jueves, 28 de enero de 2010

Avanzando


Estoy en un viaje al interior de mi corazón.
Al interior de las cosas que quiero, y reconocerme de una vez por todas.
El reflejo de mi ser en el espejo no es el reflejo que quiero ver, y sentir.
No pretendo que las cosas en mi vida sean perfectas, ni que mis deseos y amores sean del agrado de los que quiero.
El viaje me lleva en caída libre hasta el fondo. Pero, a pesar de mis sentimientos negativos, de que el reflejo del espejo sólo tenga matices grises, sé que me levantaré. Que pasearé de nuevo sintiéndome orgulloso de quien soy y de cómo soy.
Que podré seguir adelante.
Ahora, las fuerzas me fallan. Me tiemblan las piernas cuando pienso en lo que me queda. Ahora está en mi mente el miedo; la sensación de que quizá me equivoqué y que no tendría que haber dado los pasos que me han llevado a estar dónde estoy.
Y sin embargo, sé que si no lo hubiera hecho, me habría arrepentido el resto de mi vida. Tenía que intentar salir de una vida que no me llevaba a reconocerme. Y a sentir que amar y amarse puede ser maravilloso.
Ahora me reconoceré con dolor. Incluso me meteré en una concha y maldeciré mi vida. Estoy seguro.
Pero, a pesar de encontrarme ahora como un zapato impar, viejo y solo, sé que encontraré mi lugar, mi sitio. Encontraré el momento en el que, al mirarme al espejo seré el que quise ser siempre.
Lo mejor de este proceso... el amor de la gente que me quiere, y que siento cerca. Cada uno a su manera.

lunes, 25 de enero de 2010

Una promesa es una promesa

(He prometido varias cosas este principio de año... una de mis promesas es intentar leer más, y escribir más. Este relato de mi viaje de fin de semana, al calor de unas cervezas está escrito a vuela pluma; Espero que os... entretenga)


(Una de mis fotos)

Una promesa es una promesa…
Sábado, veintitres. Cogí el coche ya a las once y pico de la mañana, por culpa del sueño acumulado.
Otra noche sin dormir. Ni siquiera el lexatín hace algo, salvo las primeras horas; las dos o tres primeras horas. Después, quizá la luz, que persisto en tener encendida la iluminación tenue de la mesilla; quizá los miedos que se mantienen atentos a cualquier duda en el sueño, para convertirlo en pesadilla.
Las pesadillas son tan reales, que me espabilan inmediatamente.
No puedo evitarlo; tengo miedo. Un miedo profundo y aterrador. Y no lo puedo controlar. Así que, cuando la pesadilla me despierta, la más de las veces enciendo la tele, me levanto con la garganta seca, y los ojos humedecidos. Miro el teléfono, como si a las tres de la mañana alguien pudiera acordarse de mi y llamarme.
Y, sin embargo, no me puedo levantar a la hora acordada con mi conciencia. Sólo puedo dar vueltas a mis miedos, llenarme de angustia y ahogarlo con el ruido de la televisión. Y al final, me levanto tarde.
Creo que me da más miedo el inicio del viaje que el viaje en si mismo. Una vez que estoy en marcha, a cien kilómetros de Madrid, iría a cualquier parte. Y parece que el coche se mantiene vivo, a pesar del maltrato; a pesar de su vejez, de que su ruido no me deja escuchar la música que uso para no dejarme pensar.
Para no ponerme a llorar ya en el kilómetro setenta de la Nacional dos, empiezo a soñar despierto.
Si hubiese hecho, si fuese de esta manera, habría hecho, habría dicho… Y entonces ella, él, los demás descubrirían quien soy, lo magnífica persona que soy… al menos en esos sueños.
Y sigo soñando… si me tocara la lotería, bueno, no tengo sueños alrededor de las cantidades que me tocarían, pero sí lo bueno y generoso que sería con ese dinero.
Bueno, kilómetro 140. He pasado un mal rato, pero lo he superado con cierta dignidad. Ahora, ya con fuerzas renovadas, pongo Radio nacional para escuchar la importancia de la harina para hacer pan… Fundamental.

Llego con la reserva pidiéndome a gritos que rellene de gasoil el depósito, que coincide que el hecho en una estación de servicio de Calatayud.
No quiero entrar en Calatayud. La última vez que estuve allí me fui sin pagar un café que no me llegaron a servir; así que me quedo en una gasolinera que está en las puertas de la ciudad. Un minuto para preguntar al “gasolinero” cuanto me queda de trayecto.
Mientras salgo, monto el espectáculo que sólo yo sé hacer: arrancar el coche mientras me pongo el cinturón y voy dándole un mordisco a la manzana que saco de la chistera con forma de bolsa de Mercadona.
Mis pensamientos se mantienen alterados entre la angustia, el miedo, y el vértigo.
Ese sitio le gustaría, pienso; llevo la mano derecha al asiento del acompañante, que está vacío. No quiero mirar al móvil. Lo apago. No quiero saber que no recibo llamadas.
Va a ser uno de mis primeros propósitos del año. Desengancharme del móvil… Palabra.
El desvío en Cariñena me anuncia que todavía quedan 42 kilómetros para mi primer destino… qué carretera más mala, por Dios; y con niebla… mierda, todavía, cuando llego, no veré lo que voy buscando.
A diez kilómetros de mi destino, me encuentro con ese tipo de sitios que uno estudia en la biografía de un pintor famoso, pero que nunca va porqué, ¿Quién quiere ir a Fuendetodos? Y más aún: ¿Cómo fue posible que llegará a Madrid, naciendo allí? ¿Y cómo fue posible que llegara a ser el genio que pinto, entre otras cosas “el perro semihundido”.


(Francisco de Goya. Perro semihundido)

De todas formas paro en mitad del pueblo y de la niebla.
Sólo silencio. Un coche tuneado (¿allí?) aparece entre la niebla.
No, no es el sitio dónde me apetece estar; son casi las tres y quiero parar en mi destino con calma…
Después de un rato, por fin, el destino: Belchite.

Un pueblo feo de entrada (perdón… lo que me parecía); de momento no llama la atención. Pero esconde su secreto el final de la recta.

Los restos del Belchite de antes de 1937. El Belchite que se destruyó y que nació en el mismo momento. Una ciudad que se quedó en silencio tras el asedio que se inició el día veinticuatro de agosto de ese año y que terminó los primeros días de septiembre.
No os voy a contar la historia, que ya la sabeis. Entro, solo en la calle principal de lo que fue y es ahora restos. Estoy solo; viene bien la hora y el día para la visita. Nadie a mi alrededor lo que acrecienta la sensación de desolación. La calle principal desemboca en una plaza. Es la nada con una fuente esteril en el medio. Continúo hasta la iglesia. Foto al cartel de la puerta inútil:


(Una de mis fotos)

el interior está lleno de sonidos; sonidos que se producen por el aire que entra por sus agotadas paredes. Es increible que el ruido de aquellos días traiga tanto silencio.
Ahora sigo mi camino entre mis propias lágrimas, producidas por la historia, por la ciudad o, quien sabe, si por la propia lástima que me produzco. Recuerdo, mientras sigo el paseo por Belchite, del triste protagonista de “entre copas”, sólo que sin amigos, sin su paladar, y sin amor.
Vuelvo al coche; mi hermano me interrumpe según enciendo el teléfono, con cosas terrenales. No me apetece la conversación, pero reconozco que alivia pensar que alguien me ha llamado, a pesar de todo.
Pregunto, tras ver el plano, a un hombre, simpático, pero seco. Voy a mi siguiente parada: yacimientos íberos que ya son más romanos que íberos. Mi siguiente cometido en esta vida.
Azaila… restos íberos, que tienen planta romana, pero que impresionan. Me venden la entrada con la cara de sorpresa de ver a alguien a esas deshoras, solo, intentando no parecer que lo está.
La noche me cae de repente. Yo, en medio de un lugar que casi nadie conoce, intentando sonreir con aire de “mirar que independiente soy, que mierda de independiente soy que estoy solo aquí ¿Y a quien importa? Supongo que a mi.
Mando un mensaje… sé que no habrá respuesta.
Ya en el Hotel, veo un rato una peli de Billy Wilder, y salgo con una sonrisa enorme a la calle.
Ahora, mientras escribo, apuro mi tercera Voll-damm…
El bar tiene suficiente ruido como para permitirme no escuchar que estoy pensando, a pesar de saberlo.
Lo prometido, deuda… intento vivir solo, y soportarlo.

jueves, 21 de enero de 2010

2010


Edward Hopper (Summer interior)

Sentado en el sofá, que estaba orientado hacia la ventana.
La casa estaba a oscuras. No había luces en el interior de la casa, excepto las pequeñas señales que indicaban que los electrodomésticos seguían funcionando al margen de lo yo hiciera en el interior.
Notaba la siluetas de los muebles por la claridad que entraba desde la ventana, con las cortinas y las persianas abiertas, dejando desnudo el marco.
Mis ojos estaban mirando sin ver; mis oídos sin escuchar. Mi mente intentando cerrarse de pensamientos.
Hasta ese día, casi hasta ese instante, mi vida creía que tenía sentido.
Me preocupaba esta o aquella situación. Saber si ella estaba bien, y si necesitaba mi apoyo. Siempre, desde que mis pensamientos tenían sentido en mi cabeza, había vivido con y para alguien.
Hasta ese instante.
Nunca pensé que mi vida se había basado en preocuparme de los demás. Al menos, nunca tuve la sensación de que mi vida se basaba en eso. Ahora, sin la capacidad siquiera de parar mis pensamientos, me daba cuenta que no tenía nadie de quien preocuparme.
Estaba solo.
Quizá era el momento de mostrarme a mi, desnudo. Ahora que no había pensamientos, ni preocupaciones que me llevaran a dejar mi yo en segundo término, me encontraba perdido.
De repente, me tendría que mirar en el espejo, y no poner una careta, la imagen de otra persona distorsionando mi yo. Ahora estaba solo. Irremediablemente.
El vértigo me impedía ponerme de pie.
Me chillaba una voz que salía del fondo de mi estómago y que retumbaba en mi cabeza, “y ahora, ¿qué?”.
Hasta ese momento, no había estado solo.
Hasta ese momento, no había tenido tanto miedo. Y era tan real.
Las campanadas que se anunciaban en el televisor de los vecinos, anunciaron que el 2010 estaba entrando.
Yo seguía mirando la ventana, sin ver; porque ya no sabía dónde mirar.

jueves, 14 de enero de 2010

Sin reacción


(Salvador Dalí. La Persistencia de la memoria)

No podía reaccionar.
Estaba tumbado en la cama, despierto desde las 2 de la mañana. Había cumplido con mis horas de sueño, y permanecía despierto, acurrucado en la cama, mirando al gotelé de la pared de la habitación.
Una cama de 90 me permitía sentir que la cama no estaba vacía de otra persona.
La televisión que tenía en la habitación soltaba imágenes y voces que iluminaban de colores y de susurros el espacio que debería, a esa hora, estar a oscuras y en silencio.

Me proponía un juego que, siendo más joven, me servía para dormir. Intentaba mantener mi cabeza en blanco. No pensar. Mis pensamientos se mezclaban con recuerdos y con sensaciones que no quería tener. Si soy capaz de estar sin pensar cinco minutos, seguro que me quedo dormido.
Pero todo se revolvía en mi cabeza. A veces, mis pensamientos acompañaban a unos momentos de sueño, que se convertían en pesadillas, sino era capaz de manejarlas. Y si las manejaba, me despertaba.

La larga noche se cerraba oficialmente a las seis y cuarto, cuando el despertador sonaba, y yo me incorporaba y empezaba la mañana con la ducha, con un café a medio calentar, sobras de un café recién hecho la noche anterior, y con el susurro de las noticias de fondo.
Y así, noche tras noche.
Algunos días, a las seis y cuarto, mi cuerpo se negaba a reaccionar, se quedaba en silencio, junto con el despertador recién callado, sin fuerzas suficientes para levantarse y andar. Se quedaba acurrucado en las mantas, mientras mi mente se decía;
Cinco minutos sin pensar, sólo cinco minutos más, y me levanto.

A veces, el alcohol ayudaba a superar mis pensamientos, a ver las cosas de color blanco verdejo, y a no pensar qué estoy haciendo, quien soy, y qué quiero hacer. Cuando el alcohol no ayudaba, y me hacía las preguntas, un ruido ensordecedor de ideas sin sentido, de sensaciones amargas, me impedían ver más allá; sólo mi pared de gotelé, y mis miedos.

No podía reaccionar… Quizá, si dejo mi mente en blanco cinco minutos…

martes, 12 de enero de 2010

Atrapado en el tiempo



Me siento especialmente contento hoy... sí... esta escena es especialmente apropiada para el día de hoy.
He visto esta película el pasado fin de semana. No recordaba lo brillante que está Bill Murray aquí.

viernes, 1 de enero de 2010

Concierto de Año Nuevo

Marcha Radetzky (J. Strauss)
Y encima Barenboim como director