lunes, 22 de septiembre de 2008

Reflexiones de nada en particular


(Claude Monet. Otoño)

Reflexiones de nada en particular, y de hace tiempo (quizá del 2002/2003).
Hoy me encuentro un tanto... espeso, y mis reflexiones de aquella época, igual también lo eran un poco...

"Amaneció un soleado día de septiembre, fresco, con la promesa de dar ese calor de final del verano, y con el olor que se mete dentro de las sienes, el olor característico de que terminan las vacaciones.

Nunca he sabido muy bien si ese olor era un cúmulo de sensaciones que estaban dentro de mí y que se unían a los olores típicos de la época, o es que realmente todos olemos el olor a final de verano.

Esta duda cada vez la tengo más a menudo. Antes, de adolescente, estaba convencido de que existían ciertos temas, ciertos asuntos, que veía con tal claridad, que me parecía imposible que alguien no entendiese un hecho objetivo de manera subjetiva (de distinta manera a como yo lo veía). Era increíble que personas que estaban a mí alrededor estuvieran planteando las cosas de manera radicalmente distinta a como yo lo veía. Incluso no entendía como era posible que no estuvieran de acuerdo conmigo (persona que me consideraba de un sentido común envidiable –iluso yo-).

Tenía la necesidad de tener algo claro, que fuera común para todos, y me metí en una torre de Babel que daba lugar a múltiples opiniones sobre el mismo asunto. Al menos existían personajes ilustres, filósofos, que me encauzaron al ver que, si bien las opiniones son tan variadas como absurdas, al menos existe la posibilidad de llevar un método, para que, si todos lo usáramos, fuera posible llegar a la misma conclusión.

Terrible. Se llegaba a discutir si el método a emplear era el correcto, si te llevaba a la conclusión correcta, o si, como empecé a creer, no llevaba a ninguna conclusión. Empecé a ser un radical nihilista. Pero también el concepto de nihilismo se ponía a debate.

Esto me ocurría en el estado de la opinión (de mí opinión). En el estado de los juicios de valor. En el estado de mi identidad ante la sociedad. En esencia, en todos los valores. Uno de los que más me preocupaba era si tenía claro mis propios valores éticos...y no. No los tenía en absoluto. Intentaba mantener (creo que sigo con este mismo planteamiento) el criterio de Aristóteles de la virtud. Tengo que buscar siempre el punto medio; tengo la necesidad de buscar el punto equidistante entre los extremos, para buscar el punto que, al menos aparentemente, más se acerca a mi forma de pensar. Pero que no sé si es el correcto. Quizá es la manera de equivocarme lo menos posible.

Naturalmente, no es el criterio que utilizan el resto de las personas que están a mi alrededor. O Sí. Pero después tienen que añadirse gotas que van modificando la conclusión última. Gotas de prejuicios; gotas de vivencias anteriores; gotas de educación mal entendida; gotas.... De tal manera que nunca mis conclusiones se asemejaban a la de los demás. Y cuando coincidían, era bastante probable que partieran de bases diferentes (esto era esperanzador, porque significaba que existían procedimientos válidos para llegar a conclusiones, que yo entendía razonables).

Tampoco me parece ahora tan necesario que exista el pensamiento único, pero sí establecer que si las cosas se razonan de la misma manera, deberíamos tener conclusiones semejantes (¿porqué no?).

Pero no quería hablar de esto (al menos de momento)........


Amanecía, pues, un soleado día de septiembre, con olor a final de verano...el comienzo de la época más triste del año, cuando el frescor de las cosas se apaga, y vuelve a imperar el color amarillento, el rojo plomizo, el marrón. Los días tan repentinamente cortos, la sensación de que todo vuelve al sitio original de antes del verano, pero con todo por rehacer de nuevo. Es, aunque parezca un contrasentido, mi época del año favorita. Me encanta pasear por el campo, pisando esas hojas marrones recién caídas del árbol, que crujen al pasar, y llenan el bosque de una sensación de sobrecogimiento... Pasear las tardes, a punto de anochecer, cuando cae la noche y el frío, y se huele el humo de una chimenea lejana,... Uff; hace mucho que no tengo esa sensación. Incluso la sensación de miedo... sí, miedo, cuando paseas y solo escuchas tus propias pisadas, o el viento moviendo las hojas.

O en la ciudad, el olor (¿Porqué siempre el olor?) a castañas asadas, o ese ambiente de la calle céntrica, en la que se ve la expectación por entrar al cine, o entrar en una cafetería (como la que existe todavía en la plaza de Bilbao) con las mesas de mármol, el café de toda la tarde, mientras se habla con los amigos, o se habla de amor con la persona a la que tú quieres, o pretendes querer. O...

Pero no quería hablar de esto…o quizá sí."

2 comentarios:

Penélope dijo...

Lo primero, me encanta Monet. Lo segundo, es que no estás espeso; a lo mejor sólo lo aparentas o quieres aparentarlo. No coincido contigo en lo de la estación preferida (la mia es el dulce y amable verano); si que están bien esas sensaciones que describes, la chimenea y todo eso pero para un día. Yo viviría en el permanente verano. Soy muy friolera y me relajo con los calores; otros se aturden, no pisan la playa, se pelean: yo me animo, resurjo de mis las cenizas del invierno.
Lo que dices de la adolescencia creo que lo sufrimos todos, es otra de las enfermedades que tenemos que pasar antes de comenzar a crecer, pero a crecer de verdad y hasta ahora no han incluido para ella, vacuna alguna en el calendario.
Me gusta como escribes; además de Madrid. Conocí hace muchísimo tiempo a alguien de Madrid que escribía desde el sentimiento como tu. Bicos.

Miguel dijo...

Me apasionan los impresionistas. Y dentro de ellos, Monet me parece increible. Los colores, las luces.
Y el otoño, yo, que no tengo mar, que no tengo playa donde disfrutar de un paseo, para poder ir descalzo mientras las olas se acercan a saludar, lo prefiero en Madrid. El parque del Retiro, en esta época, con los colores, con ese microclima que se crea en medio de Madrid, me hechiza... El frío de un bosque en otoño, con los olores, colores...
Gracias por pasarte, Penélope. Me encanta que lo hagas.
Un beso