martes, 7 de octubre de 2008

La mirada


(Veermer- la muchacha con turbante)


Calor. Mucho calor. Sobretodo en mis manos.
El metro estaba atestado a esa hora. Ni un espacio entre los cuerpos. El aire acondicionado seguro que funcionaba, pero éramos muchos, y poco frío para repartir entre tantos.
Mis manos, sudorosas por sujetarme de una manera antinatural, haciendo equilibrios para no caer sobre aquel señor que se empeñaba en leer el 20 minutos totalmente desplegado. Pensaría que era el momento. Y eso que las noticias daban ganas de cerrarlo y pintar encima.
Esa sensación de sudor frío que recorría mi espalda, esa sensación de que la ducha que me había despertado 30 minutos antes, era una pérdida de agua inútil, añadía al viaje un desagradable olor a requemado.
Llevaba los cascos puestos. MP3 de primera generación… 10 canciones que se repetían machaconamente. Próxima estación, Atocha, amenazaba la locución grabada.
Los ojos de la gente miraban a lugares lejanos, con tal de no tropezarse de manera accidental con otras miradas y con otros ojos.
Por eso, quizá, los vi. Me miraban fijamente. O miraban a un vacío que yo crucé. El caso es que, al esquivar la mirada del señor con cara de eterno reproche, me encontré con su mirada perdida.
Estaba lejos, a dos puertas de distancia. Y con tal cantidad de personas entre medias, era imposible acercarme a verlos con más detalle. No se apartaban de mi mirada. Era una mirada seria. Acompañaba a un rostro redondo de mujer. A un rostro blanquecino, supongo que por el calor, que me miraba casi sin emitir movimientos, gesto alguno.
La miré con cierto atrevimiento. Esperaba que me mirara, que viera mi mirada y que los ojos se hablaran.
Pasó Atocha hasta que me quiso ver.
Al mirarme, su rostro sonrió. Una sonrisa acompañó a su mirada.
Yo sonreí al contacto con su mirada, con su sonrisa.
Era el primer gesto amable que me encontraba en el tren en mi vida. Giré la cabeza sin dejar de mirarla, y ella acompañó el gesto.
Los ojos de esa mirada eran azules.
Dejé de pensar en los sudores, en el calor, y en el aire acondicionado. El del periódico se fue, pero la mirada se mantenía.
Jugaba con su cara, y con sus ojos, me miraba y sonreía, se escondía entre la cabeza de alguien que estaba en el medio, para aparecer por un lado o por otro de esa cabeza.
Pasaron los cinco minutos como segundos. No quería perder esos ojos. Me habían enamorado. Próxima estación, Sol… su mirada se desvió, dejó de sonreír y apareció una mano que me decía adiós… ¡NO! Grité, y el murmullo callado de los que estaban allí se transformó en un silencio absoluto. No te vayas, por favor. Sonrió, bajó la cabeza, y salió del tren.
Viajo todos los días pensando en encontrarme con esa mirada. A todas horas; alguna me reprocha el descaro, el atrevimiento de mi mirada. Perdí la mirada, y gané la desesperación de no encontrarla.

12 comentarios:

rossae dijo...

"Permanezco secuestrada por el olor de tu mirar".

Descripción perfecta del poder de una mirada. Me ha gustado.

También, si me lo permites, pasaré por aquí...

Un saludo.

Tesa dijo...

Que no quiero yo ser "agonías" pero oye... igual es mejor que tu protagonista siguiera con esa imagen suspendida en el tiempo y en una línea de trenes, por romanticismo, ya sabes. A lo mejor no estaba el resto a la altura de esa mirada.

eva dijo...

una mirada que se aguanta en el metro, algo raro, me encanta. Un besito

Gattaca dijo...

Desde luego que te pase algo así en el metro es de lo mas especial, con lo a su bola que va todo el mundo... Yo era de las que leia en el metro, precisamente por on encontrarme con alguna mirada... Mira, nunca pensé que la mirada que me puediera encontrar sería así de agradable.

Muchos besos, esta vez nocturnos...

Miguel dijo...

Encantado Rossae; pasa cuando quieras.
Saludos

Miguel dijo...

Buenoooo... jajajaja... no había pensado en ello, Tesa. Quizá debería quedarse con la mirada, pero, qué sé yo, aunque sólo sea por descubrir que no es mirada todo lo que reluce. Prefiero saberlo a quedarme con las ganas... o no.

Miguel dijo...

Bueno, quien sabe, Eva, igual un día nos encontramos con esa mirada... Besazo

Miguel dijo...

Gattaca, yo también me encierro en la lectura, pero siempre he pensado que, entre tantas personas que viajamos juntos, una mirada, un rostro, te puede hacer sonreir a la mañana.
Besazos, muchos

LU dijo...

El poder que ejerce en nosotros una mirada dulce, de interés, una sonrisa. De pronto desaparece todo el agobio de un sofocante día de calor en el metro. Qué fácil sería sentirnos mejor!!!
Bonito, muy tierno.
Biquiños
Para cuándo un final feliz?

Pepe del Montgó dijo...

Los de provincias que viajamos a Madrid y no tenemos metro en nuestros pueblos creo que nos fijamos más en las miradas de la gente que esta en la misma estación pero en dirección contraria. Dentro del vagón bajamos la mirada como sintiéndonos inferiores a los que allí suponemos que son los dueños por ser habituales.

Miguel dijo...

Ufff... la Dama se esconde... no sé. Te aseguro que tanto esta entrada, como la siguiente tenían otra intención... y según avanzaba, me vi metido en la senda del final triste, de la historia destemplada. Intentaré hacerlo mejor.
Un besazo

Miguel dijo...

Supongo, Pepe, que todos somos nuevos, en el tren, en el metro. Y el temor a descubrirnos nos baja la mirada... o no.