sábado, 12 de octubre de 2013

Camino

 (Monet-Sunset Puesta del sol)



Nada es igual.

Hoy mi percepción del camino es diferente.
Supongo que es la altura. Mi propia altura. De lo más pequeño y cercano al suelo, hasta lo que veo ahora.
También es lo vivido.

Por suerte, eso también cambia mi perspectiva. Si no evoluciona la mirada, dejará de sorprenderme y lo que ya has visto me parecerá monótono.

Este camino no sé dónde terminará. Es un camino sin meta definida, y sin saber lo largo y sinuoso que es. A veces eso me impide mirar a los lados y detenerme. Otras no me permite mirar a lo lejos.
Voy cargando pequeñas piedras que me atraen, y que quiero que me acompañen. No suelen pesar; incluso logran hacer el camino más liviano y ligero. Al meter la mano en el bolsillo y tocar algunas, me asoma una sonrisa. La dejo en la palma de la mano y me acompaña a ratos.

Otras empiezo a pensar que pesan y que quizá es mejor dejarla en el camino. Eso sí, en un sitio visible, por si vuelvo la mirada a la senda recorrida y puedo ver la piedra a lo lejos, con otra perspectiva. Me reconforta, me duele, me hunde, me hace más fuerte, incluso me hace caminar más deprisa cuando veo ciertas piedras atrás, alejadas de mi ruta, pero siempre presentes.

Otras las pierdo. Sé que han estado, las quiero cerca pero sé que nunca más volveré a tocarlas. Creo que son las que más pesan. Las que nunca volverán a ser.

Y siempre están esas piedras que me hacen tropezar. Esas que están ahí y me empeño en tener siempre a mis pies. No puedo perderlas y aunque pienso a veces que las he dejado atrás, al girar la cabeza y mirar hacia delante, vuelven a verse.

Algunas van en mi bolsillo izquierdo. Aunque no soy zurdo, prefiero ese lado para esas piedras. Me obligan a ser más cuidadoso. Intento no apretarlas fuerte aun siendo consciente que esas piedras son las que me hacen bascular más en mi camino. Cada vez que toco una de ellas, mis emociones se alteran y el ritmo de mi caminar es más irregular. 

El bolsillo derecho es más voluble. cambia de cantidad de piedras y de peso a menudo, pero no suelo me pesan mucho, salvo por necesidad.

Voy en estos momentos con unas pocas piedras. Intento mirar más el detalle del borde del camino. Me paro y me agacho. Veo las hojas del otoño pudrirse encima de una seta preciosa como la flor de un día; magnífica y llena de orgullo.
Huelo la humedad del ambiente después de un magnífico día de lluvia.

Tengo la sensación de ir más despacio. Algunas piedras aparecen en mi bolsillo como por arte de magia, están, desaparecen, hacen chas, y vuelven a aparecer a mi lado. Yo no las controlo. Y lo que me hacen sentir tampoco.

Nunca el camino ha sido muy lineal. Durante un largo tiempo pensé que casi se veía el final por lo recto que se le intuía. Pero ahora no. Ahora es mucho más sinuoso, estrecho y ancho a la vez, con matorrales bajos y frontoso. Tanto que en momentos tengo que agacharme.

Sé que hay cosas que nunca volverán a repetirse en el camino, y tengo certezas en la ruta. Sé que hay ciertas paradas en mi camino que ya no haré. Piedras que seguirán en mi mano mientras el camino siga.

Lo mejor del camino es también lo peor. No se puede volver atrás. Y cómo no puedo, ni quiero, ser consciente cada instante de ello, los tropiezos me están magullando las rodillas.

Ya nada es igual. Pero pensar que ya nada es igual es negativo, sería una percepción equivocada.

Miguel