miércoles, 21 de enero de 2009
He cruzado océanos de tiempo
(Julio Romero de Torres. En la Ribera)
Mi padre era un pesimista con carne de socio. Nunca escuché palabras de ánimo, ni consejos que tuvieran siquiera una mínima luz.
“No estudies eso, que para lo que te va a servir; aprender inglés, menuda pérdida de tiempo; tú verás si te metes en esa compra, porque no esperarás que te ayude cuando salga mal.”
Claro, al final uno interioriza los pesimismos, se saca también plaza en la sociedad pesimista nacional, y deja de creer en los milagros y en los sueños.
Mis sueños siempre se han enfrentado a la realidad, sabiendo que iban a perder. Que la realidad eran palabras mayúsculas; Y las aseveraciones de mi padre, axiomas.
Así que, aquel día que quedé en la barra de un bar, con una mujer que conocía solo de conversaciones telefónicas y de una foto que me envió a través del correo telefónico, solo era un paso más a mi confirmación de la realidad.
Entró con pasó firme, decidida, alegre, inteligente y voraz de palabras. Me dejé llevar por su magia, y me creí decidido a pensar que esta era la excepción. Sus ojos me miraban con la inteligencia de su ser, y con la dulzura que sus manos se movían junto a las mías.
No soñaba con mujer, ni con un ser especial a mi lado, así que no pensaba que esto me estuviera sucediendo a mi; que pensé que, en realidad estaba yo usurpando el cuerpo de alguien, como en las películas; me he muerto en realidad, pero como los dioses se han equivocado, porque no me tocaba todavía, han trasladado mi mente al cuerpo de alguien que no está asociado al pesimismo.
Y me dejé llevar por el sueño de aquella mujer que se encontraba a mi lado. El tiempo que permaneciera con ella era el regalo que los dioses me otorgaban. Miedo me daba encontrarme con un espejo y descubrir quien era yo en realidad. Y la sorpresa era que era yo, y no otro, quien manejaba ese sueño.
Tampoco era difícil encontrar hueco a un sueño, cuya realidad tenía cuerpo de mujer.
Los días pasaban a su lado y el sueño se confirmaba; sus manos acariciándome la espalda, mientras besaba sus labios, no podían ser espejismo de un sueño.
A veces, mientras miraba como dormía, y descansaban los ojos que me habían hechizado, temía el sonido de un despertador que, seguro, miraba agazapado detrás de mi, y que en el momento de besarle lo párpados dormidos, atronaría para avisar que el sueño era sueño, y no realidad. Quizá la amaba tanto que no la podía condenar a que el sueño se convirtiera en pesadilla.
Pero todo principio tiene un final. La realidad me adelantó por la derecha. Percibí que iba a dar un volantazo y frené. Quizá antes de tiempo, pero frené. No podía seguir viviendo un sueño que la realidad iba a marchitar. Nos despedimos entre lágrimas y mi sueño, sin necesidad de despertador, se alejó, con un portazo en mi corazón. Y ya hace años de esto… sí. Aunque es curioso que siempre sueño con aquellos ojos, y con ese mirar. Con esos labios que me besaban, y me trasladaban al refugio de la calidez. Me despertaba alterado, sabiendo que ese sueño lo dejé pasar.
El café central es de los lugares de Madrid dónde nunca pasa el tiempo. Quizá las personas; quizá los camareros sean diferentes, pero siempre está ahí, esperando que sucedan cosas, o ninguna, pero el café se muestra siempre igual; es el escenario para que los encuentros, y los sueños que necesiten un marco, lo visiten.
No esperaba ni escenario, ni encuentro, ni nada. Madrid, con tres grados bajo cero estaba ahí fuera; y yo dentro pidiendo un café; con hielo por favor… Lo sé, pero no lo puedo evitar; mi café con hielo.
Miraba sin ver. La puerta se abría y se cerraba en una constante sucesión de personas que se asían al café antes de enfrentarse de nuevo al frío invierno. Entró un mujer con el pelo oscuro, que se quedó parada en la entrada, supongo que buscando mesa. Al andar hacia la barra, me dio por imaginar que ese paso ligero y resuelto yo lo había soñado.
Pero no conocía ninguna persona con el pelo casi negro. Los pasos de mi sueño llevaban el pelo corto y pelirrojo.
Volvía mirar a la puerta sin mirar. Pero no podía evitar sentir la mirada que me empezó a indagar desde la barra.
La chica del pelo casi negro se quitó las gafas de sol, y apareció la mirada de ojos pardos que aparecía en mis sueños.
No es real. No es posible que mis sueños dejen de ser sueños. Ya lo tuve una vez y le dejé bien claro que la realidad era lo primero.
Se acercó, está vez con titubeo. Me levanté y le miré a los ojos. Era ella, la del sueño.
Hola, hola, contesté. Cuando tiempo. Mucho tiempo.
Nos miramos a los ojos.
¿Sabes que has estado siempre en mis sueños? Le dije. Pero eras sólo un sueño que decidí que no podía ser real. Púes soy real, y estoy aquí.
Pués yo he He cruzado océanos de tiempo para encontrarte, me dijo ella.
El beso con sus ojos en los míos, me dijo que ella estaba, que había vuelto; que quizá nunca se había ido, salvo en mis sueños.
Pero los sueños no se pueden hacer realidad… o sí.
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4 comentarios:
Si,la ilusión hace que muchos se conviertan en realidad. Maravilloso lugar el Café Central. Saludos y precioso post.
Cuando los sueños se convierten en realidad, la vida adquiere un curioso brillo, y es ese brillo el que alimenta nuestros ojos, el que se ve, el que el otro ve cuando lo miramos con dulzura, con la mirada llena de amor.....
"Aparta de mí toda esta muerte...", le decía Mina a Drácula cuando este dudaba si condenarla a la inmortalidad ... apelando a su amor
Ima
los sueños..que puedo decir yo de ellos, casi nada.
Pero esta bien que tengas sueños, "optimista despistado", ya sabes que la proxima vez no tienes que pegar volantazo ni frenar, pa que???.
El Central, puede ser en buen sitio...
petons, sempre.
No me gustaría encontrarme con los personajes de mis sueños si pudiera elegir y fuese factible.
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