lunes, 25 de enero de 2010

Una promesa es una promesa

(He prometido varias cosas este principio de año... una de mis promesas es intentar leer más, y escribir más. Este relato de mi viaje de fin de semana, al calor de unas cervezas está escrito a vuela pluma; Espero que os... entretenga)


(Una de mis fotos)

Una promesa es una promesa…
Sábado, veintitres. Cogí el coche ya a las once y pico de la mañana, por culpa del sueño acumulado.
Otra noche sin dormir. Ni siquiera el lexatín hace algo, salvo las primeras horas; las dos o tres primeras horas. Después, quizá la luz, que persisto en tener encendida la iluminación tenue de la mesilla; quizá los miedos que se mantienen atentos a cualquier duda en el sueño, para convertirlo en pesadilla.
Las pesadillas son tan reales, que me espabilan inmediatamente.
No puedo evitarlo; tengo miedo. Un miedo profundo y aterrador. Y no lo puedo controlar. Así que, cuando la pesadilla me despierta, la más de las veces enciendo la tele, me levanto con la garganta seca, y los ojos humedecidos. Miro el teléfono, como si a las tres de la mañana alguien pudiera acordarse de mi y llamarme.
Y, sin embargo, no me puedo levantar a la hora acordada con mi conciencia. Sólo puedo dar vueltas a mis miedos, llenarme de angustia y ahogarlo con el ruido de la televisión. Y al final, me levanto tarde.
Creo que me da más miedo el inicio del viaje que el viaje en si mismo. Una vez que estoy en marcha, a cien kilómetros de Madrid, iría a cualquier parte. Y parece que el coche se mantiene vivo, a pesar del maltrato; a pesar de su vejez, de que su ruido no me deja escuchar la música que uso para no dejarme pensar.
Para no ponerme a llorar ya en el kilómetro setenta de la Nacional dos, empiezo a soñar despierto.
Si hubiese hecho, si fuese de esta manera, habría hecho, habría dicho… Y entonces ella, él, los demás descubrirían quien soy, lo magnífica persona que soy… al menos en esos sueños.
Y sigo soñando… si me tocara la lotería, bueno, no tengo sueños alrededor de las cantidades que me tocarían, pero sí lo bueno y generoso que sería con ese dinero.
Bueno, kilómetro 140. He pasado un mal rato, pero lo he superado con cierta dignidad. Ahora, ya con fuerzas renovadas, pongo Radio nacional para escuchar la importancia de la harina para hacer pan… Fundamental.

Llego con la reserva pidiéndome a gritos que rellene de gasoil el depósito, que coincide que el hecho en una estación de servicio de Calatayud.
No quiero entrar en Calatayud. La última vez que estuve allí me fui sin pagar un café que no me llegaron a servir; así que me quedo en una gasolinera que está en las puertas de la ciudad. Un minuto para preguntar al “gasolinero” cuanto me queda de trayecto.
Mientras salgo, monto el espectáculo que sólo yo sé hacer: arrancar el coche mientras me pongo el cinturón y voy dándole un mordisco a la manzana que saco de la chistera con forma de bolsa de Mercadona.
Mis pensamientos se mantienen alterados entre la angustia, el miedo, y el vértigo.
Ese sitio le gustaría, pienso; llevo la mano derecha al asiento del acompañante, que está vacío. No quiero mirar al móvil. Lo apago. No quiero saber que no recibo llamadas.
Va a ser uno de mis primeros propósitos del año. Desengancharme del móvil… Palabra.
El desvío en Cariñena me anuncia que todavía quedan 42 kilómetros para mi primer destino… qué carretera más mala, por Dios; y con niebla… mierda, todavía, cuando llego, no veré lo que voy buscando.
A diez kilómetros de mi destino, me encuentro con ese tipo de sitios que uno estudia en la biografía de un pintor famoso, pero que nunca va porqué, ¿Quién quiere ir a Fuendetodos? Y más aún: ¿Cómo fue posible que llegará a Madrid, naciendo allí? ¿Y cómo fue posible que llegara a ser el genio que pinto, entre otras cosas “el perro semihundido”.


(Francisco de Goya. Perro semihundido)

De todas formas paro en mitad del pueblo y de la niebla.
Sólo silencio. Un coche tuneado (¿allí?) aparece entre la niebla.
No, no es el sitio dónde me apetece estar; son casi las tres y quiero parar en mi destino con calma…
Después de un rato, por fin, el destino: Belchite.

Un pueblo feo de entrada (perdón… lo que me parecía); de momento no llama la atención. Pero esconde su secreto el final de la recta.

Los restos del Belchite de antes de 1937. El Belchite que se destruyó y que nació en el mismo momento. Una ciudad que se quedó en silencio tras el asedio que se inició el día veinticuatro de agosto de ese año y que terminó los primeros días de septiembre.
No os voy a contar la historia, que ya la sabeis. Entro, solo en la calle principal de lo que fue y es ahora restos. Estoy solo; viene bien la hora y el día para la visita. Nadie a mi alrededor lo que acrecienta la sensación de desolación. La calle principal desemboca en una plaza. Es la nada con una fuente esteril en el medio. Continúo hasta la iglesia. Foto al cartel de la puerta inútil:


(Una de mis fotos)

el interior está lleno de sonidos; sonidos que se producen por el aire que entra por sus agotadas paredes. Es increible que el ruido de aquellos días traiga tanto silencio.
Ahora sigo mi camino entre mis propias lágrimas, producidas por la historia, por la ciudad o, quien sabe, si por la propia lástima que me produzco. Recuerdo, mientras sigo el paseo por Belchite, del triste protagonista de “entre copas”, sólo que sin amigos, sin su paladar, y sin amor.
Vuelvo al coche; mi hermano me interrumpe según enciendo el teléfono, con cosas terrenales. No me apetece la conversación, pero reconozco que alivia pensar que alguien me ha llamado, a pesar de todo.
Pregunto, tras ver el plano, a un hombre, simpático, pero seco. Voy a mi siguiente parada: yacimientos íberos que ya son más romanos que íberos. Mi siguiente cometido en esta vida.
Azaila… restos íberos, que tienen planta romana, pero que impresionan. Me venden la entrada con la cara de sorpresa de ver a alguien a esas deshoras, solo, intentando no parecer que lo está.
La noche me cae de repente. Yo, en medio de un lugar que casi nadie conoce, intentando sonreir con aire de “mirar que independiente soy, que mierda de independiente soy que estoy solo aquí ¿Y a quien importa? Supongo que a mi.
Mando un mensaje… sé que no habrá respuesta.
Ya en el Hotel, veo un rato una peli de Billy Wilder, y salgo con una sonrisa enorme a la calle.
Ahora, mientras escribo, apuro mi tercera Voll-damm…
El bar tiene suficiente ruido como para permitirme no escuchar que estoy pensando, a pesar de saberlo.
Lo prometido, deuda… intento vivir solo, y soportarlo.

14 comentarios:

tag dijo...

Cuesta mucho hacer lo contrario de lo que desearias hacer, y resulta dificil mantener promesas que van en contra del corazon.

El tiempo es un buen aliado, termina curando todas las heridas.
Dele tiempo al tiempo.

Un beso

Ana dijo...

Más promesas: la sonrisa. Date tiempo, el miedo pasa y todo llega. Solo tienes que encontrarlo (encontrarte). Besitos mil

Tesa dijo...

Intensa excursión, a la búsqueda de la serenidad. A ver si llega pronto.

Hace dos findes, yo también estuve en Calatayud (hicimos noche allí). Nunca había visto una ciudad más cutre. Sin embargo, las otras paradas del trayecto, a la ida y la vuelta: Medinaceli, Sta. María de Huerta, Calatañazor, Soria y Burgo de Osma, verdaderos tesoritos.

Un beso, con mucho cariño.

© José A. Socorro-Noray dijo...

Me he visto a mí mismo, pero sin llegar a Belchite.

Excelente relato para una magnífica promesa. Con Billy Wilder, las penas son menos penas.

Intentar vivir es ya, en los tiempos que corren, toda una conquista.


Un abrazo

LU dijo...

“De hecho el tiempo que hemos pasado fuera es delicioso y, a la vez, en cierto sentido instructivo; pero parece apartado de nuestra existencia sustancial y auténtica y nunca se une bien a ella”. (Doctor Jonson)…en los viajes no somos la misma persona, sino otra, acaso más envidiable, pero estamos perdidos para nosotros, así como para nuestros amigos. Nos vamos de nuestro país y también nos vamos de nosotros mismos. …los que desean olvidar ideas penosas hacen bien en ausentarse durante un tiempo, pero sólo podemos decir que realizamos nuestro destino en el lugar que nos vio nacer. “Por ello me gustaría mucho pasar el resto de mi vida viajando por el extranjero, si en algún otro lugar pudiera pedir prestada otra vida, para pasarla después en casa”.

Del libro de Vila – Matas que terminé hace poco. Espero que te guste.

Biquiños

Pepe del Montgó dijo...

Es el relato más triste que he leido en tus blogs. Me produce esa sensación de haber hecho el mismo trayecto alguna vez.

Penélope dijo...

El lexatin para dormir, mal (mejor como ansiolítico.
Salir en coche sin rumbo fijo, bien.
Encontrarse perdido, mal otra vez.
Pero seguro que el viaje valió la pena.
Un bico

Miguel dijo...

Tag, el tiempo creo que me da incluso más miedo. Pero al menos, ayuda a que duela menos...
Un beso, y gracias por seguir pasando por aquí.

Miguel dijo...

Ana.. la sonrisa irá apareciendo..
Un besazo

Miguel dijo...

No será Calatayud un sitio que yo recomiende, Tesa... pero Soria... síii Soria y toda la provincia es altamente recomendable.
Creo que necesito más viajes que me traigan un poco de visión interior... o no.
Gracias por estar.
Un beso

Miguel dijo...

Noray, lo que sé es que últimamente, la vida duele, incluso pensarla duele.
Un abrazo

Miguel dijo...

Me encanta Lu... gracias. Ya está pendiente este libro.
Aunque me tengo que terminar 2666 y las rosas de piedra de Llamazares.
También los utilizo cuando me castigo y me pongo en la esquina con cada libro en las manos y pongo los brazos en forma de cruz.
Gracias
Un beso

Miguel dijo...

No sé si transmito, Pepe, la tristeza real que me acompañaba en este viaje. Sacarlo en forma de palabras me ayuda, un poco.
Un abrazo. Es un placer recibirte en mis rincones...
Un abrazo

Miguel dijo...

Un viaje siempre merece la pena, Penélope... siempre.
Pero tienes razón, demasiados errores... Me dejo recomendar algo que me ayude a dormir... algo.
El viaje a Egipto, por ejemplo, tiene buena pinta.
Un beso