lunes, 28 de enero de 2008

El Beso

El Beso es una de las manifestaciones más bellas del amor entre personas; entre dos personas.

"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua."

Rayuela. Julio Cortázar (capítulo 7)

jueves, 24 de enero de 2008

Sueños

Nadie llamaba. Llevaba tres días esperando a que sonara el teléfono. Y tres días sin salir de casa, esperando que diera muestras de actividad el teléfono de casa. A veces me repetía que lo que pasó esa noche era sólo una invención mía. No era posible que me hubiese sucedido aquello. A veces mis sueños me juegan malas pasadas.
Sueño muchas veces al cabo del día. Sueño despierto. Es una de mis aficiones más arraigadas; supongo que es una afición que tenemos muchos, pero que no contamos porque, a nuestras edades, nos da vergüenza hablar de ello.
El caso es que hay personas que tienen aficiones que para mí sí son dignas de sentir vergüenza; incluso siento esa vergüenza ajena para que exista alguien que se avergüence en su lugar. Supongo que, el que exista esta posibilidad es para que le mundo esté en equilibrio. La verdad es que, a menudo, siento vergüenza ajena; y, a menudo, intento dejarlo, pensando que todos tenemos razones para hacer, o aficionarse a ciertas cosas.
A lo que iba; mi afición a soñar; a soñar despierto. Supongo que hay personas que tienen una vida tan interesante, que cuando llegan a casa, no tienen tiempo para soñar, sino para apuntar en un diario, no sé si íntimo necesariamente, todo lo interesante que es su vida.
Aunque sospecho que, hasta ese tipo de personas, también tienen un momento para soñar despiertos. Porque no hay nada tan placentero como soñar que eres otra persona, tienes otra nacionalidad, otro trabajo, o incluso otro sexo.
Yo tengo variantes de todo tipo. Incluso he soñado que no existía (al estilo de “Qué Bello es Vivir”), y me he imaginado como sería la vida sin mí (como se puede comprobar, mi afición a las películas degenera en poner en mi vocabulario títulos de películas).
Aquel sueño sucedía en un bar de copas; con unos compañeros de trabajo, que decidimos que la cena de navidad estaba muy bien, pero si la complementábamos con cenas trimestrales, y cenas de acontecimientos puntuales (Por la paz mundial, por ejemplo, en un restaurante con motivos guerreros). Así que después de una de esas cenas, en las que todos estábamos ya hartos de comer y beber, decidíamos rebajar la cena con unos litros de ron. En ese sueño, hace tres días de él, nos cruzamos con varios grupos de personas, de sexos mezclados, y sexos únicos…
Yo no suelo ser de los que animan la fiesta…prefiero la charla relajada, la conversación sobre lo divino y lo finito, y como era mi sueño, no tenía porqué variar este tipo de conversaciones.
Pero llegó un momento en el que mi párpados podían con mi afán de beber y de ingerir dosis exageradas de risas sin fondo. Así que decidí irme, sin despedirme, y sin pagar… los que se van primero tienen ese tipo de privilegio, se van, no se despiden, y no dejan dinero…que ya pagarán a escote los últimos en salir de allí, si salen. Y, como era mi sueño, la jugada me salía genial.

¿Dónde podría estar a las cuatro de la mañana en Madrid?... quizá en la zona de Huertas. Sí; además es la que mejor conozco, y en los sueños es preferible ir sobre seguro. Bajé andando la calle Santa María, en dirección al Paseo del Prado. Las calles, ese jueves, estaban, como siempre, abarrotadas. Ya sé porque me sigue gustando Madrid más que ningún sitio del mundo… Y eso que en mis sueños he tenido muchas ciudades donde vivir.
Paseo del Prado. Podría subir hasta Cibeles, y allí coger un buho. Pero, ¡Qué pereza!. Un taxi mejor.
Claro, como hay que darle un punto (o varios) de realidad, no había taxis libres. Ni uno. Tras media hora en un mismo lugar, con la teoría de que mejor parado en un punto, que ya aparecerán de algún lugar indeterminado, decidí ponerme a andar, para ver si el que le encontraba al taxi era yo. El paseo empezó animado, pero iba empezando a doler los pies. Ufff. Demasiado ron. Y eso que tenía un montón de años. Aunque igual era por eso que me empezaba a doler todo el cuerpo.
Y por fin, que el sueño se empezaba a alargar en exceso, vi lo que parecía una luz verde de taxi libre. Qué bien, por fin un taxi.
Esperaba que no fuera un hombre de los que se ponen a hablar de lo mal que va el mundo, o que ponen la Cope para que veas sus tendencias políticas. No; era una mujer, o eso parecía.
A partir de este momento es en el que pierdo conciencia de estar en mi sueño. Recuerdo el olor del interior del coche; la música (música clásica, quizá Mozart, pero no sé tanto de música clásica como para conocer su autor), la voz.
Y los ojos. Miro siempre al retrovisor interior, para ver los ojos del que conduce; es una manera de mirar a los ojos cuando estás detrás en el coche. Qué color tenían. No lo sé. Quizá marrones, negros… verdes oscuros. No lo sé. Pero sé como miraban. Cómo me miraron, a través del retrovisor mientras me preguntaba la dirección. Parecían sonreir. Y como iban atentos a la circulación. Ni me acuerdo como me llevaba en el coche, si bien, mal. Sólo tenía en mi retina el retrovisor con los ojos de aquella taxista. A mis preguntas tontas, siempre tenía un sí, no, las cinco y media….
Y qué hago ahora, me pregunte: ¿cómo se llamará?, necesitaba saber más de ella. Pero el taxi llegó con velocidad inusitada a su destino… a mi destino.
Necesito saber más de ti, necesito mirar esos ojos de frente, y que me miren a los mios. No te puedo decir lo que siento al mirarte a los ojos, pero necesito ver lo que tienen y lo que dicen esos ojos.
Giró la cabeza, como sólo saben hacerlo los taxistas y me miro directamente a los ojos. Creía que moriría de emoción. Estaba callada, con una leve sonrisa. “Son 25 euros”.
Vale, no quieres tomar una decisión ahora. Te dejo mi teléfono, y aquí tienes. 30 euros; quédate con la propina…. Por favor, llama. Me bajé, y se marchó. Lo siguiente que recuerdo era levantarme con una resaca increíble. Estaba seguro que aquello dejó de ser un sueño en un momento de la noche. Yo vi unos ojos que me hechizaron. Y tenía que ser real.
Llevaba tres días sin salir de casa, con la excusa de un catarrazo para no ir a trabajar. No llamaba por teléfono por la posibilidad de interrumpir su llamada. Tenía que llamar. Tenía que ser real. Esos ojos tenían que tener una mirada y una persona a su altura.
Y si no llama, por una vez, soñaré que no puedo seguir soñando más. Que en algún momento tengo que vivir para que esos sueños, algún día, se cumplan.

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