lunes, 16 de marzo de 2009

Mirarte


(retrato mujer. Diego Rivera)

Los agradecimientos al final de la larga, casi interminable, lista de actores, actrices, dirección técnica, y las luces cegadoras, me decían que mi momento de cine había terminado.
Me gustaba más la sesión continua. Saber que tras la primera película, aunque las luces se encendieran, volveríamos a nuestras butacas, después de una rápida visita al servicio, y a reponer líquidos, y disfrutaríamos de una segunda, incluso de una tercera película.
Pero ya no.
Era el momento de salir y que las butacas se llenaran de nuevos espectadores, con nuevas palomitas, y con la bebida a rebosar.
Tras el aire viciado de la sala seis del cine, el aire perfumado de humos y de ruidos, me hacia volver a la realidad de dónde estaba. Las ocho. Y tenía un rato por delante para disfrutar de mi soledad, de mi libertad condicionada. La plaza dónde vomitaba a los espectadores el cine estaba llena de paseantes, de coches cruzados, de mercadillo financiado por el ayuntamientos. Qué tiempos en los que el mercadillo era libre de colocarse en el hueco libre de la plaza de Santa Ana, y podías caminar, entre caña y caña, en el mundo apasionante de los que querían hacer las cosas de manera distinta.
Ahora, al igual que la sesión continua, el mercadillo de la Plaza de Santa Ana, había desaparecido.
Pensé en tomarme una cerveza. A la salud de mis amores perdidos, de mis amores encontrados, de los desencuentros; a mi salud.
El café de mis reencuentros estaba, como está siempre, abarrotado. Pero la barra me reservaba un lugar de honor. La cerveza me la sirvió la camarera del piercing en el labio; me conocía… no sabía de qué, pero me conocía. Quizá de esa primera cerveza que me sirvió cuando no estaba solo. Cuando ya no iba a estar solo nunca más.
El rastreo de mi mirada por el bar me dejó miradas vacías, mucho turista y algún eco de conversaciones banales hablando de la banalidad del amor.
Tras un rato de charla con mi memoria, decidí visitar mundo. El mundo que uno abandona cuando deja paso a la realidad, y deja los sueños abandonados por las aceras de las calles que recuerdas, pero que ya no visitas.
Lavapíes era una de esas zonas. Bajé por la calle que le da nombre al barrio. Despacio; los olores cambiaban y, aunque tenía la sensación de que todo seguía igual, en realidad lo que se parecía eran los cambios. Cambios constantes de una ciudad que se mantiene igual con sus cambios. Por eso quizá es tan especial.
Seguía buscando miradas. A veces el cuerpo se transforma en cosas que no quieres ser, pero la mirada, que también se transforma, a veces mantiene la luz que ilumina a ciertas personas.
Pero reconozco que nunca me había pasado. No había vuelto a reencontrarme con miradas. La plaza estaba llena de discusiones y de idiomas distintos. Los olores a curry, a especias, daban el toque distintivo del barrio. No paraba de sonreír. Era mi noche. Encuentros con mis recuerdos; con esas cañas que rendían homenaje al Guernica, que se presentaba a los ojos de todos en el museo Reina Sofía.
Entre por Argumosa. La noche de invierno llena de primavera y de terrazas. Miraba como un turista de otro país, los bares, sus nombres, sus olores. Miraba las mesas de las terrazas repletas de miradas que no reconocía.
En medio de una vereda de terrazas, sin embargo, me encontré con mi sueño. Los sueños que no cumples porque no pueden existir. Pero mi sueño tenía ojos. La mirada que buscaba y que nunca encontré se deslizaba con un rostro y el pelo oscuro que ella manejaba con soltura. No me atreví a parar. Era ella. Era su mirada. La mirada que hace años pasó a ser recuerdo, a ser dolor, la había encontrado.
Cómo en las películas en las que el protagonista corría a la siguiente esquina para hacerse el encontradizo con la persona amada, crucé la acera, desande lo andado. Y recorrí, con la meta ya fijada, el recorrido una vez más.
Y la mirada seguía allí. El escalofrío que notaba iba en aumento según pasaba de nuevo por la calle. Hasta cuatro veces pasé por ese camino, visitando esa mirada, y emocionándome, al notar que esa mirada seguía siendo la misma que años atrás me dejó para visitar nuevos mundos, mientras el mío elegía la senda del olvido.
La quinta búsqueda dejó el vacío. Se había ido. Me paré frente a la mesa ocupada de nuevo, mirando sin mirar a los nuevos clientes, que me miraban entre sorprendidos e incómodos.
Cerré los ojos. Fue real. Durante unos minutos, descubrí que mis sentimientos hacia ella no se habían perdido. Que no fue ilusión. Que fue algo más intenso. Que no pasó por mi como quien me pide el billete del tren.
Suspiré hondo.
Al darme la vuelta, me encontré de frente con ella. Estaba a mis espaldas, esperando que me girara. Sus ojos nerviosos me miraron. Hola. Hola. Me encontré con tu mirada. Y yo con la tuya. No, yo ya no tengo esa mirada. Sí, la tienes. Porque no buscaba tu mirada y en tus pasadas, no dejé ni un instante de ver como brillaban
Durante unos instantes mantuvimos nuestras miradas enfrentadas.
¿Crees en los sueños que se hacen realidad? No. Creo en la realidad que se convierte en el sueño que se desea vivir.

9 comentarios:

Alamut dijo...

Te espero caminando por el filo del cordel de la vereda, caminando hacia el lugar donde se acaban las palabras y una lluvia de pétalos de cerezo cubre nuestros rostros, mientras miramos la luz que encendemos el uno en el otro.
Gracias

Marta dijo...

Ima.
Buscando tus sueños en los ojos de los demas.....puede ser una bonita realidad verse reflejado en lo que uno desea.
petonets, sempre.

Anónimo dijo...

Precioso cuadro que hace muy poquito tuve la suerte de verlo de cerca, pero más precioso todavía tu relato, he ido a tu lado en ése paseo, gracias por dejar que te acompañemos...

Muchos besotes.

LATIERRRA

tag dijo...

Buenoooo, como me he quedado.
Con lo que a mi me fascinan las miradas.
Me has atrapado con tu relato porque es real. Yo lo he vivido.
Y encontrar la mirada de tus sueños, de repente, sin planearlo, por casualidad, es un momento magico de esos que nunca se olvidan.

Besos

Anónimo dijo...

Un relato precioso,Imaging.

En ocasiones, podemos llegar a vivir sueños tan maravillosos, que nuestra fantasía, sería incapaz de imaginar.

Nos leemos.

LU dijo...

Añoranza de sesiones continuas de cine, de esos mercadillos espontáneos... Qué bonito!!!
Y un final feliz... Si es que hay que estar atentos y saber darse ka vuelta en el momento oportuno.

Biquiños

Mónica dijo...

Un placer leerte y reencontrarme con el arte que compartes. Un abrazo

Pepe del Montgó dijo...

Empezar por la sesión continua ya engancha a cierta edad y conseguir que esa atención vaya en aumento con el verbo mirar es todo un logro. De los mejores, y sin sorpresa final.

Tesa dijo...

Madrid es la gran ciudad donde los anónimos nos reencontramos con nosotros mismos.
Nadie repara en sonrisas solitarias, ni en tristezas solitarias.
Solitarios, entre la multitud, andamos todos.