viernes, 21 de noviembre de 2008

El coscorrón


(Rafael. Academia de Atenas)

Decía Aristóteles que la virtud está en el punto medio. Que los extremos, finalmente, terminan por parecerse, por tocarse. Que el amor más extremo, llevado a las últimas consecuencias, se podía transformar en odio.
El día que me dio con sus nudillos en mi cabeza el profesor en clase de sociales, por hablar con mi compañero Manuel, en el colegio, pensé que odiaría siempre a aquel hombre. Le miré con un odio extraordinario. Nunca había sido capaz de prestar atención a sus clases. No es que fueran aburridas, que no lo eran, al menos si lo comparábamos con Don Emilio, el profesor de latín; pero tenía un timbre su voz que, si lo poníamos a la primera hora de la tarde del lunes, después de comer, adquiría la melodiosidad de las sirenas; suficiente para dormirme apoyado en el brazo izquierdo.
Esa leve inclinación al lado izquierdo me permitía ocultar mi cabeza de la mirada del profesor, que apenas se levantaba de su mesa en toda la hora.
Pero aquel día no… aquel día, que además le estaba preguntando a mi compañero por la lección que estaba dando, estaba de pie…. Se acercó por la retaguardia, y me dio el coscorrón… ¡Dios! Cómo picaba.
Desde aquel día, en un empeño sin par en otras asignaturas, me empeñé en aprender en su clase más que él. Quería pillarle en su terreno. Quería hacerle esa pregunta que un profesor debería temer. Esa pregunta en la que se quedara mudo. Que no pudiera responderme. Y yo, con aspecto triunfante, me sentaría lentamente en mi pupitre, sabiendo que la venganza de mi odio estaba satisfecha.
Pero aunque me preparaba las clases como ninguna, y, le asediaba con preguntas, no vacilaba en ningún momento. Siempre se regocijaba de mis preguntas, y se extendía en la explicación… Mi odio aumentaba.
Se aproximaban los exámenes finales, y mis ojos estaban inyectados en sangre, cuando le veía en el patio con otros profesores, o cuando tenía que darle los buenos días, al cruzarme en el pasillo de las aulas. Pero no podía con él.
El examen lo preparó con mala leche; las preguntas finales eran terribles; pero las sabía todas… Me extendí como con ningún examen.
El día que repartían las notas, en el aula magna del colegio, me nombraron para bajar al estrado, y recoger mis notas. Me las daba D. Emilio, el profesor de latín. Cuando me disponía a subir a mi asiento de nuevo, el profesor de sociales, me indicó con el dedo que me acercara a él. Estaba sentado junto al profesor de lengua, y el de filosofía.
Sr. Esparza, quería decirle que me siento especialmente orgulloso de su trabajo en mi asignatura; ha sido el ejemplo en otras clases, por su empeño y perseverancia…
Hace poco, dando un paseo por la feria del libro, me encontré con él. Estaba dando un paseo con su mujer… Me recordaba; ¡Sr. Esparza! Qué alegría verle… Le di un abrazo enorme. Y es que, cómo quería a mi profesor de sociales…

9 comentarios:

Marta dijo...

Ima
¿que me estas contando, que el coscorrón , desperto en el Sr. Esparza, amor hacia su profe de sociales?, jajajaja.
Imagino que el supo ver el potencial que muchas veces uno es consciente que tiene..

petonets.

Miguel dijo...

Jajaja... bueno, no sé si fue el coscorrón, o el odio... pero algo debió de despertar. a veces sentimientos contrarios despiertan efectos sorprendentes.
Un placer verte por aquí, Marta.
Un beso

Marta dijo...

Vengo muchas veces, pero te leo en silencio.
Hoy me sentia especialmente "cotorrilla".

petonets, sempre per tu.

Una senderista. dijo...

Al menos el coscorrón sirvió para algo

Mencía dijo...

Que linda forma de contar niño!

¿Sabes? ... es curioso como a pesar de determinados malos momentos ... al recordar nos queda lo más dulce de todo, al final queda un poso de cariño en tantas cosas ...

Un besazo

Penélope dijo...

Ay nuestros viejos profesores hoy ya jubilados, algunos buenos, otros no tanto, pero sí que al recordar nuestros periplos en sus clases entra cierta nostalgia y cariño. Yo tuve de todo pero en general buenos docentes, a una incluso le dieron la medalla de "Alfonso X el sabio"; un orgullo para mí que me hubiera dado clase.

Sara dijo...

Mi niño
quien no recuerda con cariño alguno de esos odiosos profesores que nos amargaron la juventud, jajajajaja.
Yo recuerdo con mas cariño a los que no me daban cancha, los que mas pedian de mi, los que en aquel momento los hubiera tirado por la ventana.
Besos de fin de semana.

Pepe del Montgó dijo...

A mi me ocurrió algo parecido con un maestro que además era amigo de mi padre. Cuando le dije lo que me había ocurrido con ese maestro, mi padre siempre me contestaba "quien bien te quiere te hará llorar"

Nootka dijo...

ay, qué abrazo hipocritilla
;P