(Hopper- room sea)
Me desperté con ganas de vomitar.
Estaba en la habitación, tumbado boca abajo, completamente exhausto de cerveza y humo. Llevaba varias horas bebiendo en un tugurio, que de momento parecía el sitio perfecto para iniciar una velada conmigo mismo, con pretensiones de brevedad, que dejó de ser provisional, al tercer cubata, y al segundo mojito.
Todavía con un poco de consciencia, me levante, apoyándome en el perchero de mi mano izquierda, para mantener la verticalidad, y tras unos largos y agónicos instantes, me atreví a dar un paso adelante.
Cogida la inercia que me llevaba a casa, me dejé llevar por mis pensamientos oscuros. La noche helada sólo ayudaba a darme bofetadas de realidad, pero no me aclaraba el futuro de mis pasos.
Mi camino, que sereno era de apenas unos minutos, se transformó en un vía crucis, que libraba gracias a que a esa hora de la madrugada, era el único transeúnte de la ciudad y podía sortear con amplios y tambaleantes pasos las más arriesgadas de las aceras.
No recuerdo el paso de la calle a la cama.
Pero en ella sólo veía dar vueltas a la lámpara barata de la tienda de chinos que compré para iluminar mi pobre imagen. En una de esas vueltas, decidí que los cubatas, los mojitos, y aquel brebaje que me sirvió de invitación de despedida, no era buena mezcla, y la tenía que dejar en el baño…
Mis restos los dejé a duras penas en la ducha, dónde me metí, al descubrir que la taza del vater no se quedaba quieta y al intentar vomitar, me daba collejas en la cabeza. Abrí el agua y, aunque helada, me devolvió a la realidad de mi lamentable estado… Salí mojado y así volví a caer en la cama…
Nunca más, pensé; nunca más puedo dejar que la vida tome las riendas de mi vida, y la sacie con la bebida.
No sé la hora que era cuando los rayos de luz se reflejaban en el espejo que me incordiaba, pero no pude evitar despertar y sentir que las sábanas estaban todavía empapadas de agua. Me sentía sucio y sólo. La soledad de quien bebe en soledad, quien duerme en soledad y quien respira en soledad, era insoportable. Me levanté. Las dos y media. En el instante de escucharme decir la hora, la puerta de la habitación se abría. Mi mujer se asomaba por el quicio de la puerta. Das asco, musitó. Cerró la puerta con la niña a su lado, y el sonido de sus palabras resonando en mi cabeza.
En un exceso de valentía, abrí las ventanas de la habitación, desmantelé la cama, y me metí en la ducha, esta vez reparadora.
Al salir al resto de la casa, mi mujer estaba preparando la comida, mientras la niña jugaba con sus muñecas. Hola… Hola helado fue su contestación. Qué tal el día en casa de tus padres, le pregunté. Has bebido y estás todavía borracho. Bueno, mentí, salí con unos amigos y la noche se lió. Ya.
El resto del día se convirtió en día de los perdones, en no volverá a pasar; lo siento, no volveré a hacerlo. Los reproches a la vida que debiera tener, a la que no tenía.
La noche amaneció pronto, y nos acostamos abrazados.
Ya entrada la madrugada, desperté aún a su lado. Mi despertar fue esta vez sereno y callado, miré la lámpara que hoy no quería moverse de su sitio ;me levanté a la ducha que, de nuevo, salpicó mi cuerpo con una helada lluvia que me devolvió,otra vez, mi lamentable estado; y pensé que nunca más, nunca, a nadie le dejaría que tomara las riendas de mi vida.
Vuelve a la cama, por dios, que no son horas, escuché desde la habitacion; sí musité…
volveré…