soy viajante. No resulta un oficio con un nombre muy sugerente. En la única frase en la que le encontrado cierto atractivo a mi oficio es en el título de una novela de Miller (como si e conociera de toda la vida)”Muerte de un viajante”. Un título que parece que invita a conocer más del personaje. Aún así, sólo con lo que dice el título de la obra, como que no resulta muy positivo.
Quizá lo ideal habría sido buscar un trabajo que tuviera una palabra que me definiera como alguien que, sin cambiar el trabajo al que me dedico, pudiera tener un nombre con el que me gustaría que me calificaran… Por ejemplo… no sé… Paseante; sí; me gusta; podría ser un buen nombre de un trabajo. De mí trabajo.
Me resulta sorprendente que la palabra viajante la vea con un matiz tan negativo. Cuando deriva de una palabra como viaje. Viajante, relacionada con el trabajo, me resulta fría, lejana, distante.
La palabra viajante me lleva a pensar en películas de los años sesenta. Personajes vestidos con trajes que nunca le sentaban bien, y que estaban en la fina línea entre lo elegante y lo vulgar; pelín horteras.
Siempre hablaban deprisa y tenían que vender lo que fuera. Viajaban siempre en segunda, o con un seiscientos amarillo, recorriendo todos los pueblos, con maletas imposibles de manejar, dónde llevaban todas las muestras.
Me imagino a mi padre. Él, en un momento de su vida, también fue viajante: y viéndole, me le imagino y pienso que era la viva imagen de viajante que tengo: y no quiero que se malinterprete, pero no quería llegar a ser así. Yo no.
Ahora, voy vestido en el tren (naturalmente en segunda), voy vestido con un traje, y, a veces, conduzco en el seiscientos del momento; y salgo a recorrerme el país para intentar convencer a los demás que lo que yo llevo en la maleta es lo mejor que pueden encontrar.
Claro, yo… el viajante…deseaba ser otra cosa. Tenían que haber alguien que supiera que yo haría algo que sería digno de recordar. Quizá… sería alguien famoso … luego pensé que podría ser ese que salvaría al mundo con la solución al problema horrendo que en ese momento amenazaba la vida del planeta (¡¡¡quien no quiere ser un héroe!!!);
Pero todo se pasa con la edad; al cabo de unos pocos años, sólo pensaba que tenía que hacer algo importante para poder estar bien con los demás; con los más cercanos a mí.
Según me acercaba a la edad que tengo, me conformaba con ser un poco feliz, hacer feliz a los más cercanos a mí, y trabajar en lo que me gustaba.
Hoy… hoy soy viajante. Me limito a ser viajante, Y no demasiado bueno. Y siempre pienso si mi esperara es vivir, al menos, de la manera menos mediocre que pueda.
El tren para. Hemos llegado a la ciudad de hoy. Ya es de noche. Salgo sin prisas; en realidad, nadie espera a que salga. Me para el abrazo de dos enamorados, o dos amantes; ella acaba de llegar, quizá sólo han dejado de verse desde esta mañana, pero acaso ya es demasiado tiempo sin verse. Les esquivo, no sin antes sentir un poco de envidia, esa envidia cuando uno ve algo que le gustaría tener… hacer y que no hace.
Cuando llego al parking de la estación, los recién llegados en el mismo tren que el mío, ya se han distribuido entre sus coches, los que estaban esperándoles, y los taxis. Me quedo esperando. Supongo que llegaría algún taxi para poder llevarme al hotel.
Los enamorados, o amantes, que se han demorado en el andén, salen de la estación en dirección al coche que les llevará a su casa. Adios, les digo en mi pensamiento.


Siempre pienso la cantidad de gente con la que coincido en un tren, en un andén… con los que me cruzo la mirada, y luego no vuelvo a verles jamás.
Para que la vida del viajante sea más llevadera, hay veces que imagino, sueño, cambio mi realidad con otras vidas, que siempre son perfectas, que siempre dicen las palabras que hay que pronunciara, y que encuentra la mujer ideal, que siempre cae en este, o en el siguiente pensamiento, en la redes de su atractivo personal.
Sólo una vez me pasó algo que me pareció fuera de los que mi mediocre vida me deparaba.
Era un martes; un martes de otoño; el suelo estaba lleno de hojas resecas, acumuladas en pequeñas montañas, que al atravesarlas cubrían mis pies, de camino al hotel de aquel martes al que me dirigía. Daban ganas de destrozar el trabajo del jardinero que se había peleado con ellas para poder juntarlas, y llegar a la carrera esparciéndolas de nuevo. Como una escena al estilo de “descalzos en el parque”.
Ese martes llegaba cansado; prefería llegar cansado al hotel, porque era la mejor manera de garantizarme un sueño pesado que me ayudaba a no pensar.
“Habitación 243” “Gracias. Por cierto, avísenme a las seis y media, por favor”. “Buenas noches”. “Buenas noches, Señor”.
El caso es que, una vez en la habitación, me sentía encerrado; tenía necesidad de salir, me ahogaba. Me voy al bar del hotel me tomo unas cervezas a la salud de mi empresa.
Estaba sólo en el bar. Es camarero se ocupaba en parecer ocupado, y yo miraba fijamente a la cerveza, intentando descubrir el sentido de la vida. Aparecieron dos personas más, que parecían amigos de toda la vida, y que se mostraron muy afectuosos con el camarero.
Y después, entró ella. No me llamó la atención. Siempre me fijo en las mujeres, intentando descubrir si realmente puedo encontrar su alma con una mirada; pero ese día sólo miraba la cerveza. Se sentó frente a mí, en otra mesa, y mirando primero a la televisión, y luego a la carta; pidió al camarero algo de cena, y se encendió un cigarrillo.
Así pasó un buen rato. Ella con su cena, y yo con mis cervezas.
En un momento concreto, me empecé a fijar un poco más en ella. No era especialmente guapa, ni especialmente atractiva. Sus ojos, no sé… eran grandes. Media melena, color castaño, creo; y eso sí… una preciosa sonrisa.
Vaya. Yo sol; ella sola.
Al menos, por variar, podía intentar mantener una conversación con alguien que no fuera mi móvil. Durante unos pocos minutos me tensé; se me alteró el pulso, y lo decidí; tenía que abrirme al mundo.
“Hola, siento molestarte, pero estoy aquí, sólo, aburrido, y con ganas de charlar con alguien. Perdona si parezco atrevido… ¿Te apetece un poco de conversación?.
En realidad, no perdía mucho; no obstante, temblaba como no lo había hecho nunca. Estaba asustado. ¿Y si me manda a paseo? Bueno, en realidad ni la conozco ni sé nada de ella. Sería otra tontería de las que hago a lo largo de la semana.
¿Por qué no?. “Siéntate”. “Gracias.” “Soy….” No, sólo charlar, pensé; para qué presentarme…
“El otoño es la época del año que más me gusta….:”
Vaya, sin sentirlo, con un poco de colaboración el uno y el otro, hablamos hasta… Hasta no sé que hora. No hablamos de nosotros, o sí, pero no personalizábamos.
Su voz, su tono, su risa, me contagió las ganas de conversar. Mi deseo era hablar. Saber que podíamos conversar sin llegar a contar con los pre-Juicios de lo que somos.
A las cuatro de la mañana, con más copas de las deseadas, decidimos que era hora de despedirse.

La acompañé a su habitación y le di las gracias. Ella me respondió con un beso en los labios que dejó su sabor en los míos.
“Buenas noches”. Entró en su habitación y cerró la puerta. Yo me quedé unos pocos instantes delante de la puerta recién cerrada, dejando la imagen de la cara de aquella mujer todavía en mi mente.
Después entré en mi habitación. Descubrí que aquella mujer me ayudó a ver que, debajo del viajante, había alguien más. Y que todavía podía sentir.
No sé el nombre de ella; no sé su edad; quizá nunca la vuelva a ver, pero de alguna manera, me ayudó a sobrevivir.

Ha llegado el taxi… “Al hotel, por favor”
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viernes, 15 de febrero de 2008

Los amantes...2 "Los puente de Madison"



(Admito que cortar una película no está bien, Si creeis que es mejor que desaparezca este fragmento de película, lo haré)

Mis palabras seguro que no expresan lo que las imágenes de este fragmento de la película transmiten.
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jueves, 14 de febrero de 2008

Los amantes


Ayer te buscaba con mi mirada. Buscaba entre la multitud de personas que visitaban aquella exposición, tu silueta. Intuía que estabas por allí, muy cerca. La sensación de que tú estabas, o quizá ya estuviste allí antes que yo. Pero presentía que una de esas espaldas era la tuya. No miraba ni lo cuadros, ni las esculturas; a quien buscaba era a tí, y no podía ser que no estuvieras.

Por fin te encontré. Mirabas fijamente un cuadro de algún pintor famoso, joven, y absolutamente desconocido para mí; eras tú; sólo podías ser tú.

Me estremecí, por fin tan cerca, por fin podría tocarte. Siempre me habías parecido tan difícil de alcanzar, que sólo esos apenas 2 metros que nos separaban, parecían una distancia infinita cruzarlos.

Toque levemente tu antebrazo, que tenía una piel blanca y muy fina. No me lo podía creer. Eras tú, y estabas tan cerca que pude tocarte. Diste un respingo y al girar, tu vista se relajó al reconocerme; "estuve pensando en tí, hoy, durante todo el día" me dijiste.

"He pensado en tí toda mi vida, y no he hecho otra cosa que pensar en tí".

Siempre que nos veíamos sabíamos que era la primera vez, y quien sabe si la última.

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Para tí....