martes, 16 de septiembre de 2008

Adiós


(George Hendrik Breitner)

Adiós.
Adiós.
Más despedida que ese adiós no tenía sentido. Nos habíamos dicho todo lo que teníamos que decirnos. Estos años de desencuentros, de sufrimiento, de pequeñas alegrías, nos habían saturado. No sabía lo que decirle; él no sabía que decirme.
No fue, ni mucho menos terrible, vivir con él. Me daba lo que necesitaba. Me hacia sentirme mujer y querida, además.
Las atenciones, los detalles, los cariños, el amor, los juegos de cama. Él ocupó durante casi toda mi vida, quitando la infancia, mi mundo. Nada había sin él. Y nada era sin su presencia.
Sus bromas, sus cines, sus discusiones por lo divino y lo finito. Su imposibilidad de criticar a alguien por lo que era y por cómo iba vestido. Era la persona que necesitaba para que mi vida siguiera adelante. Y fuimos de la mano mucho tiempo. Quizá demasiado tiempo.
No era por lo que dejábamos de hacer. Ni por lo que hacíamos. Nuestra propia convivencia era la que nos llenaba de felicidad. Las cosas que se nos ocurrían, eran siempre compartidas. No había nada que él no soñara que yo no hubiera deseado antes.
Cómo digo, él era mi mundo.
Pero incluso el mundo tiene un final.
Un día, sin saber el motivo, sus bromas empezaban a no tener gracia. Su familia, de encantadora a pesada; sus deseos eran lastres para mí.
Un día, en una cena, nos miramos, sin saber qué ocultaban sus ojos. Y lo peor. Me daba igual.
Una noche, probablemente la misma que continuaba a la tarde, se acostó a mi lado un extraño. Y no quería amarle, y no quería hablarle.
Fui a un psicólogo, a un psiquiatra, a un médico, y nadie sabía porque ya no estaba enamorada de él.
Habría hecho algo. O yo a él.
No era posible. 20 años no significaban nada, de repente.
Él se dio cuenta. Mi comportamiento ya no era normal.
Ya no me quieres. Te quiero, pero no te quiero. ¿Podremos ser amigos? No… mi amor era más que amistad. No puedo ser amigo tuyo queriéndote tanto. Nos conocimos y nos enamoramos. La amistad vino después, o se contrajo con el tiempo. Pero lo apoyaba el amor.
Callamos.
El dolor subía por las extremidades hasta llegar al corazón, a los ojos con forma de lágrimas.
Todavía me pregunto porqué ya no le quiero.
Adiós, me dijo; adiós, amor…

7 comentarios:

Gattaca dijo...

Jopé... me has dejdo frita, sin palabras... Que bonito!

Besos, muchos besos.

ROSA ALIAGA dijo...

todo tiene su fin....si

Mencía dijo...

¿Y qué digo yo ahora?
Nada
.....
Ya no me pregunto ... sé ...

Es fuerte e intenso tu escrito.

Pepe del Montgó dijo...

Me gusta ese juego de yo, él y ella. Sabes escribir lo que engancha a los que nos gusta leer pero yo como crítico literario no me ganaría la vida.

Miguel dijo...

Gattaca, gracias; espero que dejarte sin palabras sea síntoma de algo bueno. :D
besazos, muchos.
¿Y qué no tiene fin, trilceunlugar? Incluso lo más inmutable.
Sé que sabes Mencía, Mucho, y también bueno. Besazos.
Pués ójala fueras crítico Pepe, que opciones tendría contigo. Gracias.

Karla dijo...

Es una mierda, cuando ya no..no hay nada que hacer por mucho que se intente

Miguel dijo...

Estoy contigo... una mierda, que nos deja destrozados... Gracias por pasar, karla.