lunes, 20 de octubre de 2008

Dudas


(Claude Monet- Puesta de sol en los acantilados cerca de Dieppe)


(Foto de LA TIERRA)

El acantilado no era muy alto; apenas unos metros de distancia me separaban de la mar. Llegué allí esperando respuestas a mis dudas. La soledad suele tener muchas cosas que decirme. Y con la compañía de la mar, juntas, seguro que me aclararían la manía que tengo de preguntarme sobre mi propia vida.
La más de las veces prefiero no hacerme preguntas; me limito a ir pasando el día a día sin esperar que encuentre las respuestas a lo que está pasando.
Wittgenstein ya decía “De lo que no se puede hablar, mejor es callarse “; o algo parecido. Y si él no podía dar respuesta a las preguntas fundamentales de la vida, quien era yo para siquiera escribirlas.
Eso era la teoría. Pero siempre había un momento del día que me asaltaban las preguntas, en minúsculas, de mi propia vida. Un día decidí que me iba a visitar a mis olvidadas amigas. La soledad venía a verme a menudo a casa, pero la mar, esa era más terca, y, o bien la visitaba, o bien la mandaba cartas en una botella. Pero sólo contestaba cuando iba a verla. Cogí mi casi abandonado coche, lleno de polvo y cansancio, y me lancé a verlas a un pueblecito de Santander.
Me prometieron alojamiento tranquilo, con el paseo cerca. Hacia frío en ese abril destemplado, pero ayudaba a alejar del paseo a los que vivían de fin de semana en ese lugar. La iglesia al final del paseo, del pequeño puerto, se mantenía mirando segura de si misma, a pesar del oleaje bravo con el que me saludo.
Ya sé que he tardado en venir, pero aquí estoy; no te enfades conmigo; además te traigo a la soledad para que charlemos los tres.
Aunque me temo que eso no la calmó demasiado. Tras un paseo de casi una hora, llegué al punto de encuentro. Un pequeño acantilado entre playas, que, si bajas lo suficiente, casi no se ven las casas.
El ensordecedor sonido de las olas, casi impedía que le hiciera las preguntas. Estuvimos un rato los tres allí; la mar se calló un poco, a pesar del su soniquete nervioso y constante.
Necesitaba veros; necesitaba saber que pensáis.
Estuvimos hablando varias horas. Hasta que sentí que las articulaciones necesitaban salvarse de la humedad.
La mar se había calmado. Y la soledad me acompañó hasta un pequeño restaurante cercano al paseo, para tomar algo caliente y entrar en calor.
¿Qué quiere? Preguntó el camarero…
Me quedé callado… un momento… Ante la falta de respuesta, el camarero fue de visita a otra mesa para preguntar lo mismo.
Es curioso, Estaba buscando respuestas a mis preguntas. Pero lo que realmente necesitaba era una pregunta a mis dudas.


4 comentarios:

Mencía dijo...

A veces lo más complicado es dar con la pregunta correcta ... a veces porque intuímos respuestas que queremos que no nos lleguen de ahí la incapacidad de tan siquiera preguntarnos.

Un día , de repente tienes el valor de formular la PREGUNTA y un día de repente llegan las respuestas a las dudas y las soluciones a las andaduras.

Besos.

ROSA ALIAGA dijo...

una pregunta a mis dudas...gran frase!!!

LU dijo...

Qué evocador este texto.
Para mi es especial la relación con el mar. Pasear por la orilla de la playa, sobre la arena mojada, el sonido de las olas y las gaviotas, el resplandor del sol.. es tan relajante.
Biquiños

Pepe del Montgó dijo...

Por supuesto el final. Pero no me negaras que es muy curioso que alguien de tierra adentro hable con LA mar y no con El mar.