miércoles, 28 de enero de 2009

El ritmo de mis sueños


(Baby, bye bye- Jack vettriano)

El ritmo de la ciudad entraba en la habitación del hotel al compás de las luces de de neón. Las luces, incluso con las calles vacías, daban a la ciudad una vida que se sentía artificial. Sólo al abrir la ventana, descubrí que la ciudad, además de los colores de la noche, tenía ruidos, sonidos, música, que animaba a bajar y a perderse.
Me vestí con calma y bajé por las escaleras hasta la entrada del hotel. Me quedé en el quicio del escalón que daba acceso al vestíbulo del hotel, supongo que esperando a que pasara algo, o alguien, y cogerlo en marcha. Miré a un lado y otro de la calle; El gentío era más del que esperaba a esas horas de la noche. Decidí a meter el pie con cuidado y bajar el escalón. Ajusté el pie derecho en la calle, y, cogiendo aire, como quien se sumerge en una piscina, en su mitad, y no sabe la dirección que debe tomar, apoyé el otro pie; izquierda… Iré a la izquierda.
Me puse en el lado derecho de la calle; todo el mundo que llevaba mi dirección, iba por ese lado de la calle; así que seguí a mi grupo. Lo bares estaban llenos, y la gente se arremolinaba en la entrada, sacando en vasos de plástico la bebida. La puerta abierta de algún bar oscuro sacaba la música a la calle, y los más animados, se lanzaban a bailar lo primero que les venía a los pies.
Caminaba despacio, sin rumbo, intentando integrarme en la ciudad alegre y ser parte de esa alegría.
Helechos se llamaba el bar. Entre. Un hueco en la barra. ¡Un mojito! Le grité al camarero, que estaba preparando una tanda de seis y que no miraba al gentío para no tener que atender a las miradas que le interrogaban y le pedían. Mi grito fue en su dirección, con la esperanza de que lo procesara.
Un brazo femenino se me cruzó por la derecha y grito también ¡Otro mojito más!.
Ya lleva dos mojitos este brazo. Lo recorrí con mi mirada y llegué al rostro de ese brazo, que, para mi sorpresa, me miraba a mi.
No hubo primeras palabras de protocolo. No hubo hola, qué tal, cómo te llamas.
Los mojitos llegaron a mi lado, le acerqué a su mano el suyo. Su "gracias "fue un brindis contra mi mojito, "por que el mojito sea bueno" "eso" replique.
El sorbo confirmó el exceso de ron, y la falta de azúcar, pero no repliqué.
No conozco la ciudad para comparar si este mojito es el mejor o no. Yo conozco la ciudad; si quieres lo buscamos juntos, me dijo.
Al cabo de cinco o seis garitos, cada uno más oscuro y ruidoso que el anterior, ya no distinguía el mojito del agua, porque lo bebía a la misma velocidad. Nuestra conversación se transformó según aumentaba la borrachera, y al final resultaba muy divertida aunque no sabía lo que me decía.
Amanecí tumbado en la cama del hotel con un dolor de cabeza que no me permitía abrir los ojos. La habitación la notaba en calma, no sentía que hubiera nadie a mi alrededor.
Me lancé a la aventura de abrir mis ojos y según los iba abriendo, mi cabeza me empezó a atormentar con el recuerdo de la resaca…. Café supliqué… Llegué al teléfono y al interlocutor llamado recepción le pedí que me trajera kilos de café.
Con las primeras tazas empecé a recordar la noche. Recordé el brazo, y el rostro de la mujer que me acompañó y con la que compartí confidencias. Pero no era capaz de recordar como llegué de nuevo al hotel. Un temor se apoderó de mí y busqué la cartera, que estaba intacta, con el gasto descontado de los mojitos.
Pero mi noche la veía borrosa… no recordaba los detalles.
Cuando el café y la ducha fueron capaces de hacerme reaccionar, busqué el primer bar, y al camarero con la mirada baja. Al rato de salir a la calle, distinta a la de la noche, con bares cerrados todavía, y tiendas abiertas, pude encontrar el bar, y después de otros dos cafés, también al camarero, que entraba en ese momento a trabajar.

Hola. No sé si te suena mi cara, estuve anoche en este bar, en la barra, pidiéndote un mojito.
Todo el mundo pide mojitos aquí, pero cómo me voy a olvidar de ti.
La respuesta me sorprendió… ¿por qué dices eso? Te tomaste tantos que, al final tuve que coger tu cartera y cobrarte; mirar tu dirección y dejarte en el hotel. Menos mal que no está lejos de aquí.
No me lo podía creer. Le volvía preguntar para asegurarme de que lo que contaba era cierto…"Pero, si estuve con una mujer, la viste, ¿verdad?".
No. Estuviste solo. Te veía sonreír, hablar solo, decir que pagabas a medias… Como una cabra.
Había vuelto a pasar. Mis sueños se habían adueñado de nuevo de mí; se habían transformado en mujer, y me habían emborrachado, para no pensar.
¿Me puedes poner un mojito? ¿Ahora?... Sí, quiero ver de nuevo a la mujer de mis sueños

5 comentarios:

Alamut dijo...

Veo que lo has conseguido, regalarnos tus palabras.... Vivir los sueños es maravilloso, pero mejor si no se está borracho.....
Te espero en la barra del bar

Mencía dijo...

Bieeeeeeennnn! Una entrada!!!

Reconocible el pintor (que me encanta) a golpe de vista.

Me encantan los mojitos ... muy ricos en el Viva Madrid :D

A veces hace falta un apoyo para ser lo suficientemente valiente para soñar.

Besoslindo

Miguel dijo...

El mojito, mi querida Alamut, es la excusa para el encuentro. Los sueños mejor disfrutarlos despierto, y un poco sobrio.
Allí nos encontramos..
Besos

Miguel dijo...

Ehhh... coincidimos con los mojitos de Viva Madrid, Mencía. Los últimos me los tome allí... A veces no hay que pensar para soñar...
Besos, besos

LU dijo...

Qué rico mojito. Me acaban de entrar unas ganas tremendas de salir a por uno, pero creo que no va a ser hoy. Es jueves y no puedo olvidar que mañana, muy muy temprano, sonará el temible despertador. Pero cuando vaya a Madrid, probaré en ese bar, A TU SALUD.
Biquiños