El mundo se mueve al margen de mi existencia.
Es un claro axioma que cada vez tengo más presente.
Los treinta años de un acontecimiento histórico me traen a la memoria lo que ese día hacía. Lo que comentaban los vecinos mientras llenaban el coche con maletas y niños dirección a un pueblo desconocido de la sierra. Un acontecimiento que todos los que teníamos algo de conocimiento de lo que esos años suponían de revolución para nuestras vidas, tenemos todavía presente.
Y todos sentíamos que estábamos haciendo historia. Yo me siento partícipe de ese momento. Escuchando la radio, viendo la tele ciega y muda. Noche en vela que todos vivimos con conciencia de algo que nos marcaba para siempre.
Después llegaron las manifestaciones. Millones de personas en la calle reclamando lo que todavía sentíamos como precario aunque ya nuestro. Años después, en las manifestaciones con las manos blancas; los silencios increibles desde cibeles hasta colón... y más.
Ahora veo los acontecimientos en la televisión. No digo ya los movimientos en los paises árabes, no. Los cercanos. La vida política, las noticias de un país que se encuentra acobardado por la ineptitud y la cobardía de los que nos representan, y mantiene baja la cabeza frente a los atropellos de los derechos básicos de la Constitución y de la dignidad misma de las personas que quieren simplemente vivir.
Desde el dia 23 de febrero, desde ese 23 del año 1981, siempre tengo la sensación de que algo va a pasar, al margen de lo que yo quiera. Un 23 se produjo la expropiación de un consorcio, el de la abeja. El 23 una operación rutinaria de un miembro de la familia, nos introdujo el significado del cáncer en nuestra familia. Un acontecimiento que sacó la tragedia de un futuro con fecha de caducidad.
Un 23 de febrero reciente marcó en mi ruta de vida un cambio en la forma de encarar las cosas. La visión clara de que uno puede estar sólo en la vida y sonreir a pesar de todo. Y mi sensación de que si no había odiado en ese instante, nunca lo volvería a hacer.