jueves, 27 de noviembre de 2008

Killing Fields



Me atrajo la historia, y la música de Mike Oldfields.
Duras imágenes de una guerra, que, como todas, son desastrosas. Me quedo con la amistad que se transmite entre los escombros de la realidad.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Otra oportunidad



(Hopper. room sea)

Encendí la luz de ese portal desconocido.
Las llaves prestadas de un amigo, que prestaba su casa vacía de vida, para ciertos amigos que huían de su pasado, de su presente.
Era una primera planta, así que, aunque la maleta, con mi vida dentro, pesaba, decidí que las escaleras eran una buena opción.
Planta 1ª, puerta 4… La llave de puerta blindada; un giro, dos, tres, y la puerta se deja abrir; recordaré el número de giros durante un tiempo.
La casa parecía pequeña. Pequeño hall con puerta enfrentada que daba a la cocina, y a la derecha un pasillo para habitación y baño. El salón, a la izquierda.
Estás en tu casa, me dijo mi amigo. No lo parecía, pero tenía un lugar para cobijarme esas noches. Quité unas sábanas fantasmagóricas que ocultaban del polvo los muebles. Tras acumularlo en una pequeña montaña blanca, me acerqué al mirador del salón a mirar la calle estrecha y oscura.
El silencio era atronador. La vida parecía callada.
Las tres de la mañana… debería dormir, y callar también mi cabeza de pensamientos contradictorios.
A pesar del paisaje que se presentaba ante mí, mi vida acababa de tomar otras riendas. Mis riendas. De repente, ese silencio era voluntario. No había más incomodidades que las que mi conciencia me dictara. Y sonreí.
Hay vida después, eso seguro. Y puedo tomar conciencia de quien soy, y de lo que quiero hacer. Este tiempo que he cogido será definitivo.
La mañana siguiente amaneció temprano. Apenas las seis de la mañana y mi cabeza hizo las veces de despertador. Era sábado, y sin embargo, no tenía nada que hacer, salvo rehacer de nuevo mi presente y mi futuro.
Bajé al café que vislumbré a mi llegada; recién abierto; un café… sólo.
Tendría que aprender a vivir en soledad. A vivir con silencios; a aprender que la vida es para vivirla conmigo; y que para eso solo hacía falta sentirme bien con mis decisiones. Con mi forma de ser coherente.
Ya a media mañana de mi nueva vida, en ese sábado que era primero de año para mí, recibí un mensaje en el móvil. Era de él.
Al leerlo, Tuve la sensación de que mi vida ya no me pertenecía. Que todas las decisiones pasadas eran mi vida, aunque ahora no fuera feliz con ellas. Y que a mi hijo, y solo a él, le debía otra oportunidad.
(Mi paso por otros blogs amigos, como el de Mencia, me ayuda a encontrar relatos y sentido a las frases que navegan en mi pequeño mundo.)

Cosas que diría con sólo mirarla


Película de actrices. Del 2002. Dirigida por Rodrigo García (me temo que siempre llevará la coletilla de ser el hijo de Gabriel García Márquez).
Hoy me vino a la memoria. Película con grandes actrices, y con pequeños y duros momentos. También sirvió para reencuentros; con el cine, y con personas.

Violencia


(Forges, viñeta El país 25/11/2008)

Como persona, como hombre, me siento avergonzado de estas actitudes. Algún día, la educación que ahora se da a los niños, tendrá sus frutos. Creo que todos podemos contribuir a intentar que esto se acabe.
Aunque soy pesimista.

martes, 25 de noviembre de 2008

Frío interno


(Atardecer en otoño. Nolde)


Era un vino blanco, verdejo. Lo pedía siempre que iba a ese restaurante; fuera solo o acompañado.
Aquel día iba acompañado. Nos habíamos cruzado en alguna reunión de su empresa y la mía, y siempre coincidíamos en sonrisas y bromas. Siempre teníamos conversaciones tras las reuniones, que no trataban de trabajo. Saber del viaje de las vacaciones, de si estaba casada, de si yo salía por tal o cual barrio.
Un día, tras una de esas reuniones, me avisó que cambiaba de departamento, y que seguramente no coincidiríamos más.
¿Comemos un día? Le pregunté alardeando de un ímpetu osado que no correspondía a mi timidez. Rápidamente contestó que estaría encantada… si pagábamos a medias. Vale…
El jueves, a las dos y media.
Eran las tres menos cuarto y estábamos ya delante de las copas de vino, y brindando.
Por tu nuevo empleo… Lo he pedido por ti, me dijo. No entiendo.
Cada vez que te veo, me apetece estar contigo; no dejar de hablar y de mirarnos a los ojos. Acercarme a ti. Cada vez que nos rozamos, por estar sentados juntos, o al saludarnos o despedirnos, me suben las pulsaciones y me da ganas de olvidarme de los de alrededor y besarte.
Me quedé con la copa en la mano, mirándola con incredulidad, sabiendo que era una declaración a la que tenía que responder… Cogí su copa, y junto a la mía las coloqué en la mesa… el silencio cortaba. Ella esperaba una contestación…
En el momento en el que me acercaba a ella para besarla, una voz desde otra mesa, alejó un segundo mis pensamientos sobre ella.
Mi compañero de departamento… estaba en el mismo restaurante, en una mesa cercana, y no le había visto. Con otra persona.
Juan, hombre, qué sorpresa… qué tal si unificamos la mesa, decía mientras se sentaban y se bebían mi vino blanco, verdejo.
A partir de ese momento, la conversación deambuló por trabajo, sonrisas forzadas. Yo me fui agachando y desapareciendo en la conversación. Al terminar la comida, mi compañero se ofreció acercarla a su oficina, e insistió hasta que ella aceptó.
Al rato, me encontraba solo en mi mesa. Pedí una copa más de vino blanco, y mire a su silla vacía. Igual habría sido el amor de mi vida, pensé. Igual el amor de una tarde de primavera. El vino sabía diferente. No era afrutado sino amargo; el sabor amargo del futuro sin cambios.
Al salir del restaurante, cabizbajo, en dirección al parking, noté el frío que entra y cala los huesos. Las hojas caían con la danza del aire que crecía en las esquinas. Sonó el móvil. Hola. Hola. Quería terminar la conversación. Espero que seas feliz, le dije. ¿Y de lo que hemos hablado?¿no vamos a continuar con conversación? Me preguntó.
No sé que decirte; es difícil; los dos tenemos mundos distintos, vidas complicadas, le mentí… Ya…Bueno, adiós. Adiós.
El frío de otoño anunciaba el invierno, aunque tenía la sensación de que el frío salía de dentro.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Como si...


(Emil Nolde, mar en otoño)

Cómo si mi vida no tuviera alma.
Caen las hojas en el camino
y no tengo claro el camino a mi casa.
La casa en la que me dejé el alma.
Mi vida transcurre por otras sendas.
Sendas claras, sin peligros, sin sorpresas.
Dónde nada se esconde tras la curva, ni
nadie te sorprende y anima mi ser.
Me acostumbré a vivir por sendas claras,
asfaltadas de afectos, dónde los baches se
perciben fáciles de sortear.
Mi vida transcurre tranquila; amable, dulce,
sin tensión, con amor suave; sin estridencias
Ni alardes que una montaña rusa pudiera alterar.
El camino a casa, salpicado de hojas, barro
Y dolor, no lo encuentro.
Y no sé si sabría reconocerlo. Quizá me
diera miedo viajar por él, sabiendo que quizá
los afectos se vuelvan incontrolables,
y la tranquilidad fuera alterada por la vivencia
de una vida de extremos, sin término medio.

viernes, 21 de noviembre de 2008

El coscorrón


(Rafael. Academia de Atenas)

Decía Aristóteles que la virtud está en el punto medio. Que los extremos, finalmente, terminan por parecerse, por tocarse. Que el amor más extremo, llevado a las últimas consecuencias, se podía transformar en odio.
El día que me dio con sus nudillos en mi cabeza el profesor en clase de sociales, por hablar con mi compañero Manuel, en el colegio, pensé que odiaría siempre a aquel hombre. Le miré con un odio extraordinario. Nunca había sido capaz de prestar atención a sus clases. No es que fueran aburridas, que no lo eran, al menos si lo comparábamos con Don Emilio, el profesor de latín; pero tenía un timbre su voz que, si lo poníamos a la primera hora de la tarde del lunes, después de comer, adquiría la melodiosidad de las sirenas; suficiente para dormirme apoyado en el brazo izquierdo.
Esa leve inclinación al lado izquierdo me permitía ocultar mi cabeza de la mirada del profesor, que apenas se levantaba de su mesa en toda la hora.
Pero aquel día no… aquel día, que además le estaba preguntando a mi compañero por la lección que estaba dando, estaba de pie…. Se acercó por la retaguardia, y me dio el coscorrón… ¡Dios! Cómo picaba.
Desde aquel día, en un empeño sin par en otras asignaturas, me empeñé en aprender en su clase más que él. Quería pillarle en su terreno. Quería hacerle esa pregunta que un profesor debería temer. Esa pregunta en la que se quedara mudo. Que no pudiera responderme. Y yo, con aspecto triunfante, me sentaría lentamente en mi pupitre, sabiendo que la venganza de mi odio estaba satisfecha.
Pero aunque me preparaba las clases como ninguna, y, le asediaba con preguntas, no vacilaba en ningún momento. Siempre se regocijaba de mis preguntas, y se extendía en la explicación… Mi odio aumentaba.
Se aproximaban los exámenes finales, y mis ojos estaban inyectados en sangre, cuando le veía en el patio con otros profesores, o cuando tenía que darle los buenos días, al cruzarme en el pasillo de las aulas. Pero no podía con él.
El examen lo preparó con mala leche; las preguntas finales eran terribles; pero las sabía todas… Me extendí como con ningún examen.
El día que repartían las notas, en el aula magna del colegio, me nombraron para bajar al estrado, y recoger mis notas. Me las daba D. Emilio, el profesor de latín. Cuando me disponía a subir a mi asiento de nuevo, el profesor de sociales, me indicó con el dedo que me acercara a él. Estaba sentado junto al profesor de lengua, y el de filosofía.
Sr. Esparza, quería decirle que me siento especialmente orgulloso de su trabajo en mi asignatura; ha sido el ejemplo en otras clases, por su empeño y perseverancia…
Hace poco, dando un paseo por la feria del libro, me encontré con él. Estaba dando un paseo con su mujer… Me recordaba; ¡Sr. Esparza! Qué alegría verle… Le di un abrazo enorme. Y es que, cómo quería a mi profesor de sociales…

jueves, 20 de noviembre de 2008

Todo sobre mi madre (P. Almodovar)



Creo que la tengo como la mejor de las películas de Almodovar. Otras, como Matador, o Átame, Mujeres al borde..., o Volver me parecen excelentes. Sin embargo, aquí, la interpretación de las actrices, y la fuerza de la película, marcan, desde mi punto de vista, un cambio en las películas de Almodovar.

martes, 18 de noviembre de 2008

Mal día


(Van Gogh. La siesta)

Nuestra vida es un infierno. Así no podemos seguir.
Mascullaba mientras el taxi avanzaba con una lentitud increíble en el atasco.
Llevaba ya, a ver, hora y veinte minutos. Un infierno. Perdía el tren avión seguro. Pero la discusión me llevó a salir a las tantas. Y en el metro no podía llegar; la única posibilidad de llegar al aeropuerto era en taxi. Pero claro, no era mi día. El taxista se adentró en la maravillosa telaraña que rodea a la ciudad en hora punta.
Y si perdía el avión, perdía la oportunidad de llegar a tiempo a la reunión.
Si es que mi vida es un infierno. Así no puedo seguir.
La reunión, si salía como tenía planeado, me llevaría a garantizar un contrato con una empresa fundamental para quien trabajaba. Y un ingreso extra para mí.
Por fin… Terminal 2… igual tengo suerte. Cómo no tengo que facturar; igual me da tiempo…Señorita, el avión a Palma, por favor… Salió. No, Usted no me entiende. Le entiendo, salió.
Ahora si que mi vida es un infierno. No puedo seguir.
Menudo fracaso. Ella me echó de casa, no cojo el avión… mi reunión… mi jefe. Mi trabajo.
Las cinco de la tarde, en el aeropuerto, sin avión.
Perdone, señor, me dijo… (Cómo odio que me llamen señor, tengo 40 años, joder… mal llevados, pero solo 40 años. Señor era mi padre) ¿iba a coger el avión de Palma de Mallorca? Sí. Era el que iba a coger hasta que se fue sin despedirse de mí.
Es que ha tenido que volver por una avería; y van a cambiar de avión. Quizá pueda volver a intentar.
Mi cara ya no era un poema, era el rostro de quien había vuelto a encontrar sentido a su vida. Gracias, señorita; de nada, Señor (Dios, ¿por qué Señor?).
Ya en el avión, sentado con un zumo de naranja asqueroso en la mano, y con un señor sudoroso a mi lado, me preguntaba porqué la vida tenía estos giros.
Mi vida va a cambiar. Este viaje me cambiará. No podía seguir así.
Cuando llegué a Palma, cogí otro taxi. La reunión empezaba en 20 minutos. El tiempo justo. La señorita Paloma, por favor, le dije a la secretaria. Un momento, Señor.
Ella salió con decisión de su despacho y me tendió la mano con fuerza. El Señor García, supongo, llámeme Enrique. Pasé dentro. La reunión parece que se reducía a dos personas. Ella y yo. Qué buena perspectiva.
Señor García, perdón, Enrique. Su sonrisa me decía que esa reunión iba a ir muy bien…
Señor García, señor García, escuchaba de fondo… ¡Oiga!, ¡despierte! La potente voz de la señora de la limpieza me despertó de la siesta que cometía en la mesa del despacho del director.
¡Dios, las ocho de la tarde! Me ha dicho el director, decía, que no hace falta que vuelva mañana cuando se despierte de la siesta. Que mejor se la duerme en su casa; para siempre.
Mi casa. Mi pareja me había mandado con mi madre, al saber que le había mentido estos años, con mi vida y con su vida.
Salí a la calle, el aire frío de noviembre me despejó…
Qué infierno de vida.

Otra mujer (Woody Allen)



Se dice, y estoy de acuerdo, que Pedro Almodovar ha retratado la sensibilidad de la mujer como pocos directores. En sus películas se intuye todo lo que otros apenas esbozamos en nuestra mente.
Pero, si tuviera que elegir un director que ha llegado a la perfección en el conocimiento de los diferentes matices que transmiten las mujeres, este es Woody Allen. Ya habeis visto diferentes entradas con películas de él, en este blog. Esta es una de las películas que tengo entre las mejores que he visto, y la recuerdo con especial emoción.
Os dejo un pequeño trazo de la película. Además, en su banda sonora descubrí la música interpretada por George Winston.
No espereis en "Otra mujer" al Woody Allen de sus primeras comedias; es el Woody Allen que aparece para demostrar que es algo más que un comico genial; demuestra lo buen director que es.
Que la disfruteis.
(Estoy cogiendo un poco de aire con mi relatos... volveré, supongo).

domingo, 16 de noviembre de 2008

Historias de Filadelfia


Muy divertida. Esta escena inicial es de las que tengo marcadas en la memoria.
Los diálogos no tienen desperdicio.
Imaging

sábado, 15 de noviembre de 2008

El Apartamento (Billiy Wilder)



No sé si es por la prodigiosa capacidad que tiene de que nos podamos identificar con los protagonistas de sus películas; o por la maravillosa manera que tiene de conjugar los momentos divertidos, con los amargos y tristes. Pero me parece uno de los directores más completos de los que he disfrutado.
Esta escena es, sencillamente, magnífica.
Imaging

jueves, 13 de noviembre de 2008

Caricias


(Julio Romero de Torres. Retablo del amor)

Las caricias del primer momento, tímidas y apenas rozando su piel con las yemas de los dedos, produjo en ella un pequeño respingo, que no consiguió otro efecto que el de reclamarme más caricias.
Acariciaba su espalda con extrema suavidad; descubría, al paso lento de mis dedos por su piel, lunares, pequeñas cosquillas en la base se su espalda. Sus brazos se abrazaban a la almohada, con la cabeza apoyada y los ojos cerrados. Sus curvas se pronunciaban con esa postura, que parecía incómoda, tan arqueada la espalda.
Sus gemidos apagados al paso de mis descubrimientos, me decían que era exactamente por ahí por dónde tenía que pasar. A ratos, acompañaba un beso a las caricias.
Sus glúteos tenían la piel de melocotón a mi paso; sus piernas se abrían cuando mis manos acariciaban sus muslos.
La sensibilidad de su piel me hablaba y me indicaba por dónde seguir.
No sé el tiempo que pasó… no me cansaban las caricias; los pasos por su cuerpo, siempre eran diferentes. Poco a poco iba adentrándome en sus secretos. Poco a poco mis dedos se humedecían con su piel y con sus labios.
La lengua sustituyó a los dedos; estos se fueron a descubrir sus más íntimas formas mientras seguían los masajes.
El deseo se transmitía en los movimientos, en los gestos.
Hace tiempo que se marchó. Su olor todavía se sentía en las sábanas, y el recuerdo de aquella noche, en la memoria de mis ojos.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

El paseo


(Hopper)

El ruido que las dos personas que estaban detrás de mí en el autobús, me impedía centrarme en la lectura. Me tenía que haber traído los cascos. ¿No sabes lo que le pasó a Ernesto el otro día?... Cuchicheo… ¡Qué me dices! ¡De verdad, cómo está todo!
Espero que se bajen pronto. Y sólo son las siete de la mañana. Y seguro que podrían hablar de esa manera durante horas.
Como era de temer, me acompañaron hasta mi parada, con la suerte de que ellas continuaban. La luz tímidamente atravesaba las calles, y se iluminaba el mundo a mí alrededor. Cómo hago siempre que bajo del autobús, miro a los lados, como si tuviera que decidir por dónde ir, y después, emprendo mi camino.
Ya lo llevo haciendo varios días. Me bajo en el paseo de Recoletos, y recorro las calles, que empiezan a cobrar vida, después de unas pocas horas de cierta calma. Aunque en esta ciudad nunca se duerme lo suficiente. Recorría el Paseo de Recoletos, hasta llegar a la Plaza de Colón, y desde aquí, subía por la calle Goya.
Siempre me sorprendo de lo lento y tranquilo que parece todo a estas horas. Quizá el ruido de una cafetería, cuando la puerta se abre a tu paso, y se oyen las voces de los trabajadores tomándose el carajillo… O la puerta de seguridad de alguna tienda, que se queda a medio abrir, para que pasen sus trabajadores por el hueco que queda abierto.
Podría mirar, en esos momentos en las que las tiendas se encuentran vacías, si en realidad, hay vida en el interior. Asomarme por los escaparates, y, quien sabe, si encontrarme con la fiesta de los silencios, con los maniquíes juntando sus miradas inertes. Pero prefiero imaginarlo a pensar que fuera verdad.
Voy despacio… la calle, que se describe como una recta cuesta, me impide lanzarme a la carrera. Tampoco lo piden las horas por las que paseo la ciudad.
Al cruzar Velázquez, descubro abierto un bar, que en estos tiempos está de moda; es un bar de café, con un montón de mesas rodeando su fachada, que, como los cafés franceses, los clientes miran a la calle. Así, los clientes ven pasar la ciudad, y los viandantes, ven lucirse a los clientes.
A pesar de que, a esas horas, debería estar vacío, descubro con mirada de curiosidad, que tiene un cliente. Y me paro para mirar con detenimiento, casi con descaro. No suelo hacerlo, pero me sorprendió ver vida en ese café, a esas horas, sentado con cierta calma, a un cliente.
Mujer, cómo yo de edad… o más joven… no sé; no soy bueno para eso; quizá por que me da igual; parece que escribe. No sé porqué, mis pies me metieron en el café, dejándome plantado en la barra, cerca de su mesa. ¿Qué quiere? Un café, con leche, ¿Algo más? Ehhh… me quedé mirando a la barra, por si el donut podría ser de esta semana… No, gracias, sólo el café.
La miraba con descaro, casi sin pestañear. Estaba escribiendo despacio, como pensando la siguiente palabra. Tenía fecha; una carta. Mi afición a escribir cartas no era muy habitual verla en otras personas. Y ahí estaba. Escribiendo carta con pluma.
Perdona, si te interrumpo, interrumpí… Al acercarme, carta con letra azul, con pluma barata pero de trazo fina… Sé que es un atrevimiento, pero he entrado por casualidad, y me sorprende encontrar alguien escribiendo una carta, sin ordenador, y con pluma; como yo. Y no he podido evitar interrumpirla y conocerla.
Tenía los ojos enormes, verdes; el pelo de rubio teñido, con un color intenso, mezclado con la piel morena, dando contraste de colores que, en ese momento, me parecía ideal. Me miraba muy seria, con sus enormes ojos clavados en los míos. Yo utilizaba como defensa la mejor de mis sonrisas.
De verdad, discúlpeme; ha sido un impulso impropio, pero es raro encontrar ya a alguien que le guste disfrutar de la sensación de un paseo con la pluma por un espacio en blanco, y regalarlo después a quien escribes.

Según lo decía, me sentaba, sin quitar mi mirada de la suya, para no darle la oportunidad de mandarme a paseo; me sentaba a cámara lenta, por si ella hacía ademán de que sobraba, no estar demasiado sentado.
Escribo a mi hermana, le confesé. Vive cerca, pero tenemos la sensación de vernos poco, y que el teléfono no nos transmite nada más que las malas noticias. Por eso, hace ya unos años, que la mejor manera de comunicarnos es por carta.
Y tú… A una amiga, me dijo en voz baja. Hemos decidido que tenemos que utilizar todas las vías de comunicación para estar cerca la una de la otra.
Estuvimos hablando unos minutos más, de nuestra afición compartida…
Oye, le sugerí, te podría escribir una carta; el inicio de una historia contada con cartas. No sé; no te conozco de nada. En realidad tendría que estar cabreada porque no me has dejado terminar la carta. Silencio… déjame tu dirección. Ya veremos.
Gracias, adiós; adiós; ha sido un placer, le dije. No hubo respuesta.

Al cruzar Velázquez, descubro abierto un bar, que en estos tiempos está de moda; es un bar de café… A pesar de que, a esas horas, debería estar vacío, descubro con mirada de curiosidad, que tiene un cliente. Y me paro para mirar con detenimiento, casi con descaro. No suelo hacerlo, pero me sorprendió ver vida en ese café, a esas horas, sentado con cierta calma, a un cliente… pero no me pareció que tuviera que interrumpirle, y, además, seguro que me ignoraba.
Continué caminando mientras pasaba la vida; como empezaba a transformarse la ciudad, mientras pensaba que mi imaginación vivía situaciones mucho más interesantes que lo que pasaba en mi vida real.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Los ojos


(Diego Rivera. Retrato de mujer)


Los ojos pardos parecían iluminarse en la noche cerrada de la habitación sin luces; miraban fijamente en la dirección de los míos, como si estos estuvieran abiertos también a una luz que brotaba de dentro.
Sus manos se dirigieron a mi cuerpo desnudo, sin temer al desencuentro. Me cogió de la cintura y me atrajo a esos ojos. Escuchaba su respirar agitado, o quizá era el mío; no sé.
Se mezclaron las respiraciones; su aliento entraba en mí, y los míos los lanzaba, intentando que descubrieran todo su ser. Los ojos se cerraron mientras las dos bocas se abrían con desesperación. Las lenguas recorrían cada extremo de las comisuras de la boca. Tras largo rato de exploración, las bocas se separaron, ansiosas por volver, pero cogiendo fuerza para el siguiente arrebato. Los ojos se abrieron. Las miradas se desearon. Las manos circulaban libres por el cuerpo ajeno, destripando las cosquillas y erizando el bello.
La sensación de que el tiempo se había detenido, de que su cuerpo era mío, y el mío de los dos, solo acrecentaba mis ansias de ir más despacio, para aprender a leer su cuerpo a oscuras.
Al rato, tras más sondeos, más descubrimientos del cuerpo ajeno, su cuerpo se mezcló con el mío, los ojos se cerraron mientras el labio inferior se mordía de pasión.
Tras la larga lucha, mi mano se perdió en su pelo. Sus ojos mirando al cielo oscuro de la noche de esa habitación. Los míos a su opaco cuerpo.
Silencio. Oscuridad.
El tiempo ha pasado… pero no la luz de esos ojos pardos en la retina de mi memoria.