(Van Gogh. La siesta)
Nuestra vida es un infierno. Así no podemos seguir.
Mascullaba mientras el taxi avanzaba con una lentitud increíble en el atasco.
Llevaba ya, a ver, hora y veinte minutos. Un infierno. Perdía el tren avión seguro. Pero la discusión me llevó a salir a las tantas. Y en el metro no podía llegar; la única posibilidad de llegar al aeropuerto era en taxi. Pero claro, no era mi día. El taxista se adentró en la maravillosa telaraña que rodea a la ciudad en hora punta.
Y si perdía el avión, perdía la oportunidad de llegar a tiempo a la reunión.
Si es que mi vida es un infierno. Así no puedo seguir.
La reunión, si salía como tenía planeado, me llevaría a garantizar un contrato con una empresa fundamental para quien trabajaba. Y un ingreso extra para mí.
Por fin… Terminal 2… igual tengo suerte. Cómo no tengo que facturar; igual me da tiempo…Señorita, el avión a Palma, por favor… Salió. No, Usted no me entiende. Le entiendo, salió.
Ahora si que mi vida es un infierno. No puedo seguir.
Menudo fracaso. Ella me echó de casa, no cojo el avión… mi reunión… mi jefe. Mi trabajo.
Las cinco de la tarde, en el aeropuerto, sin avión.
Perdone, señor, me dijo… (Cómo odio que me llamen señor, tengo 40 años, joder… mal llevados, pero solo 40 años. Señor era mi padre) ¿iba a coger el avión de Palma de Mallorca? Sí. Era el que iba a coger hasta que se fue sin despedirse de mí.
Es que ha tenido que volver por una avería; y van a cambiar de avión. Quizá pueda volver a intentar.
Mi cara ya no era un poema, era el rostro de quien había vuelto a encontrar sentido a su vida. Gracias, señorita; de nada, Señor (Dios, ¿por qué Señor?).
Ya en el avión, sentado con un zumo de naranja asqueroso en la mano, y con un señor sudoroso a mi lado, me preguntaba porqué la vida tenía estos giros.
Mi vida va a cambiar. Este viaje me cambiará. No podía seguir así.
Cuando llegué a Palma, cogí otro taxi. La reunión empezaba en 20 minutos. El tiempo justo. La señorita Paloma, por favor, le dije a la secretaria. Un momento, Señor.
Ella salió con decisión de su despacho y me tendió la mano con fuerza. El Señor García, supongo, llámeme Enrique. Pasé dentro. La reunión parece que se reducía a dos personas. Ella y yo. Qué buena perspectiva.
Señor García, perdón, Enrique. Su sonrisa me decía que esa reunión iba a ir muy bien…
Señor García, señor García, escuchaba de fondo… ¡Oiga!, ¡despierte! La potente voz de la señora de la limpieza me despertó de la siesta que cometía en la mesa del despacho del director.
¡Dios, las ocho de la tarde! Me ha dicho el director, decía, que no hace falta que vuelva mañana cuando se despierte de la siesta. Que mejor se la duerme en su casa; para siempre.
Mi casa. Mi pareja me había mandado con mi madre, al saber que le había mentido estos años, con mi vida y con su vida.
Salí a la calle, el aire frío de noviembre me despejó…
Qué infierno de vida.
7 comentarios:
No sé si es personal o no, pero una putadita desde luego que sí.
Besos salados
cuando algo sale mal, sale todo mal, no me preguntes por qué. Besitos
Hola.Soy nueva en tu blog. ¡Qué cúmulo de cosas! Hay días en que también me pasan.
Un abrazo.
Noooo Alma; por suerte no es real. Lo que faltaba. :P
Un besazo
Algún día contaré una historia verídica de un día de estos, Eva. Un besazo
Encantado, tejedora. Las puertas están, por supuesto, abiertas. También he pasado por tu mundo, y no creo que sea la última.
Saludos
Atasco, que no llego, correr por el aeropuerto, escáner, sáquese las botas, que no llego... Y al final se retrasa el vuelo y toca esperar como un pasmarote media hora o más. Mejor la siesta, mucho mejor.
Biquiños
a veces las cosas cambian...tienen que cambiar
¿Un infierno la vida?¡Qué va! Imagínate que el avión que te lleva a Palma se estrella. ¡Qué alegría de vida!
Publicar un comentario