(foto prestada del blog de mencía)Si bebo, no conduzco.
Si bebo, las rectas se convierten en curvas.
Si bebo, las curvas son piruetas de una montaña rusa.
Ayer, cuando entré en casa, no había bebido.
Pero recuerdo las curvas del vaso, con mi vino preferido encima de la mesa. Compré las botellas en aquella vinoteca dónde paraba cada vez que tenía que pasar por aquella ciudad. Recuerdo lo bien que me atendía la mujer que la regentaba. Siempre me ayudaba a descubrir los vinos, las uvas; los sabores. Syrah, merlot, Macabeo, Gewürstraminer, pinot noir, Mencía…
Me detallaba los olores que descubriría con aquellas uvas, las sensaciones en el paladar. El tipo de copa, para deleitarme más aún de sus matices.
Pasaba más de una hora aprendiendo, cada vez que pasaba por allí. Y allí descubrí ese vino… un ribera, que no soy de ribera decía. Pruébalo, es del noventa y cuatro me decía. No sé. Un poco caro, pensaba también. Finalmente me lo llevé. Una botella, y una copa que compré en el Carrefour cercano.
Abrí con parsimonia el vino en el Hotel, junto con una bandeja de jamón de la zona, que parecía que acompañaba a la perfección.
A la mañana siguiente cargué el coche con dos docenas de aquel vino.
Lo abría en ocasiones especiales. Lo escondía cuando alguno de mis voraces amigos tenía la tentación de beberse mi escasa bodega en una sola noche.
A alguna mujer que se atrevió a conocer mi cocina, mi casa, mi habitación, se lo daba a probar; prefiero la coca cola Light me dijo alguna también.
Cuando abría alguna de aquellas botellas, me transformaba. Era una amante a la que quería mimar, acariciar. Cada sorbo de ese vino, me inducía a cerrar los ojos, a mantenerlo en la boca, a saborear sus matices. Soñaba que era mujer con matices frutales.
Tan enfrascado estaba en mi mundo de vinos, que me subscribí a una revista que me ayudó a apuntarme a un curso de cata, fuera de mi ciudad, en un pueblecito. Allí pasé el fin de semana que descubrí el Cariñena, el somontano, a ti. Los ojos, la mirada, la forma de beber y saborear el vino. Nos enfrentamos a una cata en la que el vino nos produjo los mismos matices, las mismas sonrisas, y nos acompaño a la cama para descubrir que el vino era el complemento perfecto.
No recuerdo el tiempo que tardaste en visitar mi casa, en alojarte, en ser parte de mi vida. Pero creo que todavía tenía el sabor de tus besos, en aquel hotel rural, cuando tus vestidos ocupaban mi armario.
Pasamos unas semanas cruzándonos posturas y besos; descubriendo matices en el cuerpo de los dos.
Aún así, no saque mi vino, mi amante. No quería pensar que el vino y ella no se llevaran bien, que no llegarán a intimar, y tuviera que beber en solitario, de nuevo.
El vaso tenía dueño; todavía se notaba las marcas que deja el vino en la copa, cuando se ha bebido… NO, lo ha probado… y lo ha probado sin mí.
Las cartas que había recogido en el buzón minutos antes, me temblaban en las manos…
Hola, me dijo desde la cocina, ahora salgo… porqué no te pones una copa de vino mientras, me pregunto, dando por hecho que lo haría. Me desplomé en el sofá, pensando qué haría ahora que se conocían. Bebí de su copa, saboreando como nunca ese pequeño sorbo que mojaba mis labios.
Ella apareció al cabo de unos minutos. He descubierto este vino. Lo tenías escondido. Sí. Esperaba el momento especial para presentártelo. Pero no sabía si te iba a gustar.
Es mi vino preferido. Ya… me dijo con una larga pausa.
Sabes, creo que sé como sacarle partido a tu vino, para que no me olvides…
Me cogió de la mano, obligándome a levantarme… con la mano que le quedaba libre, cogió la botella a medio beber, y me arrastró hasta los pies de la cama…
¿Has probado alguna vez el vino, decantado por un cuerpo?
Si bebo, no conduzco.
Si bebo, solo veo las curvas de ella.
Y sus curvas tienen los matices frutales que nunca pude imaginar que tenía su cuerpo.