martes, 21 de febrero de 2012

Mañanas raras



Pastosa la boca; difícil vomitar palabras.
La mente va lenta, despierda despacio.

Mastico los pensamientos de la noche en blanco; los rumio hasta que se forma una bola enorme que tengo que expulsar. Un trago de café. Uno más. No sumo las tazas que me he tomado; supongo que si fueran piezas de fruta cumpliría los estándares que nos venden las campañas gubernamentales.
Se junta el café con la bola. Mastico de nuevo. Imágenes inventadas en mi mente. Construyo historias que forman otras. Evolucionan haciendo uso de mis recuerdos y transforman mi imaginación en un entramado complejo simulando las historias de Jane Austen.
Miro sin ver, veo lo que no quiero saber. No sé lo que quiero ver.
Amaceció el viernes por la noche, y mi cabeza ha logrado transcenderme. Es un órgano independiente de conocimiento que hace tiempo que no manejo. Ha decidido por su cuenta llevar al límite el resto del cuerpo.
Un solitario juego en el que vencer no es ganar. 
Quiere saber cual es el límite del cuerpo humano. Quiere descubrir si la falta de sueño produce monstruos.
Yo le interrumpo; le digo que no hace falta, que yo me invento los monstruos que quiera. Ni siquiera eso; hay monstruos que están ya en mis recuerdos y que son la esencia de lo maligno.
Da igual. Me quiere hundir. 
Pero recuerda, mi querida mente; no caeré solo. Tú caerás conmigo.
En fin... un día raro.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Y me dio la una


(Vettriano / Los siete pecados capitales)
 (Pensamientos oscuros leídos en mayo del 2014, pero incluidos en la fecha en la que fueron escritos)

La una... la una y cuarto.
La sensación de lejanía, de estar en un mundo que no puedo compartir, me sume en pensamientos que se depositan en el fondo oscuro de mi materia gris.
Amor propio, orgullo, frustración, dudas, desamor, mentiras, traición

... sí; sobre todo mentiras. Es la palabra que aglutina, que liga y da sentido a las otras.
No me cansa mentirme. Una y otra vez. Alguna vez conseguiré llegar a un momento de equilibrio, en el que esas palabras dejen de significar lo que intuyo, lo que sé, y me trasladen al sentimiento puro, al genuino, de cada uno de ellas.
Bastante tengo con aguantarme las ganas de salir corriendo y no parar. 

De dejar el libro de mis palabras interiores a medio leer, y quedarme con estas y regodearme con su sonido, con la sonoridad que produce cada una de ellas.